Aunque parezca como un ataque convulsivo de nostalgia, ante un mundo que desaparece ante la rápida emergencia de otro más novedoso y cargado de un tecnológico carnaval de ofertas, aun así habría que atreverse a buscar en el pasado, o en las tradiciones o las costumbres viejas, saldos y retazos dignos de preservar.
Las tradiciones, entendidas como conjunto de bienes culturales que se transmite de generación en generación, dentro de una familia o comunidad, solían ser un legado valorable y por lo mismo digno de ser cuidado y ofrecido en custodia y cultivo a las nuevas generaciones, como parte indispensable de la herencia cultural.
En la actualidad, ante un nuevo concepto del lugar que cada quien ocupa en la sociedad, más parecido al tango Cambalache, varias de esas tradiciones parecen discutibles, como el respeto a los mayores, por ejemplo, o a los profesionales de mayor jerarquía, o a los empleados más antiguos, es decir, más y mayor, importan relativamente poco, el respeto es visto como un valor de dudosa fundamentación, del mismo modo el orden, la disciplina, el compromiso, la constancia, entre otras antiguallas.
Sin embargo, paradójicamente, cuando se busca la historia de estudiantes exitosos, de profesionales destacados, de trabajadores de elite, de técnicos expertos, siempre se encuentran los mismos valores, el tesón, la disciplina, el sacrificio, la entrega, la influencia reconocida de quienes sabían más.
A la hora de educar niños y jóvenes, parece altamente recomendable poner estos valores en marcha, sin temor a parecer retrógrados. Mirando cómo marchan las cosas en los colegios habría que entrar a ordenar, puede que no a palos, pero sí con las cartas sobre el pupitre, con las reglas claras.
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