Tienen toda la razón quienes piensan que la paridad de género no es cuestión de tomar el todo y dividirlo por dos, una solución un tanto salomónica, que podría ser útil por el momento, aunque puede que en un futuro próximo sea considerada parcial, ya en esto de los géneros los números parecen estar en transición.
Sin embargo, para no revolver la sopa más de lo debido, hay que estar de acuerdo que a las mujeres no les ha ido bien en la historia, por cada una que se destaca, hay miles de seres femeninos que hicieron mucho por la especie sin haber rozado siquiera los márgenes de los libros de texto.
Parte de esta situación es debida a la decisión masculina de negarles atributos, y recluirlas donde hicieran poco ruido y mucho trabajo, deuda milenaria que los del género masculino ni hemos empezado a calcular.
Personas como Jantipa, la mujer de Sócrates, quien se casa joven e ilusionada con un joven inteligente y promisorio, con el objetivo tácito de tener un buen vivir, una casita bonita, con jardín, y termina con este personaje que olvida cambiarse la toga, cuidar de su aseo personal o llegar a tiempo a la hora de almuerzo, ya que se la pasa hablando por las calles y parques con un atado de jovencitos engreídos.
Aun así, lo apoyó hasta el último, lo mantuvo vivo para empezar y le dio la base para dejar al mundo encandilado por un par de milenios y se encargó de cuidar la familia cuando la autoridad ateniense, amenazada como suele ocurrir con tanto pensamiento junto, le invitó a beber cicuta.
A lo mejor Jantipa le dio al maestro ideas notables, pero su historia se acabó con la de él, a pesar que ella siguió en este planeta por más tiempo, olvidada, cuando con su testimonio habría mucho que recordar.
PROCOPIO