En febrero se cumplieron 55 años desde el suicidio de Violeta Parra. Además, este 2022 se recuerdan 64 años desde su estadía en Concepción, momento de gran intensidad para la artista y que marca un tránsito en su proceso creativo, desde las Anticuecas a El gavilán. Dos especialistas reflexionan sobre la vigencia de la obra y la proyección de su paso por esta ciudad.
“Corderillo disfrazado de lobo”, la llamó su hermano Nicanor. En su círculo de congojas, pero también de vitalidad máxima, Violeta Parra transita entre su ser lobo y un tierno cordero, desde su “Gracias a la vida” a un “Maldigo del alto cielo”, donde arremete contra lo mismo que agradece en la primera.
Su figura, vigente como nunca en la actualidad, sigue develando aristas menos conocidas y que no hacen más que confirmar su esencia de artista innovadora, adelantada a su época, y visionaria como nadie en la necesidad de resguardar la memoria de la cultura popular.
Su estadía en Concepción, a mediados del siglo pasado, es uno de esos pasajes que no se conocía plenamente. El libro “Violeta Parra en Concepción y la Frontera del Biobío: 1957-1958”, de Fernando Venegas Espinoza, ha permitido ver cómo ese capítulo en la vida incide en su obra, y en las redes que establece con muchos de los grandes intelectuales y creadores que confluyeron en esta ciudad durante ese período, del cual este 2022 se enteran ya 64 años.
Para la directora del Museo Violeta Parra, Cecilia García-Huidobro, ese libro contribuyó notablemente a ampliar el conocimiento sobre Violeta Parra, desde la academia. “La Universidad de Concepción creó la Cátedra Violeta Parra (al alero de la Vicerrectoría de Vinculación con el Medio y la Facultad de Humanidades y Arte) y, en conjunto con el Museo, hemos creado el premio anual a la mejor tesis sobre la artista. En las dos versiones pasadas han llegado excelentes trabajos que muestran que es objeto de interés a la hora de investigar. Nos resulta tan familiar su figura que no nos damos cuenta de todo lo que aún falta por saber. Pienso que hay un interés creciente, no solo en Chile, por estudiar e investigar temáticas relativas a su vida y obra”.
A su juicio, su obra se consolida cada día más y el Museo ha contribuido a posicionarla como una artista integral, que expresó su universo creativo en distintos formatos (poesía, música, arte). “Este año, enviaremos tres arpilleras a la Bienal de Arte de Venecia; el encuentro de arte contemporáneo más importante del mundo. Es decir, su mensaje encuentra eco en las nuevas generaciones porque es atemporal”, señala la magister en Literatura Hispanoamericana.
Con ella concuerda Venegas, para quien la obra de Violeta está más vigente que nunca, en todos sus planos: en lo musical, a través de sus composiciones, y en lo plástico, con sus arpilleras.
“La vigencia radica, por una parte, en que ella alcanzó una universalidad con sus creaciones. Alcanzó un estatus universal. Son pocos los autores, autoras, que lo logran. ‘Gracias a la vida’ o ‘Volver a los diecisiete’ se relacionan con su pensamiento, pero tienen ese estatus universal y, en cualquier parte que se interpreten, van a alcanzar esa fibra que tiene que ver con el género humano. Quizá es porque ella se instaló, en el ámbito creativo, dentro del canto a lo humano, a lo divino, que estaba dentro de esa hebra universal. Yo la considero una genio, desde ese punto de vista”, señala el director del Departamento de Historia y del Programa de Doctorado en Historia de la Universidad de Concepción.
Como una de las iniciadoras de la Nueva Canción Chilena, que se hace cargo de temáticas sociales, la obra de Violeta denuncia problemáticas completamente vigentes en la actualidad. “No se puede dejar de pensar en la sensibilidad de la creadora, pero con la tristeza de que aún esos temas estén presentes en nuestra sociedad. Cuando ella escribe ‘Arauco tiene una pena’, tanto en la letra de su poesía como en su interpretación musical, se da uno cuenta de la vigencia de las problemáticas, que vienen desde siglos y que, ella dice, ‘hoy son los propios chilenos’ los que las causan. Y eso no es una simplificación, sino que tiene una gran profundidad y lamentablemente vigente, porque podría ser parte de nuestra historia”, dice Venegas.
Por eso, junto con la admiración hacia la artista, lamenta que sea así. “Ojalá solo fuera el retrato de una época o de un momento pasado. En todo caso, ahora aspiramos a que, con el proceso constituyente, haya transformación o cambio, y que se respete la plurinacionalidad”.
Tanto Venegas como García-Huidobro coinciden en la condición de artista integral de Violeta Parra, quien se expresó a través de todas las herramientas que tuvo a su alcance.
“Por ejemplo, es poco conocido su rol de ceramista puesto que han sobrevivido muy pocas piezas. Hay que entender que su incansable labor de recopiladora se funde con su proceso creativo. Es muy bonito que, primero, se dedica a escuchar al otro y a desenterrar el folklore y, luego, expresa su propia voz. Sus creaciones nacen de una profunda conexión con las raíces. Ella siempre señaló que todo lo que hacía era para la gente, que ese era el material ‘que forja mi canto’. No puede compartimentarse; hay que entenderla como un todo. Ahí radica su genialidad”, señala la directora del Museo.
Ya sea como creadora o en su labor de rescate del folclore, ella fue brillante pero, además, es importante destacar su trabajo como algo completo, que integra todos esos aspectos. “Ella iba a recopilar; llevaba una grabadora con la que entrevistaba a las personas, pero estaba también preocupada de rescatar una décima, una poesía, una historia, la música. Está preocupada de rescatar todo, y eso después lo va transcribiendo, contando esas historias con mucho respeto, con mucho cuidado”, dice Venegas. Esas cintas, agrega, están perdidas, pero no pierde la esperanza de que se puedan encontrar.
Esa labor fue tremenda, continúa el historiador, pero también destaca cómo de ella se nutre su capacidad creadora: “uno vuelve a pensar en canciones como ‘Casamiento de negros’ o ‘El sacristán’, que tienen que ver con su tarea de recopilación, pero, al mismo tiempo, están ‘Volver los diecisiete’ o ‘La jardinera’ que son composiciones propias, de proyección universal. De lo sencillo, a su vez, se expresa lo profundo”, dice. “No es casualidad que el filósofo más importante que tenemos en Chile hoy sea, precisamente, como él mismo lo ha reconocido, uno de los discípulos de Violeta Parra. Me refiero a Gastón Soublette”.
Cuando Violeta Parra llega a Concepción, el mundo estaba en plena Guerra Fría. Ella arriba en mayo de 1957, viene a dar un recital y termina siendo contratada por la Universidad de Concepción, en esa feliz confluencia de voluntades, entendimientos e intelectuales que se dio por esos años en la ciudad.
“Ella vino a Concepción por una mezcla de situaciones personales y laborales. Estaba recopilando la cultura mapuche y, para ello, iba a Lautaro a `arrucarse´, como dice. Pasa entonces por esta ciudad y ve acá una posibilidad. En Concepción pasaban muchas cosas, muy relacionadas con la extensión universitaria, que era como el principal espacio en que la cultura se divulgaba en ese entonces”, explica Venegas.
El Rector David Stitchkin, el poeta Gonzalo Rojas y María Molina, jefa del departamento de Extensión de la Universidad, eran parte de las personalidades que posibilitaron la venida y estadía de Violeta en la casa de estudios.
“El Rector Stitchkin es quien propicia que las cosas pasen. Él tuvo la habilidad, como director de orquesta, de sacar lo mejor de cada uno de los diferentes actores de la Universidad de Concepción. Abre espacios a la cultura, el folclore, las humanidades. En ese momento llega Violeta, para quien su principal preocupación era la recopilación del folclore, hoy cultura popular. Ella quería instalar esa temática en la academia, pero en la Universidad de Chile no lo había logrado; sólo había conseguido que la contrataran para la extensión, en las actividades de temporada, escuelas de invierno, de verano, etc. No había logrado un contrato permanente”, recuerda el historiador.
A instancias de Gonzalo Rojas y de Nicanor, su hermano, ella consigue eso en la Universidad de Concepción. En ese contexto ella llega a esta ciudad y se inserta en la vida universitaria con el proyecto de un museo de arte folclórico.
“Ella tiene esa idea muy rupturista, innovadora, que no tenía relación con el concepto de museos que se concebía en esa época, como un lugar que se llenaba de objetos antiguos. Era un concepto muy moderno, muy contemporáneo. Quería un espacio para la extensión, para la investigación, fundamentado en la recopilación de la memoria viva. También quería una sala con objetos materiales. Cuando arma el museo lo hace con estos objetos, que no se habían visto acá. Sorprendió a la gente porque visibilizó al pueblo”, recuerda Venegas.
Como todo en su vida, vio una oportunidad en esta ciudad y la supo aprovechar. Durante su estadía se relacionó además con arquitectos, con artistas, con intelectuales, con escritores, con artistas, con grabadores… se interesó en el tema de la plástica. “No es casualidad que luego de su partida de Concepción se abra a nuevos campos creativos”, señala.
Ella estuvo en la ciudad hasta mediados de 1958. Luego retornó para la Escuela de Verano de 1960. A juicio de Venegas, la proyección de esa estadía en Concepción es que en ese período se movió fundamentalmente entre dos ámbitos.
“Por un lado, está en ese período en una época creativa que yo la sintetizo en la transición de las Anticuecas a El Gavilán, que ella compone a mediados de 1958. Pero, además, está en una época de recopilación muy importante. Ella había recopilado todo lo que era la cultura popular de las afueras de Santiago, el canto a lo humano y a lo divino. Acá viene y recopila muchas cuecas, con un folclore que es muy femenino”, señala.
Cuando llegó a Concepción tenía un repertorio cercano al centenar de canciones, el que aumenta a cerca 400 durante su estadía en la zona. “Hay un trabajo de recopilación muy importante pero, al mismo tiempo, de divulgación porque ella se va a preocupar de divulgar ese folclore. Y lo va a hacer en espacios públicos, en la misma Escuela de Verano, pero también lo va a hacer en las radios. Eso, como lo ha señalado Soublette, fue muy importante porque, por las mismas instancias en donde el folclore se estaba diluyendo por la música extranjerizante, ella es capaz de instalarlo nuevamente”.
Eso comenzó a hacerlo en Radio Chilena y se mantuvo con el tiempo. Sus cursos de cueca, los más concurridos en las Escuelas de Verano, la creación de un conjunto folclórico y la proliferación de otros son, según Venegas, algunos de los elementos que muestran cuanta proyección tuvo la presencia de Violeta Parra en esta ciudad. Todo eso significó la visibilización de la cultura popular.
“En el fondo, lo que se debe entender, es que cuando la cultura popular no tiene espacios para divulgarse, para darse a conocer, se genera una suerte de avergonzamiento, la gente se atemoriza de demostrarlo. Es lo que pasa ahora con la cultura mapuche. Hubo un tiempo en que todo se reducía al mestizaje, todo estaba muy invisibilizado en lo mapuche. Y ser mapuche era sinónimo de ser parte del pasado, del mundo salvaje, no civilizado. En buena hora eso se acabó. Desde la década de 1990 vemos que eso cambia y es un fenómeno mundial, dentro de lo que es la globalización”, dice el historiador.
Ese trabajo de visibilización de lo cultural que hizo Violeta fue fundamental, sostiene Venegas. “Margot Loyola hacía puestas en escena, hacia algo diferente y no avanzó hacia la dimensión más creativa. La mayoría de las recopiladoras que trabajaron después: Patricia Chavarría, Gabriela Pizarro, fueron discípulas de Violeta Parra; entonces, hay un trabajo de recopilación y puesta en valor, clave, fundamental y que se hizo en el momento justo. Si no se hubiera hecho, el folclore profundo, el canto a lo humano, a lo divino, se habría perdido. Porque estaba escondido, daba vergüenza. Hay un momento épico: en ‘Violeta se fue a los cielos’, Ángel recuerda que cuando Violeta trabajó en radio Chilena, y llevaba el guitarrón, llegaban muchas cartas donde la gente expresaba sus sentimientos de que ahí estaba el folclor y la gente perdió la vergüenza de reconocerse en su cultura”. Esa es una función clave, fundamental, de la labor de Violeta Parra.
El hecho de que se creara una institución dedicada a una mujer creadora es un hito muy importante, sostiene Cecilia García Huidobro.
“El legado de mujeres no tiene el lugar aún que le corresponde. En Chile, sólo el 4% de los monumentos públicos están dedicados a mujeres. Por lo tanto, el Museo Violeta Parra marca un momento que se anticipa a los movimientos reivindicatorios feministas. Además, los museos se establecen para trascender en el tiempo, más allá de personas y contingencias. Nos tocó estar al medio del estallido social y tuvimos la precaución de sacar las obras, en un operativo de madrugada, quedando todas a resguardo, gracias al apoyo de la Universidad de Chile que nos facilitó un depósito. Es decir, hay una vocación que es pública”, explica.
Sobre la voluntad de la familia de Violeta Parra de no volver a Vicuña Mackenna y solicitar de vuelta las obras que fueron entregadas en dominio al Museo, García Huidobro señala que “esto implica un proceso largo. Lo relevante es que el directorio respeta la posición de la familia y ha buscado el camino para cumplirla, sin dejar de cumplir también los objetivos para lo cual fue creado, con recursos de todos los chilenos, recuperando un espacio emblemático de la ciudad de Santiago y resignificándolo desde la cultura. El museo ya es parte de la institucionalidad cultural y es querido y valorado por una comunidad que lo sigue, en los cientos de miles, como lo demuestra el exhaustivo estudio de público que realizamos al cumplir cinco años (https://www.museovioletaparra.cl/wp-content/uploads/2021/01/MVP_estudio-de-publico_2020.pdf)”.
La directora señala que se han recibido donaciones, las que continuarán siendo preservadas, junto a las obras que se han adquirido. “Hoy estamos con la exposición “Ir a Matucana, pasear por la Quinta”, en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, estamos itinerando el Baúl de Violeta por zonas alejadas, hemos creado un extenso programa de voluntariado, somos el primer museo verde de Chile, llegamos a hogares de menores, cárceles, hospitales, hogares de ancianos, a través de nuestro programa social…. Es decir, tenemos una vocación pública conectada con la gente. Todo lo hemos realizado en el medio de un estallido social, tres incendios, pandemia, sin dejar nuestras actividades ni un solo día. Ojalá se multipliquen espacios, calles y encuentros dedicados a Violeta Parra. Nadie sobra cuando se trata de preservar nuestro patrimonio”.