Errar es humano, herrar también, ya que los cuadrúpedos no se pueden poner herraduras por su cuenta, pero de lo primero hay indiscutida paternidad, debe ser el costo implícito ante la posibilidad de tomar decisiones por nuestra cuenta, el resto de los animales actúa por instinto y sus respuestas no pueden ser equivocadas, a veces malas, pero sin culpa, ya que surgió un factor que la memoria de millones de años que había fabricado la respuesta, esta vez se enfrentó con un factor desconocido.
Los errores humanos se pueden clasificar en dos grandes tipos, los usuales y los monumentales, los cuales dentro de su catastrófico resultado contienen un grado de grandeza, para mal en este caso, que les hacer transformarse en históricos.
Chile tiene los suyos, pero el último y más notable ha sido el celebérrimo puente Cau- Cau, que ha conseguido reconocimiento internacional como “horror de cálculo”, denominativo particularmente sarcástico ya que se trataba de una obra destinado a ser emblemática para el país, al tratarse del primer puente levadizo. Hoy en día, la construcción es llamada de forma irónica como “puente del Cua Cua”, debido a que una de las plataformas fue colocada al revés.
Sin embargo existen otros errores menos espectaculares, pero permanentes- no llueve, pero gotea- que cuestan al contribuyente chileno muchos millones de pesos, desde ciento a miles, que son el resultado de programas mal llevados, de fondos distraídos, de gastos innecesarios o abusivos por instituciones y funcionarios del Estado convencidos que el dinero sale de los árboles.
Las cosas serán diferentes cuando aprendamos a cuidar la plata, especialmente cuando no es propia y a explicar, detalladamente, qué fue lo que hicimos con ella.
PROCOPIO