Hace un par de semanas se retomaron las clases presenciales en todos los establecimientos educacionales, lo que derivó en la visibilización de casos de violencia entre escolares y, también, entre apoderados. Tres especialistas comentan cómo la convivencia escolar influye en la calidad de la educación, y cuán necesario es gestionarla y recuperar el sentido humano de la educación.
Ximena Cortés Oñate
La violencia escolar, por sus implicancias, impacta a nivel mediático y llama la atención sobre determinados hechos que se viven en establecimientos educacionales. Pareciera ser que, luego de la pandemia y la escasa socialización, ésta se ha desatado aún más; no obstante, este no es un hecho ajeno a la sociedad actual.
Ya en el año 2017, según el sondeo realizado por el INJUV en esta materia, el 85% de los jóvenes chilenos entrevistados declaraba haber visto o escuchado algún episodio de bullying o acoso en su lugar de estudio.
A juicio del Doctor en Educación, Óscar Nail, hay cuatro problemas de convivencia a nivel escolar: los conflictos escolares, la disrupción del aula -interrupción de las clases por diversos motivos-, la indisciplina, que es la transgresión de normas y, en cuarto lugar, la violencia escolar, que es lo más grave.
Especialista en gestión de la convivencia y prevención de la violencia, Nail señala que la violencia en el ambiente escolar tiene un efecto expansivo. “Cuando aparece un episodio en un colegio, tiñe a toda la escuela, respecto de su prestigio y otros efectos colaterales. Indudablemente, los últimos episodios están en ese contexto y la violencia también tiene más visibilidad en medios y redes sociales”, dice el actual decano de la Facultad de Educación de la Universidad de Concepción.
Ante la pregunta de qué papel ha jugado la pandemia en esta situación, si bien Nail concuerda con la hipótesis de que el encierro no permitió el desarrollo de habilidades sociales y que, por lo tanto, existe una falta de experiencia de la convivencia social -lo que favorecería la explosión de la violencia-, asegura que este no es un efecto sólo de los niños, sino que de la sociedad en general, ya que todos estuvimos encerrados. De todas formas, dice, hay investigaciones que están en curso, por lo que no se puede asumir que sólo ese factor está influyendo hoy día.
Por su parte, la doctora en Sicología Claudia Pérez-Salas señala que, si bien el acoso y el ciberacoso son dos fenómenos que, lamentablemente, tienen alta incidencia en los años escolares, las investigaciones internacionales realizadas durante 2020 mostraron un descenso del bullying en las escuelas (acoso en persona) debido a la realización de clases remotas de emergencia.
La académica del departamento de Psicología de la Universidad de Concepción agrega que, “interesantemente, también se redujo el ciberbullying (acoso a través de redes sociales), pese al miedo inicial de los adultos de que el mayor tiempo de conexión podría generar mayor violencia a través de medios digitales”.
Este hallazgo, sostiene Pérez-Salas, corrobora la evidencia reportada por las investigaciones previas: rara vez el ciberbullying se da de manera independiente del bullying presencial. “Al existir menor contacto cara a cara (o ausencia de contacto) producto de la educación remota de emergencia, el bullying en persona disminuyó y, consecuentemente, también el ciberbullying durante la primera etapa de la pandemia”.
Por otra parte, dice, lo que estamos viendo actualmente, respecto a un “aumento de la violencia” con el retorno a la educación presencial, podría no necesariamente deberse a que el bullying haya aumentado significativamente, sino que “se haya retornado a los niveles pre-pandémicos habituales. Por ello, su descenso durante la educación remota nos lleva a percibir un aumento significativo respecto a los años anteriores. Esto no lo sabremos hasta que haya estudios que comparen los niveles iniciales y actuales de estas conductas”.
De todos modos, la sicóloga no descarta que existan algunos episodios de violencia intensos relacionados “con el estrés vivido ante el retorno a la escuela después de prácticamente dos años de educación remota”.
Retornar a la presencialidad, sostiene, impone desafíos de adaptación tanto para los estudiantes como para las comunidades educativas en general.
“Durante estos últimos años, muchas personas han experimentado agotamiento físico y emocional, incertidumbre y desesperanza, siendo esto más acusado en la población infantil y adolescente. Este grupo se encuentra en una etapa de formación como seres humanos por lo que el confinamiento puede haber afectado su bienestar y sus relaciones con los otros, especialmente a aquellos escolares con condiciones previas de vulnerabilidad psicológica. De este modo, el esfuerzo de adaptación a la nueva rutina presencial, sumado a los efectos negativos que puede haber dejado la pandemia sobre su propia salud mental, podrían contribuir a respuestas violentas o poco ajustadas”, señala Pérez-Salas.
Una mirada al fenómeno desde la educación para la ciudadanía es la que propone el profesor de la Facultad de Educación UdeC, Bastián Torres. “En la escuela se ponen en práctica distintos conceptos de libertad y autoridad, conjugándose sus interrelaciones por primera vez. También se accede a distintas visiones de sociedad, pero, por sobre todo, se rompe con la incondicionalidad del hogar y se accede a un nosotros que es base de la sociedad”, señala.
En ese sentido, para él no existe duda de que la pandemia ha tenido efectos en los procesos de subjetivación y socialización de niños, niñas y adolescentes: “los procesos de enseñanza-aprendizaje llevados a cabo en la virtualidad (o en la educación a distancia), muy difícilmente pudieron profundizar en el desarrollo de actitudes o valores, como el respeto, la tolerancia o el diálogo”.
Por ello, se manifiesta convencido de que uno de los principales desafíos del sistema educacional actualmente -en la pospandemia- es “recuperar el sentido humano de la educación y proponer una idea de sociedad convocante”.
De acuerdo a ello, ¿son suficientes una normativa de convivencia y una política de inclusión para asegurar una sana convivencia entre estudiantes?
“Las normativas de convivencia escolar son orientaciones y reglas para una sana vinculación al interior de las escuelas”, dice Pérez-Salas. Si ello no se traduce en acciones concretas de la comunidad educativa para fomentar el respeto, la participación, y la aceptación de cada uno de sus integrantes, señala, no se logrará instaurar una cultura de paz al interior de los establecimientos.
“No sirve predicar el buen trato si el estudiante percibe que es tratado con indiferencia o de una manera poco respetuosa por los adultos de su comunidad educativa”, sostiene la sicóloga.
Para Torres, la experiencia nos muestra que “más allá de lo persuasivo, las normativas no son suficientes para construir una cultura de la convivencia escolar que se fundamente en la dignidad y en el respeto al resto”.
A su juicio, la inclusión es hoy el paradigma de la educación. “Con ello se busca que la institucionalidad educativa y sus actores reconozcan, respeten y valoren todas las diversidades. Para que estas políticas sean significativas para las comunidades educativas, se requiere que se construyan con todos y todas, con espacios para la participación y la deliberación a nivel, tanto en el aula como en todo el espacio escolar”.
Nail va más allá. Para él, las normativas escolares son dinámicas que dan cuenta de los acontecimientos conductuales que están ocurriendo en el momento, por lo que hay que ir adelantándose a las cosas que puedan ir apareciendo, para saber cómo enfrentarlas. Por ejemplo, dice, “nadie hubiese pensado hace 30 años que íbamos a tener que normar sobre el uso de los celulares”.
Sin embargo, sostiene, el problema no es tener o no normas, sino cómo gestionarlas. Ahí, coincidiendo con Torres, señala como importante “que las normas escolares sean reflejo de algo que esté consensuado en la comunidad, con los padres, estudiantes y profesores; de manera que las normas se puedan cumplir y sean realistas”.
De lo contrario, dice, si son impuestas, podemos tener un perfecto reglamento que nadie lleva a cabo. “Una de las labores importantes respecto de las normas es democratizarlas, gestionarlas para que sean fruto de la participación de los actores y tengan validez”.
Entonces, ¿cómo es posible lograr una convivencia escolar sana e inclusiva?
Para Nail, la convivencia es un proceso de construcción, nunca está completamente realizada. “El término convivencia, específicamente, significa la interrelación entre pares; tiene que ver con un factor de relaciones interpersonales, tanto entre alumnos, entre profesor-alumno, entre profesores, entre profesores y pares, y entre profesores y directivos”, explica.
Así, se trataría de un entramado humano con una diversidad de conexiones dinámicas. “Por ejemplo, los niños van creciendo en edad, pero también van creciendo sicológica y socialmente, eso es un desafío para el sistema escolar y para el sistema educacional”.
En ese sentido, Torres señala que “educar para la democracia debe ser, hoy, la preocupación del mundo educativo y escolar. Para John Dewey, por ejemplo, la democracia es un `modo de vida asociada´ en la que los ciudadanos cooperan entre sí para solucionar sus problemas comunes a través de vías racionales (como la indagación y la experimentación), en un espíritu de respeto mutuo y de buena voluntad”.
Por ello, sostiene que la tarea es difícil porque pareciera que se le pide a la escuela que transmita estas ideas a las nuevas generaciones y, al mismo tiempo, la sociedad se aleja de esta creencia democrática.
Pérez-Salas también plantea que la participación y la educación para la democracia son claves para lograr la convivencia escolar. Al respecto, dice, “las comunidades educativas deben orientarse a fomentar una cultura de respeto al interior del establecimiento en distintas esferas: entre estudiantes, entre docentes y estudiantes, entre docentes, entre apoderados y docentes. Todo ello permitirá que los lazos de la comunidad educativa se fortalezcan y puedan servir como factor protector y de apoyo para cada uno de los individuos que la componen”.
Nail agrega que la convivencia se logra gestionando permanentemente la construcción de ella para prevenir la violencia, que sería una consecuencia de una mala convivencia. “Esta construcción tiene que ver con estar siempre atendiendo cómo se dan los factores de interrelaciones personales. Hay una convivencia visible y una convivencia invisible, ésta última corresponde a lo que están pensando los estudiantes, qué se están diciendo por las redes sociales o fuera de las salas y cómo se organizan los grupos en las relaciones informales”, dice.
A su juicio, esa convivencia invisible es muy importante para prevenir la violencia y demuestra que todos esos factores tienen que ver con participación y con la existencia, al interior de los establecimientos, de organismos orientados a esta función. También, asegura, hay que crear unos buenos sistemas de tutorías, de entrevistas, ojalá tener en entrevista a todos los alumnos para poder conocerlos realmente y saber qué está ocurriendo en su vida cotidiana.
Existen varios estudios nacionales y mundiales que correlacionan el clima de convivencia con el desarrollo de aprendizaje: a mejor convivencia, mejor aprendizaje. Eso, dice Nail, sucede cuando los colegios tienen buenos sistemas disciplinarios y formativos, y sobre todo una buena calidad de relaciones socioemocionales entre sus actores.
“Un mejor aprendizaje se da cuando los estudiantes están en mejores condiciones socioemocionales para aprender, por ejemplo: se llevan bien con su profesor, tienen la capacidad de preguntar, no se sienten discriminados en el establecimiento, se sienten escuchados, acogidos y valorados”, señala.
En ese sentido, explica que, desde el punto de vista de la calidad de la educación, hay que entender que la calidad no es solamente aprender matemática, aprender lenguaje o aprender historia y tener buenas notas. “La calidad también es la capacidad de poder sentirnos bien en un espacio de relaciones, llevarnos bien con otras personas y, finalmente, tener un niño feliz dentro del sistema escolar”.
Torres lo complementa: “una de las dimensiones del derecho a la educación es la aceptabilidad, es decir, que el fondo y forma de la educación sean aceptables y acordes con la dignidad de los estudiantes y docentes”.
Para él, el acceso a la educación debe acompañarse de programas y ambientes de estudio libres de violencia, burla o malos tratos. “De no ser así, es muy difícil que podamos hablar de una educación de calidad que promueva aprendizajes pertinentes y relevantes para la vida de las y los alumnos”.
Libros recomendados:
–Gestión de la convivencia y afrontamiento de la conflictividad escolar y el bullying, Francisco Córdoba, Rosario Ortega y Óscar Nail, eds. Ediciones RIL, 2016.
–Acoso escolar, ciberacoso y discriminación, educar en diversidad y convivencia, Antonio Rodríguez y Rosario Ortega. Editorial Catarata, 2017.
–Gestión y liderazgo en el ámbito de la convivencia escolar, Óscar Nail, Carles Monereo, eds. Ediciones RIL, 2018.
–Democracia y educación, John Dewey. Ediciones Morata, 2004.
–Escuela y Formación Ciudadana: temas, escenarios y propuestas para su desarrollo, Carlos Muñoz y Bastián Torres, eds. Editorial UdeC, 2019.