Opinión

De democracia y transparencia

Por: Diario Concepción 25 de Octubre 2017
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz
Abogado, Magíster Filosofía Moral

A la democracia no sólo hay que protegerla de los hipócritas que abusan de ella para obtener un cómodo empleo para ellos, familias y clientes. No sólo de los que nunca han creído en ella, pero cuyas fachadas les sirven para tapar o hacer pasar por legales sus retorcidos negocios, corrompiendo a quien corresponda, alegando después que sus delitos son prácticas por todos aceptadas. A la democracia hay defenderla también respecto de quienes creen que puede solucionarlo todo y de inmediato. Que hacen promesas desmedidas, generando expectativas que son imposibles de cumplir.

En democracia se asume que mientras más transparente sea el debate, se podrán constatar los vicios y errores de quienes en ellos participan, produciéndose la paradoja de que es por esta ausencia de censura que los ciudadanos podemos vigilar a quienes se supone nos representan o detentan diversos cargos públicos. Puede ser desilusionante por lo que se constata, pero cuya develación es indispensable. Este control permite el descubrimiento de las inmoralidades y delitos de los funcionarios públicos y de todos lo que se valen de la subversión del aparato estatal para obtener provecho.

Si ignoráramos lo que todos estos hacen, podríamos asumir como real la fábula de estar viviendo en un contexto de perfección pública. Avalando un simple teatro en la que se representan la honradez y la probidad, desconociendo todo lo que ocurre detrás del escenario.

Tener acceso a la verdad, aunque sea una pequeña fracción, como hasta ahora, tiene sus costos, que es desenvolvernos al alero de una plácida ignorancia. Frustrarnos y enojarnos, porque tenemos que hacernos cargo.

Desde el siglo XVIII, con el advenimiento de la ilustración radical, que se ha buscado reemplazar a las oligarquías y autoritarismos de los más diversos espectros, por un gobierno que le reconozca a cada uno el derecho a explorar su camino a la felicidad, sin que nadie venga a imponérselo, en el entendido que formamos parte de una comunidad que para subsistir fija límites a sus miembros, para que los unos no dañen ni se valgan del abuso respecto de los otros.

Reconociendo que todos tienen derechos y necesidades, convicciones, religiones y costumbres, independiente si son mujeres u hombres, negros, amarillos o blancos, de si son de una u otra etnia. Todos merecen que sus anhelos y esperanzas sean respetados por leyes y gobiernos de cualquier signo y esta lucha nadie dijo que sería fácil.

 

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