Opinión

Opinión: "De tolerancia y disidencia", por Andrés Cruz

Por: Diario Concepción 12 de Octubre 2016
Fotografía: imagenPrincipal-2198.jpg

Andrés Cruz Carrasco
Abogado y magíster en Filosofía Moral UdeC

La melancolía y el tedio ante no encontrar las respuestas que diluciden todas nuestras dudas no podrán ser satisfechas y deberemos asumir de una vez que la vida no es perfecta. Para que exista la virtud necesariamente debe haber vicio.

El ser humano parece necesitar de estar en conflicto con otros. Cada vez que un enemigo desaparece, otro surge inmediatamente, incluso del mismo seno en el que se pensaba estaban los amigos. 

Y así pasamos día tras día enfrentándonos para imponernos sobre las amenazas, inclusive imaginarias, que vamos construyendo con la ilusoria pretensión de alcanzar la armonía, rompiendo toda chance de diálogo aduciendo cualquier excusa, cualquier creencia, cualquier formalidad, cuando lo que existe detrás de esta ruptura que nos encamina hacia la violencia es la vanidad por imponer alguna pequeña, insignificante, e incluso miserable arrogante perspectiva que consideramos como “la verdad” respecto de cualquier cosa. 

Así, vamos tomando partido, sin quererlo pasamos a formar parte de montoneras de individuos agrupados para avasallar a otros, aun cuando esto pueda acarrear la destrucción de lo más grande de lo que formamos parte, desde la más pequeña organización hasta, incluso, una sociedad completa de personas. 

Simone Weil, valiente y consecuente filósofa francesa, graduada a los 22 años, que nació en 1909 y murió de tuberculosis a los 34 años en 1943. Luego de luchar por los republicanos en España y ser parte de la resistencia de su país, admirada por Simone de Beauvoir y Albert Camus, cristiana crítica del desenvolvimiento de la iglesia y de la imposición de dogmas, sostenía que estos grupos de sujetos que se unían en “partidos” terminaban adoptando posiciones de estar a favor o en contra por su vinculación partidista, sustituyendo todo proceso de pensamiento,  ahogado por una máquina de forjar pasiones y presiones colectivas destinada a imponer a sus miembros y a los otros su forma de concebir los contextos.

Su fin es simple: fagocitar al diferente, excluir al distinto y con más fuerza al que se considera como disidente, aquel que alguna vez fue parte del grupo y que ahora manifiesta estar en  desacuerdo.  El amigo pasa a transformarse en un peligro y debe ser eliminado. 

De este modo se hunde de a poco la tolerancia, el bien y el mal quedan circunscritos a la pertenencia o no del partido o grupo del que se forma parte, eliminando, por considerarse innecesario, todo espacio para el encuentro y la reflexión.       

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