Irving Fisher, gran economista teórico norteamericano, expresó: “La confianza no es comprada; sino más bien prestada, puesto que puede perderse en cualquier momento y con increíble rapidez”. Los ciudadanos comunes y corrientes, quisieran tener certezas que sus autoridades actúan correctamente, sin santos tapado, convencidos desde tiempos remotos que las cuentas claras conservan las amistades y obviamente la confianza, justamente la actual circunstancia faltante.
Nadie quiere ver réplicas de las «Cuentas del Gran Capitán», como esas cifras lanzadas al tesorero del rey Fernando El Católico, al terminar la campaña de Nápoles: 200.736 ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres para que rogaran a Dios por la prosperidad de las armas españolas. Cien millones en palas, picos y azadones, para enterrar a los muertos del adversario y entre otros apartados igual de laxos, remata con la célebre frase «Y cien millones por mi paciencia en escuchar ayer, que el Rey pedía cuentas a quien le ha regalado un Reino».
Las cuentas del Gran Capitán, las auténticas, se conservan en el Archivo General de Simancas. Son 942 hojas manuscritas de 1500 a 1503, firmadas por el propio Gonzalo Fernández de Córdoba, ese capitán de la leyenda, junto con ellas otras también firmadas por él, pero de las legendarias «Cuentas del Gran Capitán» que dieron origen al dicho, “no parecen por ninguna parte, ni hay esperanza de que se hallen, por no haber jamás existido real y oficialmente” indicaba el miembro de la Real Academia de la Historia Antonio Rodríguez Villa en 1910.
Menos mal, nos quedamos entonces que no hay tal cosa como las cuentas del gran capitán, sino con la obligación de rendir cuentas.
PROCOPIO