Estábamos tan ocupados al principio peleando con animales grandes que no nos quedaba tiempo para mucho, la especie humana no era precisamente poderosa desde el principio, casi la última carta del naipe, de pequeña estatura, más bien flacuchentos y en permanente estado de alarma, listos para salir corriendo al primer estímulo, eso mismo nos obligó a pensar más rápido, so pena de ser transformados en insumo.
Sin embargo, había otros animales más pequeños, tanto que no se veían a simple vista, que estaban obligándonos a dejar esta vida antes de lo programado, gran parte de las religiones tuvieron explicaciones para raras enfermedades que nos llevaban a un supuesto otro mundo.
Relativamente tarde para tan larga historia, un comerciante ingenioso de la ciudad holandesa de Deft, Anton van Leeuwenhoek, inventa el microscopio, utilizando cristales para magnificar el tamaño de los objetos, descubre bichos diminutos nunca vistos, se le considera el descubridor del mundo microbiano, sus actividades científicas estaban entre medio de una vida llena de negocios y de obligaciones cívicas, lo que no era una excepción a su tiempo (1632-1723) cuando no existían científicos profesionales.
Seguramente era considerado un hombre ignorante, no sabía hablar más que el holandés, dialecto despreciado por el mundo culto, por considerar lengua de tenderos, pescadores y cavadores de zanjas, pasaron muchos años antes que alguien le pidiera informar de sus observaciones, casi obligado escribe “exposición de algunas observaciones hechas con un microscopio referentes a las suciedades que se encuentran en la piel, en la carne, al aguijón de una abeja, etc.” Se había abierto la puerta para salir a cazar microbios.
PROCOPIO