Hacia fines del siglo XIX, la industria comenzaba a incursionar en la producción en masa de alimentos y bebestibles, para una población cada vez más demandante. Sin embargo, por más que la producción fuera positiva en términos de cantidad, muchos de los productos terminaban por desecharse, podridos unos y avinagrados otros, por el paso del tiempo y las malas condiciones de almacenamiento.
Fue Louis Pasteur, científico-químico francés, quien hizo suya la misión de resolver el problema.
Hasta el momento sólo existían “sospechas” acerca del proceso que permitía a los alimentos fermentar o avinagrarse, con la tesis de que esto sería un proceso puramente químico.
Sin embargo, y premunido de un microscopio y una paciencia incombustible, Pasteur descubre que no son los químicos, sino microorganismos vivos los responsables de los cambios químicos que llevan a los alimentos a descomponerse. Acto seguido, y como solución al problema, propone aplicar procesos térmicos a los alimentos, con la intención de disminuir las poblaciones patógenas de microorganismos o desactivar las enzimas que modifican los sabores de ciertos alimentos.
Tiempo más tarde, a este proceso se le denominó “pasteurización”, para honrar a su descubridor, hoy utilizado principalmente para estilizar toda clase de alimentos, partiendo por los lácteos.
Es curioso cómo en la historia del hombre algunos de los grandes descubrimientos son resultado de poner en aprietos a un hombre de ciencia, para que descubra la respuesta indicada. Si Pasteur o Pitágoras vivieran en nuestros tiempos, lo más probable es que ya hubieran pedido licencia médica por estrés.
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