La ministra del Deporte visitó Los Ángeles y el de Transportes (s) estuvo en Chiguayante.
Es emocionante ver los partidos de la roja, sobre todo en el extranjero, y sentir cómo son alentados por miles de compatriotas que cantan nuestro himno hasta llegar a las lágrimas. Ocurrió en Francia el 98 y últimamente en Brasil y en Estados Unidos, cuando la marea roja y los jugadores de nuestra selección contribuyeron a fortalecer nuestra Nación, fundiéndose los antepasados comunes, la historia y las tradiciones con esta nueva fórmula de unión: los éxitos deportivos.
Pero es triste ver que todo se diluye cuando tenemos que dar solución a problemas serios y reales de nuestra nación. Los que antes gastaron millones por un partido de la roja, les cuesta un montón pagar sus impuestos; o el que antes se abrazaba en el estadio con el extraño sentado al lado, ahora se niega a donar sus órganos y prefiere llevárselos amarrados a los huesos.
Chile desde hace un tiempo está perdiendo esa noción de nación, y queda la sensación que hemos reemplazado o confundido este concepto por el de Estado, preocupándonos de reforzar un conjunto de instituciones que organicen económica y socialmente al país, definiendo normas y regulaciones para que nada salga de un cauce bien establecido.
En la nación mandan las costumbres, la historia; en un Estado manda el derecho. Y aquí entra quién debe darle consistencia a esta mezcla: la política y los políticos, dotados de esa capacidad de administrar el poder público, pero que normalmente olvidan la parte ética de esta gestión, el uso del poder para el logro del bien común.
Y para ocultar esta evidente falta de cohesión de objetivos, nos tendemos a definir como un Estado-Nación, y nos gusta siúticamente llamarnos República, aquella gobernada por muchas leyes y por un manoseado concepto de igualdad, pero que no es capaz de aplicarse congruentemente en nuestro sistema de pensiones, en la necesidad de una salud de mejor calidad o en mejoras de áreas que simplemente para nuestros políticos progresistas son un dato , un stock o una papa caliente.
¿Qué nos une realmente? ¿Que nos permite seguir siendo una nación? Un sistema de pensiones casi perfecto, pero miles de compatriotas recibiendo mes a mes una miseria. Un sistema de salud con grandes clínicas y hospitales, pero con gente esperando meses por una simple operación o por una hora de especialista. Cuesta entender que esta nación-república-Estado defienda en el papel los derechos básicos de sus habitantes y los proteja de los abusos de los más poderosos, pero vemos a diario que múltiples casos dicen lo contrario.
Está muy bien que tengamos un Estado fuerte y que las instituciones funcionen, pero debemos ser capaces de hacernos cargo de nuestra gente. Eso define y distingue y nos permite enfrentar desafios mayores.