Opinión

Opinión: "De humillación y violencia", por Andrés Cruz

Por: Diario Concepción 18 de Enero 2017
Fotografía: imagenPrincipal-7020.jpg

Andrés Cruz
Abogado, Magíster Filosofía Moral

Las emociones configuran uno de los componentes fundamentales en el funcionamiento de toda sociedad.

Contrariamente a lo que se dice comúnmente, un individuo no sólo se desenvuelve por la razón, sino esencialmente por sus emociones y pasiones, que es lo mismo que ocurre con un grupo social. La orientación emocional de cada uno dependerá en gran medida de sus experiencias y normas compartidas.

Para una comunidad constituyen una parte integrante de su definición como identidad y de su razón de ser para formular sus objetivos. 

Una de estas emociones es la humillación, que puede condicionar a un grupo para que opte por la violencia y la cristalización de una obsesión por los eventos que la configuran. El grupo incluso puede optar por ejercer una violencia que estima equivalente a aquella de la que se dice víctima, y que levanta como parte de su mito y relato fundacional.

Para generar adeptos y como fuente de fanatismo, se exacerban o exageran las odiosidades derivadas de sentimientos por injusticias de toda naturaleza, reales o ficticias. Así el rencor gana espacios y justifica el atentar contra otros, invocando diversas causas políticas, religiosas o étnicas que podría desembocar en un todos contra todos. 

La humillación se alza como el corazón de esta dinámica de radicalización de ataques de hecho y en el lenguaje entre distintos grupos, y se nutre de la base de circunstancias materiales, psicológicas y simbólicas que se buscan remediar y que hace que la irritación devenga resentimiento, luego en cólera y en desesperación e impotencia.
 
En nada ayuda a contener estas emociones que la autoridad adopte decisiones confusas y erráticas. Tampoco el hecho que ante un aislado delito grave contra un santiaguino conocido, acomodado e influyente militante de un partido de gobierno, la autoridad decida querellarse por acciones terroristas.En cambio cuando se trata de un delito más grave que le quita la vida a un anónimo y humilde trabajador del centro sur de nuestro país no exista la misma pretensión. 

Que el gobierno, cualquiera que este sea, se querelle o no por delitos terroristas, es absolutamente indiferente para el órgano persecutor. De hecho, hasta podrían transformarse en un estorbo. Pero sin lugar a dudas, aun cuando no sea vinculante para nadie, denota la actitud de una autoridad insensible, centralista y elitista que lo único que hace es alimentar esta percepción de humillación y agravar la sensación de impunidad.   

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