Se acerca un nuevo periodo electoral, para mayor énfasis, un acto electoral de los importantes, de esos que llenarán todos los espacios comunicacionales, una época en la cual súbitamente, recobrará importancia la nunca bien ponderada clase media chilena.
Es ese un colectivo, la clase media, media-media y otras combinaciones, ambiguo y mutante, con problemas de identidad en los extremos, que se ubica entre un grupo – que se supone está en franco retroceso- de pobres, y otro menor, que se trata de acercar a los se llevan la parte del león. Con más ilusión que semejanza, ya que en realidad están a años luz de distancia, ya que los primeros, los aspirantes, pueden regresar a las etapas iniciales al menor incidente y los últimos son probadamente indestructibles.
Esa clase media, ni rica ni pobre, pero mucho más susceptible a ser más pobre que a ser rica, dada su alta vulnerabilidad a los problemas económicos y a su más bien débil capacidad de maniobra, es el objeto retórico de cualquier político que pretenda llegar a alguna parte y que tenga un olfato elemental.
Tradicionalmente, queda a salvo de todo, no participa de las ayudas para los más desposeídos y es demasiado acomodada, según el criterio de los gobernantes, como para que se le apoye, está en cambio a cargo de pagar por todo, sin atenuantes, esos le pasa por no ser pobre, eso les pasa por no ser rica.
En razón de esa evidente injusticia recibirá la máxima atención de los políticos en contienda que se avecina, el nicho ideal para la venta de intangibles, mientras más cerca estemos de las elecciones más prometedores horizontes se ofrecerán a los sufridos integrantes de la clase media. En una de esas resulta, la esperanza es lo último que se pierde.