Desde principios de la historia hay gente que se compromete con misiones que a primera vista superan a cualquiera, solo o acompañado, excepción notable sobre todo cuando quien protagoniza es, para mayor dificultad, mujer.
Sin ir a la antigüedad remota, sino ahora mismo, hay una mujer, joven y decidida, su nombre es Theresa Kachindamoto, dirigente tradicional del distrito de Dedza en Malawi. Un país en el cual el empoderamiento y el progreso de las niñas se ven afectados por la pandemia de violencia, los matrimonios infantiles, los embarazos precoces, la mortalidad materna y bajo acceso a la educación. Esto se combina con una cultura del silencio, donde las mujeres y las niñas no tienen el poder suficiente para hablar y donde el abuso, la discriminación y la desigualdad son socialmente aceptables.
Autoridades que la conocían la llamaron diciéndole que regresara a su hogar de la infancia, para hacerse cargo. Cuando llegó, descubrió el abuso sexual generalizado de los niños, conminó a 50 líderes locales poco cooperativos a aceptar su decisión de anular todos los matrimonios con niñas, despidió a cuatro de ellos que habían permitido que esto ocurriera, contra la opinión generalizada de los padres que consideran su derecho a abusar sexualmente de sus hijas si así lo desean.
Ese convencimiento perverso no la atemoriza, ha seguido impertérrita utilizando los medios políticos y legales a su alcance para proteger a los niños. Ella no es sólo una bienhechora anónima; sino un líder político eficaz a pesar de circunstancias increíblemente difíciles.
Para los soberbios chileno estamos mucho mejor que Malawi, pero a lo mejor no hemos puesto la suficiente atención y que falte alguien como Theresa