"Cansada (estaba) la masa inmensa, de los privilegios que constituían el beneficio de unos pocos (…)" fue el recuerdo de la Revolución Francesa que hizo Arturo Alessandri Palma, ante la Convención Liberal de 1920. Las palabras denotaban su profunda convicción en la necesidad de modificar la estructura social del país. Tarea que acometió en 1925, con el reemplazó de la Constitución de 1833, poniendo con ello, término al régimen parlamentario vigente desde 1891.
Sin embargo, los conflictos sociales de la época, que lo llevaron al exilio en Europa, sirvieron como preámbulo de una profunda desconfianza en el juicio ciudadano, que acompañó a la elite política en Chile durante el siglo XX e inicios del siglo XXI. La figura del Presidente de la Nación, tenía una profunda ascendencia sobre la población, y el modelo de gobernanza social había sido capturado por pequeños grupos de influencia que usufructuaban de los beneficios que les generaba el poder.
Fue a partir de marzo de 2006 que el país, por primera vez en su historia republicana, experimentó un sistema de gobierno que mostraba una férrea voluntad de generar un cambio en el sistema de gobernanza, desde un presidencialismo sustentado en el ejercicio del poder de forma vertical a un sistema presidencial ciudadano, cuya estructura de poder estaba concebida de manera horizontal.
Sin embargo, el país subestimó la respuesta del establishment constituido frente a la amenaza sobre la red de privilegios que se habían tejido durante más de 20 años de ejercicio del poder y que no estaban dispuestos a ceder. Sin embargo, el impeachment ciudadano estaba en plena evolución, lo que finalmente termino por develar una parte importante de la red de influencia construida.
Paradojalmente, una de las personalidades más golpeada por el juicio colectivo, fue justamente quien tuvo la visión de activar el gobierno ciudadano. Lamentablemente, su cercanía a los grupos de poder establecidos, le terminaron de pasar la cuenta, registrando apenas un 15% de aprobación, faltando más de un año para el fin de su segundo período de gobierno.
Como era de esperar, las coaliciones de gobierno y oposición han comenzado a dar muestras evidentes de incomodidad y nerviosismo. El bajo nivel de aprobación, que cruza transversalmente al espectro político, pone en grave riesgo la estructura tradicional de poder social. El interés electoral, ha gatillado que más de un personero haya intentado desmarcarse, sin éxito, de su responsabilidad en los hechos que tiene indignada a la población.
Es por ello que, pensando en el bien superior del país y en el juicio de la historia hacia los involucrados, llegó el momento de la grandeza personal a través de un claro y contundente gesto de nobleza republicana.