Opinión

Abstención: síntoma más que enfermedad

Por: Diario Concepción 13 de Octubre 2016
Fotografía: imagenPrincipal-2186.jpg

Desde que se conocieron los resultados de la primera elección en que debutó el voto voluntario que muchos han querido instalar la idea de volver a la obligatoriedad del sufragio. Incluso algunos que antes apoyaron el carácter voluntario de este parecían convencidos de que el cambio no había sido una buena idea. No obstante, cuando se ve el panorama electoral es posible advertir que los problemas de participación no dependen tanto de un sistema u otro.

Las elecciones municipales de 2012 marcaron un hito en la historia electoral de Chile, ya que el sufragio dejaba de ser obligatorio para los chilenos dando paso a la inscripción automática y el voto voluntario. De esta forma, todos los individuos mayores de 18 años quedaban automáticamente habilitados para votar, lo que llevó a aumentar considerablemente el padrón electoral. Sin embargo, este aumento de electores potenciales no se convirtió en un aumento en la participación, lo que encendió las alarmas en el mundo político por los problemas de representatividad que se podrían generar a raíz de esto, tomando fuerza el argumento de la necesidad de entender la participación electoral no solo como un derecho, sino también como un deber.

Ahora bien, cuando se analizan los datos de las últimas elecciones, antes y después del cambio, se puede advertir que para las parlamentarias de 2009 (voto obligatorio) la participación fue de casi el 88% de los electores, mientras que para los mismos comicios del año 2013 bajó a un 49% del total de electores. Obviamente estas cifras llevarían a cualquier individuo a pensar que el voto voluntario hundió la participación electoral. Sin embargo, la merma porcentual no muestra la realidad del cambio en la participación, la cual efectivamente disminuyó, pero no de manera tan brusca; esto ya que el aumento del padrón electoral extendió el universo de posibles electores, pero la cantidad de votantes se mantuvo más bien similar. 

De hecho, el 93% de quienes votaron el 2009 lo hicieron el 2013, siendo los puntos de alta abstención las mesas "nuevas" que agrupaban a los electores primerizos que poco y nada de identifican con la política, los mismos que probablemente no se hubieran inscrito con el sistema antiguo.

El debate sobre la voluntariedad del voto no se puede presentar como un mal en nuestra democracia, sino como un sistema de alerta de que las cosas no están funcionando. El equilibrio entre derechos y deberes está mucho más resuelto en la ciudadanía que en el mundo político, por lo que obligar a los chilenos a elegir autoridades que no incentivan la movilización electoral es un despropósito. Por lo tanto, el abstencionismo se debe derrotar con campañas limpias, propuestas convincentes y, sobre todo, con un correcto desempeño de los cargos. De lo contrario, la abstención seguirá siendo el termómetro de una actividad política cada vez más apática.

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