La globalización tuvo efectos esperados y positivos, y otros sorpresivos, de significado por evaluar, pero muchos intuidos; entre los primeros, la comunicación de la especie humana en tiempo real y la verificación que las necesidades parecen ser las mismas, tanto como los problemas. Lamentablemente, hay amenazas de pérdida de equilibrio, pequeñas realidades absorbidas por culturas dominantes, la posibilidad latente de pérdida de identidad, una cultura que tiende a uniformarse, y en el proceso restar la enorme riqueza de la diversidad, pasando hasta por los idiomas, las lenguas y dialectos, las características culturales y sus insondable e invaluables vínculos de historia y tradición.
En escala menor el esquema puede reproducirse en las grandes ciudades en relación con sus componentes menores, los barrios, que son en el fondo la diversidad cultural de la ciudad y contribuyen colectivamente a su carácter, sin ellos ese carácter desaparece, una situación de debilidad en los proyectos de desarrollo urbano que se refleja en la calidad de vida y sentido de pertenencia de las personas
La necesidad de empoderar los barrios bien puede ser una de esas situaciones, a lo mejor como respuesta a la globalización que tiende a dejar todo parecido, anodino, apelando a la modernidad, que si fuera universal dejaría a todas las comunidades humanas con el mismo aspecto. El barrio en las ciudades grandes resulta ser la reserva de identidad de las comunidades, el sitio en el cual se forman las familias y se cría a los hijos, con sentido de territorio propio y común, cada vez más necesario ante la amenaza de convertirse en masas anónimas, desperfiladas, desconocidas e intercambiables, o peor aún, desechables.
PROCOPIO