La democracia es un valor que debe cultivarse siempre, para que pueda proyectarse en el tiempo. No es democracia el ejercicio esporádico del derecho a sufragio que puede llegar a degenerarse en la tiranía de las mayorías, con la elección constante de una pequeña elite de individuos que una y otra vez detentan diversos cargos públicos, satisfaciendo los requerimientos inmediatos de una apática y despolitizada opinión pública. Esto provoca la generación de una copiosa cantidad de leyes que están siempre sujetas a cambios, dependiendo del ánimo de esta opinión de masas. En este contexto, existe un riesgo cierto en cuanto a que si los derechos de una persona son vulnerados con el beneplácito de las mayorías, la protección que pueda reclamar este individuo pueda llegar a ser estéril.
Tampoco es democracia la entrega del ejercicio de la autoridad a este pequeño grupo de elite, por mucho que sea ratificado una y otra vez en procesos electorales cada vez con más baja participación ciudadana, pero adornada con toda una parafernalia sensacionalista y una palabrería destinada a concebirle un halo de legitimidad de la que carece en el fondo. Es pura forma sin contenido democrático efectivo, produciéndose un fenómeno que Alexis de Tocqueville denominó hace más de un siglo del "despotismo blando o moderado". Se trata de una sociedad conformada por seres humanos que en el papel tienen los mismos derechos, pero que se satisfacen con el culto del dinero y de las pequeñas satisfacciones materiales. Cada uno de estos individuos se encuentra aislados de los otros, más aun cuando todas las organizaciones intermedias han sufrido tal cantidad de golpes por el abuso que unos pocos han hecho, provocando desconfianza en todo lo que es externo, haciendo que estos sujetos se replieguen hacia ellos mismos. Surgen una serie de reglas destinadas a controlarlo todo para impedir el ejercicio de conductas respecto de las cuales no se tenga conocimiento, para evitar, por esta desconfianza, cualquier espacio de libertad del otro.
Toda esta regulación es denominada por el mismo filósofo como "una servidumbre regulada y tranquila" que resulta ser compatible con una apariencia de libertad.
El desafío de la democracia es vencer la inercia de la despolitización y del individualismo extremista, fortaleciendo el ejercicio de la participación ciudadana sobre todo en el ámbito territorial más próximo que es donde se desenvuelve el sujeto, a través de un sistema educacional fuerte que reconozca a todos como iguales, erradicando todo estereotipo aspiracionista que muestre a unos como más importante que otros.