Opinión

Opinión: "De política y prejuicios", por Andrés Cruz

Por: Diario Concepción 09 de Noviembre 2016
Fotografía: imagenPrincipal-1439.jpg

Andrés Cruz
Abogado, magíster Filosofía Moral

Cada vez que se hace referencia a la actividad política existe en nosotros un cúmulo de prejuicios de los que debemos hacernos cargo previamente antes de emitir un juicio.

Para Hannah Arendt, estos prejuicios, que obviamente no son los que tienen aquellos que lamentablemente han asumido la política como profesión y no como servicio, “representan por sí mismos algo político en el sentido más amplio de la palabra: no tienen su origen en la arrogancia de los intelectuales ni son debidos al cinismo de aquellos que han vivido demasiado y han comprendido demasiado poco”.

Estos prejuicios son los que nos forman, aquellos que hemos ido recogiendo en el curso de nuestras vidas, de nuestras historias personales, en fin, de lo que a cada uno nos ha tocado ver y no podemos silenciar sin negar lo que hemos llegado a ser.

De allí la necesidad de identificarlos, para impedir que lleguen a suplantar el problema con lo que es o debería ser la actividad política. Se ha llegado a creer que la política es una relación entre dominadores y dominados.

Esta visión conviene a los primeros, que aunque no lo digan expresamente, es lo que pretenden que se asuma: Sin ellos, los políticos de profesión, los que han construido los puentes entre las elites económicas y la oligarquía, no es posible el ejercicio de la actividad política.

Una cosa es lo que se nos muestra, como parte de un banal y engañoso discurso, y otra cosa es lo que ocurre en los pasillos, entre las paredes y detrás de la neblina  que se levanta tras las decisiones y acuerdos de los que no formamos parte y en relación a los que ignoramos absolutamente sus alcances y condiciones.

Es un despotismo posmoderno en el que sólo podemos concurrir a emitir un sufragio periódicamente pero siempre condicionado a tomar una decisión entre las mismas alternativas de siempre, ya que toda otra opción se dice que es inviable, meramente testimonial y cuando se constata que pueden llegar a levantarse como una amenaza a las pretensiones de los que tienen cooptado el servicio público, se afirma que son peligrosas.

La misma Arendt sostenía: “no contribuye precisamente a tranquilizarnos constatar que en las democracias de masas tanto la impotencia de la gente como el proceso de consumo y el olvido se han impuesto subrepticiamente, sin terror e incluso espontáneamente, si bien dichos fenómenos se limitan en el mundo libre, donde no impera el terror, estrictamente político y económico”. Nos desvivimos más por las ofertas de un mercado virtual que por la construcción de un futuro colectivo en que podamos convivir más allá de estos prejuicios.   

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