Ahora parece impensable, pero no hace demasiado, hace poco más de un siglo, no había idea clara de la diferencia entre estar limpio y estar relativamente sucio, de esa manera médicos en ropa de calle atildados y saliendo de sus actividades rutinarias, entraban a las salas de los hospitales para participar en los partos, lo cual causaba unas infecciones tremendas y aumentaba la frecuencia de muerte de las madres, de parecida manera las infecciones por intervenciones quirúrgicas.
En ese ambiente nace Joseph Lister, en Inglaterra el 5 de abril de 1827, hijo de cuáqueros bien acomodados. Se gradúo de médico en 1852, fue profesor de cirugía en Glasgow y Edimburgo y, posteriormente dio clases en el King’s College de Londres. Lo que cambió con su aporte fue el tratamiento a las heridas, comenzó su trabajo mientras estaba en Glasgow, durante los años 1865-1869, sus primeros escritos al respecto se publicaron en 1867.
Estaba convencido de que las heridas se podían liberar de las bacterias si se las protegían con la aplicación de una sustancia que matara a los microbios, que al no ser vistos, para muchos eran de poca monta y de escaso significado, sentó las bases de su método antiséptico, mediante el empleo de sustancias químicas bactericidas, como el fenol, para el lavado de las heridas, manos y material quirúrgico e incluso para la pulverización del aire.
Como por arte de magia, los pacientes empezaron a morirse menos, lo cual fue visto con bastante alegría por los familiares y amigos, efectivamente hubo un gran descenso de las cifras de la mortalidad post-operatoria y se establecieron las bases de la desinfección y antisepsia, quedó claro que no bastaba con una protocolar y poco convencida lavada de manos.
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