No es que hubiera tremendas contiendas en el seno del colegio médico, sino una coincidencia, ya que los griegos llamaban medos a los persas. Los griegos apoyaban a sus colonias en Jonia, la costa cercana del Asia Menor, en conflicto con el imperio persa, el asunto es que el rey persa Darío I, el Grande, quiso poner las cosas en su lugar con parte de su enorme poderío militar, a título de escarmiento.
De esa manera, entre los años 490 y 478 a.C., Grecia y Persia se enfrentaron en dos guerras, con batallas que se han convertido en legendarias gracias al copuchento Heródoto, la primera de ellas concluyó con la victoria ateniense en la llanura de Maratón, una humillación que Darío no pudo soportar y en consecuencia se fue para su casa bastante molesto.
El otro enfrentamiento, que tuvo un carácter épico, se produjo diez años después en el famoso paso de las Termópilas; en él, las fuerzas coaligadas de las ciudades griegas fueron derrotadas por las tropas del sucesor de Darío, el insufrible Jerjes I, a pesar de la tenaz resistencia del rey Leónidas de Esparta y sus 300 hombres. Con el camino expedito llegó a Atenas, ciudad que arrasó e incendió.
Sin embargo, en las batallas libradas poco después, el triunfo fue para los griegos, que se impusieron tanto por mar, en Salamina, como por tierra, en Platea. La larga contienda concluyó en el 449 a.C. con un tratado que otorgó a Atenas el pleno dominio sobre el Egeo.
Un asunto que no dejó a los espartanos nada de contentos, con una guerra pendiente que los persas se encargaron de estimular con dinero para ambos contendientes, Atenas y Esparta. Conflicto que fue la ruina para ambos. La dulce venganza de los persas, lo que no hizo el acero, lo hizo el oro.
PROCOPIO