Nació como un “principito”, fue desterrado a la dura vida rural en su adolescencia y a sus 64 años se ubica en la cúspide de la historia de la República Popular de China. Esa largo camino ha recorrido el líder que desde ayer goza de un estatus equiparable al del hombre que lideró la revolución, Mao Zedong.
No anunció a un sucesor, instaló a sus más cercanos en el Comité Central del Politburó y consiguió elevar su posición hasta quedar a la par del fundador de la república. Para Xi Jinping el XIX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) fue un éxito rotundo, su liderazgo indiscutible se consolidó respaldando su ascendente protagonismo en la escena global.
Irónicamente, cuando asumió en 2012, muchos expertos consideraban que Xi sería el líder más débil de la historia reciente del país. “Se argumentó que su poder sería controlado por sus predecesores, Hu Jintao y Jiang Zemin, así como por su colega Li Keqiang, que se suponía que lo igualaba en poder”, planteó a PULSO Jinghan Zeng, académico de la Universidad de Londres.
Para cuando nació, en 1954, Xi Jinping gozaba de los privilegios que implicaba ser hijo de un miembro del Comité Central que a finales de la década tenía el título de vice primer ministro. Pero la desgracia cayó sobre su familia cuando, en los años de la Revolución Cultural, Xi Zhongxun fue acusado de liderar una conspiración contra el partido y fue purgado de todos sus cargos, dejando sólo a su hijo de 13 años que pasó de amante de la poesía clásica china a sobreviviente en las calles de Beijing.
Fue en ese ambiente donde el líder chino comenzó a forjar su carácter. “Siempre he tenido una tendencia obstinada y no toleraría que me intimidaran”, recordó Xi en una entrevista en el 2000, una de las pocas veces que habló sobre su experiencia como adolescente en la capital.
Las cosas no mejoraron rápidamente. A los 15 años, fue enviado a las aldeas del destierro en Liangjiahe, en la histórica región Yan’an donde comenzó a gestarse la revolución. Allí tuvo que permanecer por siete años en trabajos forzosos, viviendo en una cueva con una cama de paja, lugar que hoy día es de interés turístico para los chinos que quieren conocer los orígenes de su gobernante y conversar con los lugareños que compartieron esos años con él.
Pero para Xi su estadía en Liangjiahe fue crucial en su formación. “Se formaron muchas ideas y características mías”, dijo Xi a un programa de televisión en 2004. “Cuando llegué a los 15 años, estaba ansioso y confundido. Cuando partí a los 22, tenía firmes objetivos en mi vida y estaba lleno de confianza”, agregó en otra oportunidad.
De hecho, fue en ese contexto en el que conoció a su Primer Ministro, Li Kequiang. A los 18 años su vida política tomó un rumbo más claro con su ingreso a la Liga de la Juventud Comunista, para más tarde, a los 21, ingresar al PCCh.
Apoyo político y ciudadano
La vida volvió a cambiar para Xi y su familia a fines de los setenta. Su padre fue plenamente reintegrado al partido por el Tercera Sesión Plenario del XI Comité Central del partido y asumió rápidamente posiciones de liderazgo, mientras su hijo iniciaba el ascenso que lo llevaría a convertirse en el líder del país más poblado y la segunda economía mundial.
La red a la que tuvo acceso gracias a la extensa carrera de Xi Zhongxun, se fue nutriendo rápidamente con los cargos que asumió en diferentes regiones del país. En 1982 fue enviado al condado de Zhengding en Hebei como vicesecretario del partido y le bastó sólo un año para ser promovido a Secretario general de la región, convirtiéndose en su máxima autoridad.
Ese mismo cargo desempeñó años más tarde en Fujian, donde permaneció por casi dos décadas, hasta cuando se mudó a Zhejiang en 2002 y a Shanghai en 2007, el mismo año en el que Xi recibiría el empujón definitivo hacia el poder.
Fue elegido como el noveno miembro del Comité Permanente del Politburó en el XVII Congreso del PCCh. Quedó rankeado por encima de Li Kequiang y fue señalado por Hu Jintao, el entonces presidente y secretario general del partido, como su más probable sucesor.
Fue precisamente Hu y su antecesor, Jiang Zemin, quienes acompañaron a Xi Jinping en su entrada al congreso que finalizó ayer. La señal era clara, su liderazgo cuenta con un respaldo generalizado en el partido, que decidió incluir en la constitución a su nombre y a su pensamiento.
“Socialismo con características chinas para la nueva era”, es lo que quedó escrito en el documento. No sólo eso, varias de sus ideas se agregaron, incluyendo el papel decisivo de las fuerzas del mercado en la asignación de recursos, el avance de la reforma estructural de la oferta y mejorar el poder blando y cultural del país.
Este es el broche de oro para la consagración de su poder, que se comenzó a consolidar con una velocidad inusual, luego que desatara una lucha contra la corrupción interna de su propio partido, con lo que se ganó el respaldo de la ciudadanía. En abril de año pasado se convirtió en el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas del país y meses más tarde, en octubre, recibió el título de “núcleo” del partido.
La historia aún tiene capítulos en blanco para Xi, que recién comienza su segundo mandato, sin que un posible sucesor le haga la sombra.