En un hito histórico para América Latina, el grupo rebelde y Juan Manuel Santos sellaron la entrega de armas en un acto en el que los guerrilleros vistieron de blanco. A partir de ahora se abre una nueva fase.
Eran guerrilleros, pero cada vez lo parecen menos. El campamento transitorio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en Mesetas, en el departamento del Meta, se vistió este martes de gala para recibir a la plana mayor del gobierno y al secretariado del grupo subversivo. Los hasta ahora combatientes habían cambiado sus uniformes verdes por camisetas blancas. La mayoría lucía jeans y no llevaban sus fusiles al hombro. El acto se había convocado, precisamente, para certificar la entrega del 100% de las armas personales de los más de 7.000 miembros de la guerrilla.
“Sin armas, sin violencia, no somos más un pueblo enfrentado entre sí. No somos más una historia de dolor y de muerte en el planeta. Somos un solo pueblo y una sola nación avanzando hacia el futuro por el cauce bendito de la democracia”, dijo el Presidente colombiano y Premio Nobel de la Paz, Juan Manuel Santos.
Quien hasta hace apenas un año era enemigo acérrimo de las FARC, como comandante en jefe del Ejército, fue recibido en medio de una gran expectación. Pocos guerrilleros rasos pensaban hasta hace poco en la posibilidad de tener frente a ellos al Presidente de Colombia. Menos aún para darle un apretón de manos, como sucedió este martes en varias ocasiones. Santos no sólo saludó a los miembros del secretariado “fariano”, sino que también tuvo tiempo para la tropa.
“No estoy, y seguramente nunca estaré, de acuerdo con ustedes sobre el modelo político o económico que debe tener nuestra nación, pero defenderé con toda la determinación su derecho a expresar sus ideas (…) porque esa es la esencia de la libertad en un Estado de Derecho”, le dijo el Presidente a los guerrilleros. “Por lograr este día ha valido la pena ser presidente de Colombia”, agregó.
Tomó también la palabra, entre vítores, Rodrigo Londoño, alias ‘Timochenko’, líder de las FARC. “No le fallamos a Colombia. Hoy dejamos las armas”, dijo ante los aplausos de los presentes, en su mayoría guerrilleros, pero también altos mandos militares, representantes de la ONU y garantes del proceso de paz. Al contrario que el discurso de Santos, muy conciliador, Timochenko sí se refirió a los grandes desafíos que tiene todavía por delante el acuerdo de paz.
Lo más demandado por los guerrilleros fue la liberación de los presos de las FARC presentes en las cárceles colombianas. El gobierno aprobó una norma de amnistía a principios de año prevista en los acuerdos de La Habana. Sólo habrían abandonado las prisiones un 40% de los combatientes que cumplen los requisitos para acceder a dicho beneficio.
Las FARC reclaman su salida inmediata. “Resulta lamentable que buena parte de los guerrilleros, milicianos, simpatizantes o acusados de pertenecer a nuestras filas permanezcan en prisión a seis meses de expedición de una ley de amnistía o indulto que les garantizaba su libertad en 10 días”, criticó Timochenko. “¡Libertad a los presos políticos”, gritaban los alrededor de 400 guerrilleros presentes en el acto, interrumpiendo su discurso.
Tras bajar del estrado, en mitad de un pasamanos, Santos intentó calmar a los combatientes rasos, destacando la intención del gobierno de cumplir esa parte -vital para las FARC- del acuerdo. No todas las armas de la guerrilla están aún en poder de Naciones Unidas. Falta el armamento pesado y los explosivos enterrados en unos 900 arsenales clandestinos (caletas) repartidos por todo el país. La ONU dijo haber destruido unos 80 de ellos. Confía en poder acabar con todas las “caletas” antes de septiembre.
Las FARC darán su próximo paso en su camino a la vida civil en agosto, cuando celebrarán un congreso para convertirse en partido político. “Este día no termina la existencia de las FARC. En realidad a lo que ponemos fin es a nuestro alzamiento armado de 53 años, pues seguiremos existiendo como un movimiento de carácter legal y democrático que desarrollará su accionar ideológico, político, organizativo y propagandístico por vías exclusivamente legales, sin armas y pacíficamente”, apuntó Timochenko en las calurosas llanuras del Meta, un paraíso natural golpeado duramente durante medio siglo de conflicto armado.
Las FARC parecen decididas a no volver a los fusiles, pero tanto el acuerdo de paz como Colombia tienen aún grandes desafíos por delante. Uno de ellos es político. El Centro Democrático del ex Presidente Alvaro Uribe amenaza con cambiar parte de los acuerdos si gana las elecciones de 2018.
Preocupa también la futura ocupación de los guerrilleros rasos. Más de 300 están realizando un curso para convertirse en escoltas oficiales. Otros 500 pueden optar a una de las becas para estudiar medicina ofrecidas por el Gobierno cubano. Bogotá ofrecerá también cursos y capacitaciones para evitar que vuelvan a delinquir o incluso que entren a formar parte de los grupos ‘farianos’ disidentes de las FARC, compuestos por unos 300 hombres.
Y es que en Colombia, a pesar de la salida del actor más importante del conflicto armado, la guerra parece estar lejos de finalizar. Todavía existen dos grandes grupos con armas: el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la hasta ahora segunda mayor guerrilla del país, también en negociaciones de paz con Bogotá, y el Clan del Golfo, una banda criminal -o narcoparamilitar, según parte de los expertos colombianos- que opera en varias zonas del país.
Ambos grupos han entrado en combate en los últimos meses por el control de las zonas que han dejado las Farc, según denuncian los líderes comunitarios, dejando cientos de familias desplazadas. Colombia tiene todavía muchos retos por delante.