Se habla que se debe cumplir con la ley. Se demoniza la política y toda función pública. Se generaliza la corrupción y se le ve en todas partes. Surgen voces mesiánicas de quienes se pretenden paladines del futuro de Chile. Se habla de individuo y de colectividad, de capitalismo y democracia, de participación y falta de preparación, de capitalización individual y de reparto. Se habla en nuestras casas, en espacios públicos, en cafés, en diarios y en reuniones sociales. Se debate sobre religión y en algunas partes no sólo se discute, sino que se combate ya no sólo verbalmente, sino que matándose seres humanos por miles, escapando de un lugar a otro por creer o no creer en un Dios o por imponer o no una línea imaginaria que nos divida en territorios, levantando fronteras.
Hablamos sobre estos asuntos e incluso los reclamamos, pero no tenemos claro previamente que queremos. Carecemos de un pacto desde el cual entre todos construir un solo relato. La vaguedad y confusión sólo es beneficiosa para quienes no quieren que nada cambie, ya sea por la nostalgia hacia un pasado autoritario, por conservadurismo (que viene a ser más o menos lo mismo) o por los ingentes beneficios que han obtenido de la explotación del sistema.
Falta, antes que todo, que busquemos ponernos de acuerdo con nosotros mismos, meditar y determinar que es lo que queremos como individuos. Aunque parezca muy "holístico", entregarnos previamente a reflexionar sobre los objetivos. Las dificultades propias de las exigencias de la cotidianeidad nos impiden darnos este tiempo, el necesario para escucharnos y evitar que el ruido exterior, aquel que nos ensordece y abruma, aquella información hoy ilimitada de la que disponemos y que, curiosamente, más que aclarar, nos encandila y nos impide llegar a conocer lo que necesitamos.
Quizás esto puede explicarnos el porque de los ánimos colectivamente crispados. No sólo debe a las injusticias y abusos de las que hemos sido testigos y víctimas, sino que también porque no hemos podido precisar lo que queremos y lo que detestamos, generándose una ciega búsqueda frenética que se agota en el grito, en el reclamo, inclusive llegando a la violencia, sin tener nada que proponer para el futuro. Según Ortega y Gasset, uno de los aspectos que diferencia al ser humano de otros animales es volverse "de espaldas al mundo y meterse dentro de sí, atender a su propia intimidad, o, lo que es igual, ocuparse de sí mismo y no de lo otro, de las cosas".