Darwin: fuente de inspiración para múltiples disciplinas
20 de Marzo 2022 | Publicado por: Ximena Cortés Oñate
El 19 de abril se cumplen 140 años de la muerte de Charles Darwin, quien sigue siendo considerado como uno de los científicos más influyentes de los tiempos modernos, mientras la teoría de la selección natural ha tenido un efecto verdaderamente revolucionario en la práctica de la reflexión filosófica. En tiempos de virus y pandemia, la vigencia de su trabajo ha sido fundamental para comprender y predecir la evolución del coronavirus y diseñar las estrategias sociales y vacunales para combatirlo.
Ximena Cortés Oñate
En tiempos de crisis, como los que vivimos hoy, los conceptos de evolución y supervivencia del más apto parecen recuperar su sentido y sirven, incluso, para bromear respecto de quien prefiere no creer en algunas normas.
A poco más de 150 años desde la publicación de su libro “El origen del hombre”, Charles Darwin sigue siendo considerado como uno de los científicos más influyentes de los tiempos modernos y su “teoría de la evolución de las especies”, el hito que marca un antes y un después en la historia de la ciencia. No obstante, hay mucha más complejidad que considerar.
Desde la filosofía, Julio Torres señala que las ideas centrales de Darwin están vigentes, al igual que la modernidad de su modo de argumentación científica. No obstante, dice el Director del programa de Magíster en Filosofía de la Universidad de Concepción, “él desconocía el origen de las variaciones que hacen posible que exista evolución por selección natural. En la primera parte del siglo XX se descubrió la naturaleza molecular del origen de los rasgos biológicos. Hoy también surgen propuestas divergentes al modelo clásico darwiniano que dan también relevancia explicativa a la evolución puramente aleatoria, es decir, no dirigida por procesos de selección”.
Es que, la visión de la evolución como la supervivencia del más apto es la perspectiva clásica de la evolución que inaugura Darwin en “El origen de las especies”, al proponer la teoría de la selección natural. Al respecto, la filósofa española Laura Nuño de la Rosa plantea que “las diferencias adaptativas entre los organismos son, sin duda, un motor esencial de la evolución y continúan conformando el núcleo de las explicaciones de los procesos evolutivos que encontramos en la biología actual”.
No obstante, la investigadora de BioKoinos -grupo de investigación en Filosofía de la Biología de la Universidad Complutense de Madrid- sostiene que, en las últimas décadas, la teoría evolutiva ha experimentado desarrollos empíricos y conceptuales que nos devuelven una visión de la evolución mucho más compleja: “la teoría de la deriva genética otorga un papel protagonista al azar y no tanto a las necesidades adaptativas; la teoría endosimbiótica ha puesto de manifiesto la importancia de la cooperación frente a la competición individual; la biología evolutiva del desarrollo o evo-devo ha subrayado que las variaciones sobre las que trabaja la selección natural están condicionadas por los sistemas embrionarios y que, por lo tanto, no todo es posible en evolución”.
Nuño de la Rosa agrega que hoy sabemos también que la herencia no es sólo genética, sino que la herencia epigenética (donde interactúa además el factor ambiental) juega un papel importante en la evolución. “La teoría de la construcción de nicho nos dice que los organismos no son sujetos pasivos de la selección, sino que contribuyen activamente a la construcción de su entorno y modifican así las presiones selectivas a las que están sujetos… En general, todos estos desarrollos parecen apuntar a que los organismos, en interacción con su entorno ecológico y otros organismos, tienen un papel mucho más activo en la evolución de lo que suponía al menos la interpretación neodarwinista de la teoría de la selección natural”, señala.
Huérfanos evolutivos
Comúnmente se asocia a Darwin exclusivamente con el principio de selección natural (descubierto también, y de manera independiente, por Alfred Russel Wallace, en 1858).
Para Torres, sin embargo, tan importante como este principio para la teoría evolutiva, es la hipótesis de que la vida tiene un único ancestro común universal.
“Darwin resulta especialmente convincente en su momento histórico porque logró una síntesis entre dos modos de pensamiento que se disputaban la explicación de la complejidad de la forma orgánica: el pensamiento formalista y el pensamiento funcionalista. Los formalistas argumentaron que Dios creó un número limitado de arquetipos o formas platónicas que eran ejemplificadas por todas las especies que comparten relaciones de semejanza profunda o `verdaderas afinidades´ (las homologías). Los funcionalistas, en cambio, sostuvieron que Dios creó, de manera independiente, a cada especie adaptada de manera singular y casi perfecta a sus condiciones de vida”.
El filósofo señala que esas adaptaciones eran, justamente, una prueba para la teología natural de que las especies no surgieron de las fuerzas ciegas de la naturaleza, sino que fueron diseñadas por un creador.
“Darwin explica las homologías de manera simple y científica: esas estructuras comunes que comparten, por ejemplo, todos los vertebrados, constituyen la forma conservada de un ancestro común”, dice. Por lo tanto, agrega, aceptar esta idea produce un quiebre revolucionario en el pensamiento humano: “Abre un horizonte para la temporalidad y para la eficacia de los procesos graduales, que es inabarcable para nuestros hábitos mentales, que fue también inconsistente en su momento con los presupuestos teológicos y filosóficos del mundo y de la existencia humana”.
Según Torres, las evidencias del ancestro común son, por sí mismas, evidencias de que hay evolución. Pero Darwin, continúa, incorpora también el pensamiento funcionalista en su teoría proponiendo una explicación científica de la adaptación.
“En su teoría ya no se requiere un diseñador para las intrincadas adaptaciones de los organismos. Estas se explican por un mecanismo selectivo ciego, es decir, que carece de propósito o finalidad (o teleología). Los filósofos hoy debaten acerca de si Darwin propone una redefinición de la teleología en términos de mecanismos evolutivos naturalizados o si simplemente elimina la teleología como recurso explicativo de la adaptación, tal como lo hizo la ciencia natural moderna respecto de la explicación del movimiento en el mundo físico”.
Sin embargo, cree Torres, ambas interpretaciones no dejan espacio a la visión de la diversidad de la vida como diseñada por un creador benevolente y omnisciente.
Entonces, ¿cómo la teoría de la selección natural permite explicar la teoría del comportamiento humano? Nuño de la Rosa sostiene que la sociobiología y la sicología evolutiva llevan a sus últimas consecuencias el proyecto que Darwin bosqueja en “El origen del hombre”, y tratan de explicar ciertos rasgos del comportamiento humano, como el comportamiento sexual, la agresividad o el cuidado de las criaturas, como resultado de la selección de esos comportamientos en los orígenes evolutivos de nuestra especie.
“Por ejemplo, los hombres tenderían a ser promiscuos porque sería la mejor estrategia evolutiva teniendo en cuenta la gran cantidad de espermatozoides que producen a lo largo de su ciclo vital, mientras que las mujeres tenderían a ser más selectivas con sus parejas porque, como tienen un número limitado de óvulos y además van a invertir mucho en sus crías por el embarazo y la lactancia, deberían elegir bien a quién deciden entregar sus óvulos”, señala la filósofa española.
Para ella, este tipo de explicaciones tiene muchos problemas: primero, dice, “incluso asumiendo que pudieran ofrecerse explicaciones adaptacionistas de comportamientos concretos (y que se probase que estos rasgos tuviesen una base genética y que hubiera selección específica), tenemos que tener en cuenta que la aptitud de un rasgo (es decir, que sea mejor o peor) es siempre relativa a un contexto ecológico”.
En ese sentido, explica que la información del contexto social en el que habitaban los primeros homo sapiens, hace unos 300.000 años, es extremadamente pobre, por no decir inexistente, lo que hace que este tipo de hipótesis sea altamente especulativa.
“En otras especies tenemos la ventaja de que pueden hacerse inferencias a partir del comportamiento de especies filogenéticamente cercanas (por ejemplo, los lobos y los perros), pero los seres humanos somos `huérfanos evolutivos´; no tenemos especies filogenéticamene cercanas, como en su día los neardentales, que hayan sobrevivido”, señala Nuño de la Rosa.
Por otra parte, continúa, las especies de primates hace demasiado tiempo que se separaron de nuestro ancestro común como para poder hacer inferencias fiables a partir de sus comportamientos.
“Sin embargo, la objeción más seria viene de la psicología cognitiva: los rasgos cognitivos humanos no son rasgos independientes, sino que están altamente integrados. Por ejemplo, los rasgos cognitivos que hacen que alguien sea bueno contando cuentos, son los mismos que te hacen ser mejor en la caza, por la capacidad de improvisación, de idear estrategias alternativas en función del contexto, etc. Siendo así, parece poco plausible que podamos explicar nuestros comportamientos como el resultado de historias adaptativas independientes entre sí”, sostiene.
Darwin en la pandemia
Si bien Torres es escéptico con la suerte de “veneración” que se dice habría hacia Darwin, Nuño de la Rosa sí la reconoce y cree que “ha de explicarse más en el marco de la sociología de la ciencia que de la ciencia misma. Ningún físico se siente en la necesidad de advertir, antes de empezar a hablar, de que es un gran admirador de Newton o de Einstein. Sin embargo, la mayoría de los trabajos que se distancian en algún sentido de la teoría neodarwinista parten del reconocimiento reverencial a la figura de Darwin y no dejan de subrayar la compatibilidad de sus tesis con los escritos del maestro”.
Las razones sociológicas a las que responde este patrón serían, en concreto, la necesidad de defender a la biología evolutiva de los ataques del creacionismo, o “de la teoría del diseño inteligente, que es un movimiento organizado y muy potente, sobre todo en Estados Unidos, que utiliza cualquier debate interno en biología evolutiva para cuestionar la evolución misma. También creo que juega un papel no desdeñable la fragilidad del estatuto epistemológico de la biología en comparación con otras ciencias naturales como la física o la química”.
A su juicio, la teoría de la selección natural es la única teoría general que unifica aspectos muy diversos de la realidad biológica, y “eso parece obligar a los biólogos evolutivos a defenderla, a ella y a su creador, de cualquier amenaza que pueda poner en riesgo el propio estatus científico de la biología”.
Para Torres, en tanto, Darwin, al igual que otros grandes representantes de la ciencia moderna, goza de un reconocimiento cultural que está acorde a sus logros científicos. “Como todos los seres humanos, es también el producto de su momento histórico. No quedó completamente ajeno a los sesgos de su cultura victoriana y a las influencias de las ideas de progreso y libre comercio surgidas con la revolución industrial”, sostiene.
Su pertenencia a una clase social privilegiada le permitió dedicarse por completo a su vida científica lo que, además, dice Torres, le facilitó establecer relaciones sociales significativas incluso para el éxito cultural de sus propuestas científicas. “Estos y otros aspectos de su vida han sido objeto de investigación en la historia y filosofía de la ciencia que se preocupa de examinar cómo los factores externos o culturales influyen los valores científicos”.
Así y todo, la vigencia de sus investigaciones, sobre todo de su teoría de la selección natural, ha sido fundamental para comprender y predecir la evolución del coronavirus y diseñar las estrategias sociales y vacunales para combatirlo.
“Todos nos hemos familiarizado, en estos dos años, con las nociones de variación genética aleatoria y reproducción diferenciada de aquellas variantes del virus original capaces de infectar y, por ello, multiplicarse, con mayor velocidad. Este comportamiento obedece sin duda al proceso de evolución por selección natural descubierto por Darwin que requiere variación heredable con diferencia en eficacia”, dice Torres.
Por su parte, Nuño de la Rosa explica que, en el marco de una visión más dialéctica de la relación entre los organismos y su entorno, esa teoría de Darwin “nos permite también comprender cómo en una pandemia lo social y lo biológico están profundamente entretejidos: cómo la tasa de contagios y de letalidad de un virus dependen de la estructura demográfica y social, los sistemas de salud o los hábitos sociales de las poblaciones y cómo la intervención en cualquiera de estos parámetros modifica las presiones selectivas”.
La teoría de la selección natural, dice, subraya también que nuestra historia evolutiva no es independiente de la de otras especies y, en particular, de los microorganismos con los que habitamos. “La evolución es siempre coevolución y en ella entran en juego multitud de presiones selectivas en direcciones muy diversas y a todas las escalas de la organización biológica”, concluye.
Germen de nuevas disciplinas
En “El origen del hombre”, publicado en 1871, Darwin aplica, a nuestra especie, las dos grandes tesis defendidas en “El origen de las especies”: la tesis de la ascendencia común y la teoría de la selección natural.
Nuño de la Rosa explica que la primera supone el reconocimiento de nuestra relación histórica con todas las especies que habitan el planeta y, en particular, con aquellas filogenéticamente cercanas, como los primates.
“Comprender que no somos el resultado aislado de un acto creador, sino el producto de una larga historia que nos entrelaza con otros animales, tuvo consecuencias antropológicas cuyo alcance todavía estamos vislumbrando”, señala la filósofa.
Por otra parte, dice, “la segunda tesis que Darwin ensaya en `El origen del hombre´ consiste en aplicar la teoría de la selección natural a la explicación no solo de nuestros rasgos morfológicos y fisiológicos, sino también de la sicología y la organización social de nuestra especie. Esta tesis será el germen de nuevas disciplinas como la sociobiología y la sicología evolucionista, que explicarán precisamente aspectos importantes de nuestro comportamiento y nuestras disposiciones psicológicas como resultado de la adaptación al entorno que habitaron nuestros ancestros”, sostiene.
Darwinismo generalizado
La filosofía de la biología nace apegada a los debates teóricos que dieron lugar a la fundación de la Síntesis Moderna en los años sesenta, del siglo pasado. Así lo señala Nuño de la Rosa, para quien, la reflexión filosófica en torno a la teoría de la selección natural ha jugado un papel casi fundacional en esta disciplina.
“La discusión filosófica sobre la selección natural ha concernido tanto al estatuto epistemológico de la teoría (¿es la teoría de la selección natural una teoría como lo es la teoría de la relatividad especial? ¿es la selección natural una fuerza o más bien una suma estadística de las interacciones particulares de los individuos en un entorno ecológico concreto?) como a cuestiones de naturaleza más ontológica: ¿qué es la aptitud o fitness? ¿puede la teoría de la selección natural dar cuenta de las funciones biológicas?”, explica la filósofa.
Por otro lado, dice, la teoría de la selección natural ha servido de fuente de inspiración para un darwinismo generalizado que ha tratado de dar cuenta de otras muchas esferas de la realidad, como la sicología, la moral o la evolución cultural, lo cual, a su vez, ha desatado nuevos debates filosóficos. “En ese sentido, la teoría de la selección natural ha tenido un efecto verdaderamente revolucionario en la práctica de la totalidad de la reflexión filosófica”.
Libros recomendados
Charles Darwin. El poder del lugar, Janet Browne. PUV, 2009.
El Misterio de los Misterios. ¿Es la evolución una construcción social?, Michael Ruse. Tusquets, 2001
La estructura de la teoría de la evolución, Gould, Stephen Jay. Tusquets, Barcelona, 2004