Algo ocurre en el extremo del mundo en el cual se ubica nuestro hermoso país con vista al mar, vaya uno a saber de qué se trata, pero el hecho es que nuestros animales propios son un tanto esmirriados; la ranita de Darwin, ni pariente a ranotas europeas, por ejemplo, el lindo ciervito enano; el Pudú, y el zorrito chileno. Para mayor humillación, mientras los argentinos tienen unos dinosaurios tremebundos, nosotros tenemos que conformarnos con el Chilesaurio.
El Chilesaurus, un herbívoro con la apariencia aterradora de un carnívoro, encontrado hace 13 años en Chile por un niño, podría ser “el eslabón perdido” entre dos familias de dinosaurios, según un estudio muy optimista, partiendo por aquello de aterrador, cuando era más bien del porte de un perro.
Los expertos están, sin embargo, muy ufanos: “el Chilesaurus contribuye realmente a llenar un intervalo evolutivo entre dos grandes grupos de dinosaurios”, exclama extasiado el coautor del estudio, Paul Barrett, del Museo de Historia Natural de Londres. “Este descubrimiento nos ayuda a comprender cómo un tipo de dinosaurio se transformó en otro tipo completamente diferente”, asunto que los científicos parecen tener clarísimo.
El dinosaurio, Chilesaurus diegosuarezi, por el niño que descubrió los restos fosilizados en unas rocas de 150 millones de años, cautivó a los expertos, ya que “parecía estar formado a partir de varios animales diferentes, su cabeza típica de un carnívoro, pero con una dentadura de piezas planas indispensables para triturar los vegetales”.
En realidad era un chileno premonitorio, listo para todo, chico pero movedizo y a juzgar por los dientes, no le hacía asco a nada, es difícil comprender por qué se extinguió.
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