Lo irritante de las frases repetidas, es que dejamos de someterlas a prueba y, sin más, las damos por ciertas. Se puede utilizar como ejemplo aquella que concluye: “cada pueblo se merece el gobierno que tiene”. Si esa hipótesis fuera inescapablemente verdadera, entonces resultaría que “a una patria de inmorales, corresponde un gobierno de corruptos”.
Sencillamente no puede ser de esa manera, la primera propuesta, aquello de merecer, tiene en realidad otro sentido, muy importante; el de la omisión, de la falta de compromiso o voluntad, la falta de memoria, para permitir que personajes de conductas indecentes, se perpetúen, elegidos de nuevo, haciendo uso abusivo de una democracia inmadura e ineficiente, o de personas que se dejan llevar por las emociones más que por las ideas. Además de merecer un castigo, esos líderes defectuosos, también y en un grado mayor lo merecen quienes, cuando tienen que elegir, permiten que sigan donde están.
No es creíble que todos los chilenos seamos inmorales y corruptos y, siendo así, se esté en sintonía con la actual situación de reiteradas acciones dolosas, a tal grado que parece haberse perdido la vergüenza. No cuesta demasiado encontrar el lugar común, la causa frecuente, de esta descompuesta manera de actuar, se trata del dinero, que parece resumir todo lo que se necesita, lo único que importa. Francisco de Quevedo, hastiado de observar lo mismo, ya en el siglo XVI, advierte que “cuando el dinero manda no hay otra cosa que mande”; hace todo lo que quiero/poderoso caballero/ es don dinero.
La reserva moral chilena permite esperar que paulatinamente las prácticas mejoren, que se juegue más limpio, ser más buenos, aunque sea para no salir en los diarios.
PROCOPIO