Roger Sepúlveda, rector Universidad Santo Tomás Concepción
Luxemburgo es un pequeño país europeo de poco más de medio millón de personas, cuya economía se basa en la gestión financiera, la logística, la industria del acero y las telecomunicaciones.
Recientemente, el gobierno de este ducado, uno de los fundadores de la Unión Europea, anunció lo que parece más una novela de Isaac Asimov, que algo posible de realizar: invertir 25 millones de euros para legislar en el futuro sobre la explotación de minerales existentes en asteroides u otros planetas.
Para nosotros esto es ciencia ficción, pese a que no nos es tan ajeno, pues la economía chilena depende fundamentalmente de la actividad minera cuprífera. Tal vez por eso podríamos asociar este caso con la polémica que existe en torno al uso de recursos que son patrimonio de todos y no de quienes lo explotan.
En lo de Luxemburgo encontramos además una suerte de paralelo con Colón en su afán de descubrir y colonizar un “nuevo mundo”. Acá se trata de un emprendimiento privado en regla que, al igual que el del genovés, se ajusta al modelo en que la NASA desistió del financiamiento público y por el que apuesta por los privados en la futura carrera espacial.
La carrera por conquistar el espacio comenzó cuando los soviéticos lanzaron el Sputnik, el primer satélite artificial. El fondo estaba en demostrar cuál de los dos sistemas político-económico era mejor y los rusos tomaron la delantera, usando la creatividad, apoyo técnico e innovación.
Son estos tres los pilares fundamentales de la economía del presente y del futuro, y más allá del artilugio jurídico de que permitiría a Luxemburgo explotar la riqueza mineral contenida allende la Tierra, el asunto es que iniciativas como ésta u otras deben enseñarnos a mirar más allá de lo evidente, a cuestionarnos sobre nuestro propio quehacer y a ver qué está pasando en nuestras universidades y con nuestros científicos en materia de innovación, ciencia y tecnología.
En definitiva, qué hacemos en materia de investigación, desarrollo e innovación. No por nada, muchas han sido las voces críticas que cuestionan el actual papel del Conicyt y su verdadero apoyo al desarrollo de la Ciencia y la Tecnología en nuestro país.
Quizás la lección luxemburguesa sea esa capacidad de mirar más allá, en busca de un futuro que está en nuestras manos.
Roger Sepúlveda
Rector Universidad Santo Tomás Concepción