Andrés Cruz Carrasco Abogado y Magíster en Filosofía Moral UdeC
Andrés Cruz Carrasco
Abogado y Magíster en Filosofía Moral UdeC
¿De izquierdas o de derechas? Indudablemente que todos sentimos una simpatía por una retórica o por símbolos y banderas de las que intentamos asirnos para forjar una identidad. Pero este encasillamiento trae aparejada la pérdida de parte de nuestra individualidad y la asunción voluntaria de una mordaza que nos impide criticar a quien se supone pertenece a nuestra vereda, por aquel miedo primitivo a ser excluidos.
Sin saberlo, somos todos en parte de izquierdas y en parte de derechas. Todo nuestro mapa político mental está moteado de diversas sensibilidades. El problema es que en períodos de crisis, cuando las posiciones se extreman y se quiebra el diálogo, incendiarios y reaccionarios suelen tomarse los púlpitos, exigiendo los primeros quemar todo el país, mientras los otros, nostálgicos de que “ninguna hoja se mueva”, anuncian las más terroríficas consecuencias por cualquier cambio, aunque sea semántico, del estatus quo del que han podido aprovecharse durante décadas, por haberse transado tanto y haberse avanzado tan poco en este permanente cruce de favores y cargos entre las castas partidocráticas y oligárquicas centralistas, de una elite minúscula.
Un puñado de privilegiados que por un apellido, color político u origen se creen fuera o por sobre los dictados de una institucionalidad que ellos mismos han hecho y rehecho a la medida de sus pequeñas parcelas de poder, que yacen satisfechos coronando la cúspide de la pirámide social, cuya base no deja de crecer con el paso del tiempo.
Son los incendiarios y reaccionarios quienes enarbolan sus discursos asilándose siempre en el miedo, aquel que se concentra en el declive del bienestar, en la falta de certezas, en verse escupidos socialmente, entrando a engrosar la escoria de la pirámide, que los pueda dejar sumidos como parte integrante de los desechos del que debe hacerse cargo el poco glamoroso aparato público. De transformar a grupos de insatisfechos en turbas iracundas, con relatos vacíos, que en lugar de proponer, se conforman con destruirlo todo, ante la rabia de verse segregados por no cumplir con las expectativas de un modelo de éxito cosificado y superficial. Por otra parte, un discurso que explota el terror que traería consigo un desastre financiero y su onda expansiva respecto de nuestro entorno más cercano, por cualquier tipo de modificación al sistema.
Debemos aspirar a algo más que cenizas o una sociedad estática y desigual para nuestros hijos, siendo capaces de ir más allá de los incendiarios y reaccionarios, cuya existencia unos les deben a los otros, para evitar un colapso político mucho más profundo.