Andrés Cruz
Abogado, Magíster Filosofía Moral
Estúpidos y desadaptados han habido siempre. También incendios forestales, más aun en zonas plagadas de bosques que cohabitan sin ninguna regulación con poblaciones de todo tipo.
Una vez más nos comió la falta de prevención para enfrentar este mega desastre. Lo vivimos con el terremoto y otros sucesos, tal vez de menos envergadura, pero que han tenido un denominador común: ocurren fuera del ámbito en el que se desenvuelven quienes ejercen el poder.
Un incendio así en la Región Metropolitana indudablemente habría determinado la adopción de medidas más oportunas. Los estados de excepción habrían permitido una movilización y disposición más efectiva de los recursos disponibles. Incluso, los medios que estaban sin operar habrían sido rápidamente puestos en funcionamiento.
El lenguaje utilizado por las autoridades habría sido menos indolente y la ayuda internacional, sea pública y privada, recibida con menos trabas. Si el humo y los gritos de espanto y de dolor hubiesen sido percibidos directamente por quienes tenían la responsabilidad, no digo de evitar, sino que de enfrentar de manera más efectiva desastres de esta magnitud, tal vez los brotes incendiarios producidos por desequilibrados o fanáticos de cualquier color habrían sido prevenidos, reprimidos y descubiertos de manera más eficiente.
No se trata de gobiernos en que los funcionarios usen casacas rojas o de cualquier color. Se trata de una organización estatal paranoicamente centralista, que no confía más que en una pequeña elite que se mira el ombligo y que actúa de manera cansina cuando hechos de esta envergadura ocurren en provincia, más allá de lo que quieren ver.
Sí, los incendios forestales en estas épocas siempre han existido y esto hace mucho más grave la situación, por cuanto no será la primera ni la última vez que un sistema de emergencia será exigido así.
Tampoco será la última vez que, para sacar algún mezquino provecho, las castas políticas se intenten sacar los ojos para determinar quiénes son los culpables de esperar que siempre las cosas se salgan de control para despabilarse y ser más ágiles en la ayuda de quienes no están pidiendo un favor, sino que exigiendo lo mínimo que le corresponde a cualquier autoridad: tender la mano y no esperar que sean algunos privados los que tengan que paliar por solidaridad o caridad la ineficiencia de los que, sentados en un cómodo escritorio bien alejados de donde está el sufrimiento, se dicen “expertos” de la seguridad.