Cuando escribo esto, Naval marcha segundo, a tres puntos del líder Vallenar, un equipo que invirtió y trabaja mejor. Dos días antes, le pregunto a alguien del plantel cómo van con los sueldos y me dice “se nos juntó otro mes, amigo. Del primero abonaron algo”. Será un Halloween con pocos dulces en la calabaza. Pasan 48 horas desde esa conversación y los muchachos del ancla entran a El Morro como si hubiera amanecido con sol. Enfrente está “Chupete” Suazo y se come cuatro goles. Y Naval estaba con uno menos.
Son cabritos. Santa Cruz es otro que gastó mucho y fue paseado en Talcahuano. Fue 1-0, pero debieron ser tres y ese día había cinco Sub 20 como titulares. En casa del temible Vallenar entraron seis juveniles y perdieron por la mínima. Pelean en todos lados. Ladran y muerden. Son buenos para las selfies. Y qué tiene de malo, si quieren mostrar a todos que esos jovencitos llenos de sonrisas en el camarín se la pueden. Acá, realmente están contra todo y todos. Y sin ni uno.
El hincha no ha sido justo con ellos y lo saben. Bueno, los verdaderos hinchas siempre han estado y el jugador también lo tiene claro. Los dirigentes tienen razón cuando dicen que en esta división es casi imposible generar doce millones de pesos mensuales, pero cuando estaban en el fútbol profesional despilfarraron ese momento dorado donde sí caían buenas lucas desde Santiago. Este problema se lo cargaron ellos mismos y ahora es sin llorar. El trabajador solo pide lo que firma y el día que corresponde. Es lo mínimo. Los cabros tienen esa cosa que algunos viejos han perdido. Eso que hasta los cracks de la “Roja” perdieron y por eso andan pensando en premios. Premios hasta por perder. Un día después del 4-1 hablé con ellos y estaban felices. Con los bolsillos vacíos, pero la cara llena de sonrisas. Ellos quieren ganar, sueñan con subir, lograr un título, taparles la boca a todos, ver en la página del diario que lo hicieron de nuevo. Quieren otra selfie victoriosa donde los más vanidosos celebran sin polera. Aman el fútbol y aman más ganar que cobrar.
Nadie sabe si Naval subirá. Tal vez el equipo se desarme en la mitad del camino. A varios ya les echaron el ojo y merecen un lugar mejor. Se lo ganaron. Un lugar donde no estén colgados del cable ni amenacen con cortar el agua. Este grupo, incluyendo algunos mayores que le hacen bien al camarín, demuestra que el fútbol no está manchado en todos lados. Siguen habiendo cabritos que juegan contra los del barrio del lado y el que gana es feliz. Sin más premio que el orgullo, la polola aplaudiendo en la galería, el hincha contento y el hijo entrando de su mano a la cancha. Que ese fútbol no muera nunca.