Como chilenos que somos, bien puede ser una autoproclamada especie única y diferenciada, que se puede permitir tener sus particulares idiosincrasias, no importa lo tremendo del acontecimiento que hayamos tenido, con el paso de poco tiempo lo dejamos enterrado bajo una generosa capa de amnesia.
Así ha ocurrido con la muerte del cisne, no el ballet, sino más bien la muerte de muchos cisnes, todos los que había en el Santuario de la Naturaleza del río Cruces de Valdivia, en la cual intervino la forestal Arauco, que terminó pagando $5.200 millones por el daño ambiental. La empresa llegó a un acuerdo con el Consejo de Defensa del Estado, en el que se estableció dicho monto. La mitad de la cifra para el siempre apetente e insatisfecho Fisco y el resto para el desarrollo de distintos programas comunitarios en la zona, todos en relación con la conservación de la naturaleza, además se ordenó construir un humedal artificial con carácter de centinela.
La comunidad había denunciado, con mucha indignación, el hecho ocurrido en el humedal Carlos Anwandter y el Primer Juzgado Civil de Valdivia, determinó que la empresa había sido responsable “después del inicio de las actividades de la planta, la fauna existente en el lugar prácticamente desapareció en un período muy breve de tiempo”.
Como en todo episodio hay lecciones; la mala lección de actuar sin respeto y desavisadamente, la buena, que se puede reaccionar y reparar, estar dispuesto a pagar los platos rotos. La tercera es dejar un letrero visible; el que la hace la paga. Una advertencia que muchos optan por olvidar y reclaman amargamente cuando llega la boleta, acusando de acoso y restricción a la libre iniciativa. Al final, buenas lecciones las tres.
PROCOPIO