A través del trabajo creamos el mundo que habitamos
01 de Mayo 2022 | Publicado por: Ximena Cortés Oñate
El trabajo nos ayuda a constituirnos como seres humanos pero, en las condiciones actuales de la sociedad, nos enfrenta también a una enajenación y agobio que no sólo se reflejan en desigualdad e injusticia social, sino que también afectan nuestro planeta. En el Día Internacional del Trabajo, tres especialistas analizan la situación actual y los desafíos.
Ximena Cortés Oñate
Conmemorar un nuevo Día Internacional del Trabajo no debiera significar sólo un acto de reconocimiento y memoria hacia quienes han luchado por mejores condiciones laborales, salariales y dignidad en esa materia, sino también saber proyectarnos como sociedad para ver hacia dónde queremos avanzar en ese aspecto y cuál es el futuro que queremos construir.
El trabajo ha permitido crear civilizaciones, producir obras artísticas y científicas, y es una característica esencial del ser humano; la actividad a través de la cual la humanidad se humaniza y descubre su verdadera naturaleza, que es siempre vital y social, según Karl Marx y Friedrich Engels.
En los Manuscritos Económico-Filosóficos, del año 1844, Marx señala que el ser humano real es el resultado de su propio trabajo. Según Sergio Montecinos, esto debe entenderse en, al menos, dos sentidos: “en primer lugar, gracias a su trabajo el ser humano puede satisfacer sus necesidades naturales y con ello se libera de las mismas (por ejemplo, gracias al esfuerzo que dedico a cultivar la tierra, puedo liberarme del hambre). De este modo, mientras mejores sean los medios y herramientas de las que se sirve para trabajar, necesitará trabajar menos, puesto que conseguirá producir lo mismo en un menor tiempo”, explica el académico del departamento de Filosofía de la Universidad de Concepción.
Por otro lado, el ser humano es producto de su propio trabajo en el sentido de que, gracias a él, se realiza en el mundo objetivo, en la naturaleza. “Su subjetividad (la idea que tengo de una estatua, por ejemplo) se transforma en algo objetivo al transformar la naturaleza de acuerdo a esa idea, y gracias a los medios empleados para la transformación de la materia”.
Sergio Montecinos: “No podemos dejar de transformar la naturaleza para subsistir como especie, pero sí está en nuestro poder disolver las dinámicas de acumulación irracionales que apuntan a una explotación ilimitada de los recursos, así como usar racionalmente los medios de producción, esas `herramientas´, que tienen poder sobre la naturaleza pero que también encierran un peligro”.
Además, agrega Montecinos, en ese mismo proceso el ser humano se educa: “aprende cada vez más de la naturaleza que modifica, de sus herramientas, de sus compañeros de trabajo y todo ello amplía su visión de las posibilidades que le ofrece el mundo. Desde este punto de vista, el mundo que habitamos colectivamente es un mundo que hemos creado nosotros mismos a partir de nuestro saber y actividad sobre la naturaleza”.
El mismo Marx considera que Hegel ha captado en su Fenomenología del Espíritu (1807) la importancia del trabajo en el proceso de autogeneración del ser humano entendido como un ser genérico, es decir, un ser al cual no le es indiferente el colectivo al que pertenece, ya que produce y mantiene su vida individual en un contexto atravesado por relaciones sociales, las que le resultan imprescindibles.
Pierre-Ulysse Barranque también alude a ambos autores al señalar que la humanidad se humaniza a través del trabajo. “El propio Engels plantea la hipótesis de que es la actividad del trabajo, es decir, la actividad técnica, la que está en el origen de la transformación del primate que éramos al ser humano en que nos hemos convertido. Estos dos autores tienen esta concepción del trabajo, porque lo entienden en el sentido amplio de `actividad productiva´, es decir, todas las actividades en las que los seres humanos utilizan sus cuerpos (ya sean sus manos o sus cerebros) para transformar la materia externa y así proveer a la supervivencia del grupo”, dice el Profesor de filosofía en el Liceo Charles-De-Gaulle, de Concepción.
Pierre-Ulysse Barranque: “Con el sufrimiento en el trabajo y el consumo frenético hasta el absurdo, nuestras sociedades no han contradicho los análisis del joven Marx. Por el contrario, el proceso ha empeorado cuantitativamente con el desarrollo tecnológico”.
Doctorante en Estética en la Universidad de Paris-1 Panthéon/Sorbonne, Barranque sostiene que, en este punto, los dos autores amplían un pensamiento antiguo, el del famoso mito de Prometeo, según el cual el ser humano es biológicamente un ser débil, mucho más débil que la mayoría de los animales, pero es mediante la técnica que compensará esta imperfección original.
Explotación y crisis ecológica
Esto puede considerarse desde una perspectiva optimista, pero también obliga a formularse una pregunta crítica: ¿Qué clase de mundo hemos construido?
Barranque señala que, “desde sus primeros textos, Marx tomó conciencia de que esta productividad propia de la condición humana era desviada de su finalidad original, la supervivencia colectiva del grupo, para ser explotada en interés de una minoría social que poseía los medios de trabajo. Este es el significado principal de su famoso concepto de `enajenación´. Así es como la actividad del trabajo se metamorfosea en su contrario: el `trabajo enajenado´. Lo que debería ser la expresión de la fuerza vital del ser humano, el trabajo, actividad productiva en la que el ser humano cambia el mundo, se convierte en un destino sufrido y en una experiencia de sumisión pasiva”.
Por ello, lamenta que lo que debería ser la ocasión de una experiencia de pasividad saludable, a través del descanso y el ocio, se convierta en uno de los pocos momentos activos del ser humano, donde el individuo vuelve a sentirse dueño de sí mismo. “Con el sufrimiento en el trabajo y el consumo frenético hasta el absurdo, nuestras sociedades no han contradicho los análisis del joven Marx. Por el contrario, el proceso ha empeorado cuantitativamente con el desarrollo tecnológico”, señala.
Por otra parte, Montecinos agrega que la crisis ecológica actual indica que la dinámica productiva que hemos desarrollado, que ha desembocado en un sistema capitalista carente de regulación suficiente y cuya tendencia se dirige a la acumulación excesiva de bienes y riquezas por parte de algunos individuos o grupos particulares, no ha tenido suficientemente en cuenta que el trabajo mismo es una relación natural ejercida por seres, que también son naturales, que dependen -en última instancia- de la naturaleza para poder subsistir.
“La conservación de la naturaleza es un imperativo, incluso, para poder seguir transformándola, por lo que es necesario fijar un límite al trabajo y distribuir la riqueza de un modo diferente al que lo hemos hecho. No podemos dejar de transformar la naturaleza para subsistir como especie, esto ya lo vieron los griegos con el mito de Prometeo, pero sí está en nuestro poder disolver las dinámicas de acumulación irracionales, que apuntan a una explotación ilimitada de los recursos, así como usar racionalmente los medios de producción, esas `herramientas´, que tienen un poder sobre la naturaleza pero que también encierran un peligro”, sostiene el académico de Filosofía UdeC.
No más identificación
En ese mismo sentido, la historiadora y Doctora en Estudios Americanos, Alejandra Brito, asegura que la forma como entendemos hoy día el trabajo es una construcción de la modernidad, y está directamente vinculada con las sociedades capitalistas que se construyen a partir del siglo XIX.
“Antes de ese periodo, la obtención de recursos que permitían la mantención de las familias y las comunidades era una actividad desarrollada preferentemente en el seno de la familia e involucraba a todos los miembros de ella. Con la modernidad se definen claramente espacios separados entre la familia, concebida dentro de un espacio privado, y el espacio público. Lo público, además de incluir el espacio de acción política que por naturaleza lo definía, incluyó el espacio productivo”, señala.
El trabajo, entonces, quedó en el espacio público, construyéndose lugares específicos para la producción, como fueron las fábricas. “En ese contexto, las personas van a construir su identidad al interior del espacio laboral, en tanto va a ser el lugar donde van a habitar la mayor parte de su tiempo. Desde ahí, además, se van a configurar los espacios de sociabilidad y de resistencia”, dice la académica de los departamentos de Sociología y de Historia de la Universidad de Concepción.
Para Brito es interesante reconocer que, al ser un espacio donde se configuraba casi todo el quehacer de la persona, también fue ahí donde se generaron las principales luchas sociales para mejorar las condiciones laborales y la calidad de vida de los y las trabajadoras.
“Eso permitió que hacia el siglo XX se avanzará en la lucha social, demandando mejores condiciones de trabajo y mayor igualdad ante la ley, lo que refuerza el sentido de identidad del trabajo, en tanto desde ahí se reconoce el espacio a partir del cual se viabiliza la posibilidad de darle a la familia mejores condiciones de vida”.
Es en ese contexto que ciertas prácticas, como las del paternalismo industrial, toman fuerza, dice. “Se reconoce la importancia que tiene el trabajo para los sujetos y para las empresas, generándose un marco de relaciones sociales que permiten una mayor identificación con la fuente del trabajo. La empresa por esa identificación y compromiso que se traduce en más productividad, retribuye al trabajador/a con prestaciones y beneficios, a través de un salario indirecto (casa, salud, escuelas, casinos, gimnasios, etc.). Esta identidad construida a partir del trabajo se va perdiendo con el modelo neoliberal actual”.
Posteriormente, la empresa dejó de ser el referente con el cual identificarse, porque esta identificación era producto del bienestar que el trabajo producía en las personas para desarrollarse más plenamente y darle a la familia una mejor condición de vida.
Alejandra Brito: “El gran desafío que enfrentamos las mujeres, enfrentadas al mercado de trabajo y al desarrollo de capacidades, es cómo conciliamos efectivamente ese desarrollo con las labores de cuidado y de reproducción. Todavía, para muchas de ellas, estos aspectos terminan siendo una enorme traba, frenando el desarrollo de las capacidades y las potencialidades que tienen”.
“Este bienestar en el modelo neoliberal termina siendo mercantilizado, se compra el bienestar en el mercado y eso indudablemente que cambia el sentido del trabajo. Así, más que pensar en el trabajo como una instancia en la cual se puede crecer y desarrollar, potenciando las capacidades, el trabajo se convierte en el mecanismo que permite obtener el dinero suficiente para comprar en el mercado los bienes y servicios que necesito y creo merecer”, señala Brito.
Y en ese paradigma empresarial, del trabajo asalariado y como medio para el consumo, hay un quehacer que es desestimado y no se le registra bajo las mismas normas que otros trabajos: se trata del quehacer artístico.
Para la artista visual y académica del departamento de Artes Plásticas de la Universidad de Concepción, Leslie Fernández, ello es producto de un problema de reconocimiento hacia estas labores, y comienza recordando que en Chile se está eliminando la educación artística de los colegios.
“Están quitando música, arte, todo ello, apelando a una cuestión funcional, a la necesidad de reforzar los conocimientos básicos o convencionales, pese a que las artes, la música, son otras maneras de poder acercarse a la historia, a la lógica, a las matemáticas. Por lo tanto, creo que es un error el que se disminuyan horas en la formación de estas disciplinas que, finalmente, sí son un aporte”, dice.
No se reconocen, entonces, los aportes que las artes realizan a la sociedad. “Es un no reconocimiento, de parte del Estado de Chile y desde hace un buen tiempo, a la gente que quiere dedicarse al arte. Ello hace que las personas abandonen estas labores, o lo hagan en tiempos breves, acotados, como complemento a otros trabajos, porque no se puede mantener económicamente de otra manera”, señala.
Por otro lado, el trabajo artístico no siempre es productivo como puede verificarse con otras labores. “No siempre uno va a estar pintando, dibujando, haciendo música… sin embargo, esos tiempos entre medio son también súper necesarios para poder seguir haciendo”, explica Fernández.
La artista e investigadora universitaria es codirectora del Encuentro Internacional Arte y Desindustrialización, que se inició un 1 de mayo, de 2018, en Tomé, tomando esta fecha como referente por su significado.
“Ahí apelamos a la desindustrialización y cómo eso también ha impactado el arte. De cómo hay tiempos en que ha habido mayor inversión o más apoyo al arte a partir de industrias que se comprometen en ello, o con las cuales algunos artistas pueden establecer ciertos vínculos”, dice. Más información sobre ello puede encontrarse en https://arteydesindustrializacion.hotglue.me/.
Alejarse del masoquismo social
Ese espacio de ocio, del que habla Fernández, el “tiempo entre medio” necesario en el trabajo artístico, parece contraponerse con la concepción de “alienación del trabajo”, contradicción que, dice Barranque, se expresa de forma muy interesante en la religión judeo-cristiana.
“Sabemos que los antiguos griegos y romanos despreciaban el trabajo, que era la actividad de los esclavos. La palabra `trabajo´ viene del latín `tripalium´, que era un instrumento de tortura. Esta etimología es explícita. Recordemos también que el trabajo es el castigo de Dios para Adán tras el pecado original: excluido del Paraíso terrenal, donde no le faltaba nada, Adán tiene que sufrir cada día trabajando para sobrevivir, y Eva es castigada con los dolores del parto”, señala.
Leslie Fernández: “Conmemorar el Día Internacional del Trabajo es un gesto político. Esta es una fecha fundamental para todos quienes somos trabajadores y de, alguna forma, vemos precarizada nuestra condición. Hay que conmemorar que somos parte de una sociedad, parte de un grupo humano con demandas, con necesidades”.
Sin embargo, el cristianismo ha formado parte de un largo proceso de revalorización del trabajo, desde la antigüedad hasta nuestros días. “El `Hijo de Dios´ nació en una familia humilde, predicó entre los humildes, que se salvan por la fe y no por su riqueza. El castigo del trabajo se convierte en el camino de la redención. En una sociedad esclavista como la del Imperio Romano, el cristianismo anuncia la igualdad espiritual ante Dios, lo cual es, por supuesto, una revolución sin precedentes”.
Montecinos sigue una línea similar al recordar que fue en la Modernidad cuando aconteció un cambio en la valoración del trabajo. “Ya en los albores de la Modernidad, con autores como Bacon, es posible apreciar un giro: el trabajo es, como dirá Hegel, una suerte de astucia frente a la naturaleza: conocemos sus leyes para aprovecharnos de ellas y que todo esto redunde en nuestro beneficio. Ciertamente, no podemos evitar el esfuerzo de trabajar, pero gracias a la ciencia y la tecnología podemos aminorarlo y generar mejores condiciones para nuestra vida”, señala.
Incluso, dice, podríamos llegar a ser reconocidos por ello: “ser trabajador es una virtud típicamente burguesa, no aristocrática. Hay un verso de `Las Campanas de Schiller´, recogido por el filósofo Andreas Arndt en su libro `El trabajo de la filosofía´, que refleja muy bien este cambio de paradigma: `Que el trabajo sea el ornamento ciudadano / la gracia el premio de su esfuerzo´”.
A juicio de Montecinos, Marx, como hijo de su tiempo, comparte en cierta medida esta visión optimista respecto de las potencias liberadoras del trabajo, pero no está de acuerdo con el modo en que este fue organizado por la burguesía. “Podríamos considerar que hoy en día ya no compartimos esa visión un tanto romántica del trabajo, tan propia de la burguesía incipiente, precisamente porque asistimos a un mundo en el que las consecuencias sociales y ecológicas del trabajo organizado según un modelo capitalista desregulado son parte de la experiencia cotidiana de muchos”.
En ese sentido, no sólo menciona el desempleo o la enajenación producto del trabajo, sino también el daño a nuestro propio entorno. “La actividad del ser humano en el planeta, puesta al servicio de una economía global que exige la extracción ilimitada de recursos que son, sin embargo, limitados, en lugar de liberarnos nos está condenando a vivir en un mundo más hostil y en el que cada vez sea más difícil tener condiciones de vida favorables. Un mundo donde el fantasma de la deuda asfixia nuestras vidas y donde el sentido del trabajo se convierte en poder pagarlas o vivir con el estrés de no poder hacerlo”, asevera y señala que no hemos tomado suficiente conciencia de ello.
Frente a la deshumanización que produce el trabajo, y la injusticia económica y social, Barranque señala que “necesitamos desarrollar otra relación con el cuerpo, que nos aleje del masoquismo social en el que vivimos. El gran coreógrafo Maurice Béjart retomó el antiguo concepto de `ascesis´, que significa: ejercicio, entrenamiento, disciplina; es decir, aprendizaje de una nueva `técnica del cuerpo´ que permite realizar nuevas posibilidades”.
Esto sería lo que hacemos en algunas actividades de tiempo libre, como aprender un instrumento musical o realizar deporte. “Béjart dijo del bailarín profesional que el florecimiento debe ser una ascesis, un desprendimiento que no es una coacción negativa como la mortificación, sino una `disciplina´ que `permite encontrar su mayor libertad´. Esta idea me parece tan acertada a nivel del individuo como a nivel de toda la sociedad”.
Ejercicio de reconocimiento
Frente a este panorama, ¿por qué es importante conmemorar el Día Internacional del Trabajo?
Fernández, sostiene que esta es una fecha fundamental para “todos quienes somos trabajadores y de, alguna forma, vemos precarizada nuestra condición. Hay que conmemorar que somos parte de una sociedad, parte de un grupo humano con demandas, con necesidades”.
Para ella, conmemorar el Día Internacional del Trabajo es un gesto político. “Somos parte de una sociedad, no estamos aparte. Aunque, como en muchas profesiones, haya algunos artistas con bastantes privilegios y que puedan vivir en una burbuja, creo que tiene que ver con ser parte de un engranaje de la sociedad y de una parte fundamental de ella también”.
Brito complementa: “la conmemoración siempre es un acto de memoria que nos sitúa en un ejercicio de reconocimiento de los caminos que debieron recorrerse para llegar hasta el estado donde estamos hoy”.
Por ello señala que lo que se recuerda en estas fechas son “las luchas del movimiento de trabajadores/as a lo largo de la historia, por el reconocimiento de un trabajo digno. Recordando a todos aquellos/as que quedaron en el camino en esa lucha. La memoria es un ejercicio que nos remite siempre hacia el futuro, ya que una sociedad sin memoria tiene poca capacidad para repensarse, al no reconocer las trayectorias que nos llevaron a estar en determinadas situaciones”.
Para ella, la existencia de días conmemorativos de la lucha de los trabajadores y trabajadoras es clave para repensar el mundo y las relaciones que queremos construir. “Más aún ahora, que estamos debatiendo acerca de un nuevo modelo de relaciones sociales que queremos construir, a partir de la instalación de la Convención Constitucional y la redacción de una nueva Constitución”.
Problemas de conciliación
El rol de las mujeres en el trabajo ha sido siempre un poco ambiguo. Desde el punto de vista de la conceptualización, dice Brito, el trabajo formal y remunerado ha aumentado desde el siglo XX.
“Sin embargo, también hay que considerar que el trabajo de las mujeres no siempre estuvo inmerso en un trabajo de carácter formal. El trabajo entendido como el mecanismo a partir del cual se generan recursos para la sostenibilidad de la familia, es un vínculo que las mujeres hemos tenido de manera permanente a lo largo de la historia, como es el caso de las mujeres que se organizan y venden comida o cosas hechas en el interior de su propia casa, para la venta en ferias y en comercios locales”, señala.
En ese sentido, el papel de las mujeres en el trabajo ha sido clave desde siempre en la historia. Según Brito, en la actualidad el trabajo de las mujeres ha tomado mucha mayor relevancia por varias razones, como el empobrecimiento de ciertos sectores, producto de las crisis económicas de las últimas décadas del siglo XX y los procesos de desarrollo desiguales a nivel mundial.
Los organismos internacionales han establecido que la posibilidad de salir de la extrema pobreza pasa, en gran medida, por el mayor apoyo a la inserción laboral de las mujeres como sostenedoras de las familias más pobres. “Desde esa perspectiva, ha habido políticas públicas para potenciar y favorecer el trabajo de las mujeres. A lo cual se suma la necesidad de ir avanzando en leyes que permitan conciliar el trabajo y la familia. En esto ha habido avances importantes, fundamentalmente por la lucha de los movimientos de mujeres y feministas. Sin embargo, aún hay problemas graves en la conciliación, sobre todo cuando se sigue considerando que la reproducción de la especie es una responsabilidad exclusiva de las mujeres”.
En ese escenario, dice, el “gran desafío que enfrentamos hoy día las mujeres, enfrentadas al mercado de trabajo y al desarrollo de capacidades, es cómo conciliamos efectivamente ese desarrollo con las labores de cuidado y de reproducción. Todavía para muchas de ellas, estos aspectos terminan siendo una enorme traba, frenando el desarrollo de las capacidades y las potencialidades que tienen”.