Encontrar una ruta para escapar de la realidad es una intención más antigua que el hilo negro, hay viejas evidencias de los atractivos de las substancias que sirven para eso, como se puede deducir leyendo a Homero, un poeta del siglo VIII aC., que nos cuenta la pellejerías de Ulises u Odiseo, tratando de regresar para su casa, al terminar la guerra de Troya, por ahí por el año 1.300 aC.
Los dioses no le perdonaron a Ulises la jugada del caballo en Troya, una de las maldades que le hicieron fue desviar el curso de su barco y arrastrarlo lejos, a una isla misteriosa. Nuestro héroe envía a un grupo de tripulantes a explorar el territorio y a conocer sus habitantes, éstos les dan cordial bienvenida y les convidan con el único alimento que ellos consumen, el fruto del loto, cayeron los marinos en un estado de sopor muy agradable, olvidando a sus compañeros y a todo lo que hubiera que olvidar.
Para volverlos al barco a Ulises no le queda otra que amarrarlos y llevárselos a la fuerza, embarcarlos y sacarlos de ese encantamiento que les hubiera dejado para siempre en una isla ajena a sus patrias.
No cuesta asimilar esa experiencia al consumo de drogas sicotrópicas, restadoras de voluntad, distorsionadoras de la realidad cuando ésta se aprecia como insatisfactoria, invitadoras a vivir un mundo inexistente, que pueden ser falsamente inofensivas.
Es imprescindible no bajar la guardia en esta materia, ya que puede no haber suficientes Ulises como para llevar a los consumidores de regreso al barco.
Hay quienes afirman la conveniencia de declarar libre el consumo de frutos del loto y similares como parte de los derechos individuales de las personas. Asunto que posiblemente habría provocado en Homero una más que comprensible preocupación.
PROCOPIO