Nadie puede negar que los tiempos han cambiado, no han hecho otra cosa desde que entendimos que somos pasajeros de breve estadía en esta antigua nave espacial. La pregunta legítima es si esos cambios son todos para bien, o si, sobre todo los jóvenes, son más felices viviendo así, que cuando había épocas de menos urgencia, con menos ambiciones urgentes, con menos ofertas y desafíos.
Es posible estimar, sin exceso de nostalgia, que las nuevas libertades, que los espacios ganados, tienen un costo alto, que resultan en depresiones, desconciertos y pérdidas de la razón misma de vivir. Se puede elegir desconocer el alza en problemas de adaptación, o las duras cifras de la tasa de suicidios, la cifra más mentirosa de los registros, porque aparecen muchos menos de lo que son, o se oculta la cifra negra de los intentos fallidos, todos indicadores sombríos de una realidad insatisfactoria.
El asunto es que puede haber una responsabilidad en las actitudes permisivas por parte de los adultos responsables, que pueden ser políticamente correctas, a lo peor, pero nefastas por dejar en manos de niñas y niños la libertad de optar por conductas que no pueden dimensionar a cabalidad, que son complicadas de resolver hasta para adultos con criterio supuestamente formado.
Como el ejemplo muy menor, aquel de la indisciplina y el desprecio al reglamento, incluso al razonable, que se ha hecho sentir como retrógrado y obscurantista. Pareciera ser conveniente invitar cordialmente a volver con mesura a los viejos tiempos de los padres responsables, a poner, si pareciera necesario, resguardos en nuestra esfera de influencia y a renunciar resignadamente a ser elegido mejor compañero y ser, en cambio, los padres y madres que hacen falta.
PROCOPIO