La verdad pura y dura fue que el futuro Federico el Grande, tuvo una partida no demasiado prometedora, su padre Federico Guillermo, rey de Prusia, era de armas tomar, no solo de armas, también de botellas tomar y tomarse otro tipo de libertades, mientras jugaba con su ejército. Francisquito en cambio, era aficionado a la música y a la poesía, para el padre era un muchacho carente de afición varonil, “no sabe montar ni cazar y se riza el pelo como un idiota”, como resumía amargamente.
Cuando el padre tuvo la excelente idea de morirse, Federico, contra lo esperado, se la tomó en serio, se dio cuenta que había que defender la madre patria y se dedicó a ponerse al día en asuntos militares con éxito aplastante, literalmente. Aumentó el ejercito de 80.0000 a 195.000 hombres, uno por cada 29 súbitos, haciendo de Prusia el país más militarizado del mundo. Para sorpresa de todos, no se limitó a las maniobras, sino que se apoderó de la rica provincia austríaca de Silesia.
En contraste, no puso dificultades a la inmigración de gente valiosa de todas partes, había protestantes, escoceses, judíos, católicos y escépticos, de todo, una característica de liberalidad que reportó un auge cultural notable, fue la época de un residente famoso; Emmanuel Kant, con su Crítica de la razón pura, pasaron por allí, gente como Mozart y Voltaire, en fin, un ambiente muy atractivo para un rey que resultó ser trabajador y sumamente respetuoso de sus súbditos.
Se murió de viejo en su palacio favorito. Si no fue el rey más representativo del despotismo ilustrado, anduvo muy cerca. A lo mejor, hubiera preferido ser más conocido por sus conciertos para flauta, pero debe ser cierto que el hombre propone y Dios dispone.
PROCOPIO