Pese a su dificultad de definición, el pueblo está completamente vigente tanto en el derecho constitucional como en el discurso político público. Desde distintas disciplinas, cuatro especialistas discuten sobre la incidencia de esta noción en la sociedad actual.
Ximena Cortés Oñate
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El concepto de pueblo adquiere, sobre todo para cierto sector de la sociedad, un valor fundamental, en pos de la construcción de la democracia. Se ve en los discursos públicos asociados a procesos eleccionarios, principalmente, donde varias fracciones se disputan su representación.
Polisémico y complejo, analizar su vigencia como concepto político-cultural implica mirarlo desde distintas disciplinas, de manera de abordarlo como sujeto civil y político, y revisar su validez en momentos como el que vive nuestra sociedad.
Desde un punto de vista cultural, dice Violeta Montero, el pueblo refiere a “una comunidad humana o pluralidad social que comparte un pasado común, elementos lingüísticos y culturales, y una proyección de futuro que les permite entenderse como un conjunto o `nosotros´”. A partir de esta identidad común, sostiene la directora del Departamento de Administración Pública y Ciencia Política de la Universidad de Concepción, surgen necesidades y deseos que se canalizan, inevitablemente, como demandas políticas.
“En términos más específicos, en el sentido de comunidad política, un pueblo es un conjunto de personas que comparten un espacio territorial y configuran el poder a través de un mecanismo, deseablemente la república y la democracia”, explica la Doctora en Sociología.
En las sociedades liberales modernas, esta configuración se da en torno a la figura del Estado-Nación, donde los ciudadanos -individualmente- eligen a sus autoridades de manera representativa y a través de elecciones. Dice Montero: “esta constitución de `pueblo´, restringida exclusivamente a lo político formal, se genera en el contexto del liberalismo contemporáneo, post revolución francesa, basado en el principio de una igualdad abstracta ante la ley y la supresión de otras diferencias tales como la religión, el origen étnico o el género”.
Algo similar sostiene la académica del área de Derecho Público de la Universidad Andrés Bello, Tania Bush, para quien pueblo es un concepto polisémico, que evoluciona en el tiempo -desde los romanos hasta hoy- y cuya definición va a depender de las teorías políticas a las que se adhiera.
“No es algo que pueda definirse desde mi disciplina, el derecho, pero sí puede hablarse de un núcleo de significado desde lo constitucional: alude al titular de la soberanía, que es el poder del Estado”, señala.
En este sentido, explica Bush, se utiliza el término soberanía popular para decir que el poder corresponde al pueblo; es decir, a todos sus habitantes en cuanto sujetos políticos, y a la vez, para descartar que el poder pueda estar concentrado en unos pocos (como una oligarquía o una aristocracia).
“Siempre se ha entendido pueblo como opuesto a los sistemas de clases privilegiadas, aunque los integrantes de éstas también compongan el sujeto político `pueblo´ en una comunidad política. Es una de las palabras que, como dijera Carlos Santiago Nino, tiene una carga emotiva. Y ésta ha ido cambiando. Por ejemplo, en nuestro país, durante los 90 y primer quinquenio de los 2000 -la transición- se evitaba la palabra por su carga emotiva de conflicto. Hoy ha recuperado la carga emotiva positiva y aparece con mucha fuerza en el discurso público”, dice la Doctora en Derecho.
El populismo es una cuestión en la que la idea de “pueblo” ha destacado este último tiempo. El Doctor© en Filosofía, Martín de la Ravanal, lamenta que hoy sea objeto de una verdadera guerra cultural entre ideólogos, políticos y youtubers que “manosean y distorsionan sin pudor” el concepto.
“Como pasa con muchos conceptos políticos, el populismo es un arma retórica: sirve para desacreditar la posición contraria. Terry Eagleton escribió que con la ideología –en este caso, el populismo– ocurre lo mismo que con la halitosis: el problema siempre es del otro, nunca mío”, señala el profesor de ética y filosofía social del Departamento de Filosofía de la Universidad de Santiago, Usach.
Y reitera lo ya dicho, que el concepto de pueblo es complejo. En ese contexto, distingue dos sentidos: uno como una comunidad humana que comparte una forma de vida cultural, que convive bajo las mismas instituciones y que, además, tiene una historia y un ethos en común, y otro sentido más político, que tiene que ver con la soberanía, es decir, dónde reside finalmente el poder y la capacidad de decisión.
“Bajo cierta mirada, todo poder nace, depende y responde a un pueblo, una comunidad de ciudadanas y ciudadanos que pueden darse sus leyes, instituciones y autoridades. Desde luego, esto no podría separarse de la cuestión de la democracia. Finalmente, hay un tercer concepto de pueblo como oposición de las y los muchos a una minoría oligárquica que captura las instituciones comunes”, dice.
Enjambre de olvidados e invisibilizadas
Inevitable no referirse al “estallido social” cuando se piensa en pueblo; lo ocurrido a partir del 18 de octubre de 2019 ha sido uno de los aspectos que ha activado nuevamente este concepto.
Según Rodrigo Ganter, “en el Chile post 18-O, la categoría pueblo la podemos vincular sociológicamente con aquel conjunto de personas que denominamos comunes y corrientes, es decir, la gente anónima que no posee ningún atributo especial que los posicione en una situación de privilegio, ya sea por algún título específico, prestigio, cargo, riqueza, propiedades, capital, etc”.
El Doctor en Estudios Urbanos y académico del departamento de Sociología de la Universidad de Concepción, agrega que “esto lo podemos ilustrar con lo que irrumpe explosivamente en el contexto de la revuelta de octubre, donde los y las de abajo impugnan ferozmente a las elites políticas, económicas, intelectuales y mediáticas porque deciden a puertas cerradas y en pequeños comités por las mayorías”.
En ese plano, sostiene, el pueblo puede ser representado como ese enjambre de olvidados e invisibilizadas: “los sobre endeudados, los sin parte que exigen hacerse parte, participar e influir de las decisiones que afectan sus vidas y la vida de su propio entorno, allí el pueblo se constituye como un sujeto histórico. Por ese hecho precisamente la comunidad se constituye como comunidad política, esto es, fundada en una disputa frente a la asimetría entre mundos antagónicos”.
En un sentido similar, Montero destaca que, en pleno siglo XXI, la negación de las diferencias ya no es sostenible. Justamente, dice, el individualismo propio de las sociedades liberales es contrario a desconocer lo que cada uno considera propio y singular.
“Esto se manifiesta en el Chile actual en la emergencia y reivindicación pública de identidades indígenas y de género, entre otras, que llevan a conformar y visibilizar a grupos distintivos que aspiran al reconocimiento y la representación política”. Esta, asevera, es una de las claves para comprender las tensiones que vive nuestro régimen político de gobierno y democracia representativa, y donde se cuestiona la capacidad de representación de esta diversidad, por parte de las tradicionales elites políticas.
La académica sostiene que a Chile le tomó un siglo largo la idea de conformar un “pueblo único” a través de la acción del Estado, “con la participación hegemónica de las elites tradicionales y toda su institucionalidad vinculada, especialmente la escuela y la educación”. Producto de esto se empujó hacia la invisibilización y homogeneización forzada de grupos subalternos como los indígenas y los “provincianos”.
En el presente, dice, resulta evidente que estos grupos históricamente segregados, y varios otros, buscan reivindicar su individualidad y participar no solo como individuos sino como conglomerado o comunidad distintiva, en el juego político.
“De ahí que se esté deconstruyendo la noción de `pueblo chileno´ único y homogéneo, para dar lugar a diversos pueblos que conformarían un futuro Chile multicultural o plurinacional. Creo que este es el debate del presente en muchos lugares y se refleja sin duda en las discusiones y relaciones en el seno de la convención constitucional”, asevera Montero.
Crítica a la cultura oficial
Cuando nos pensamos como pueblo ponemos en tensión un “nosotros”. De la Ravanal pone el siguiente ejemplo: “¿por qué lo pensamos masculino (y no `nosotras´)? ¿quiénes son los `otros´ de nosotros? ¿quién está incluido y quién queda fuera? ¿quién es `de acá´ y quién es extranjero? ¿hasta dónde llega el nosotros?, etc. Lo popular expresa los sentires y pensares de quienes no forman parte de esas minorías ricas, influyentes y poderosas. Por esta vía se forma una crítica al poder y a la cultura oficial”.
Estas críticas, dice, se constituyen en ensayos de otros valores y prácticas que “rompen la unilateralidad de visiones impuestas desde los poderes establecidos”. En ese sentido, si pensamos que la democracia es “el gobierno del pueblo”, para el filósofo hoy es fundamental preguntarse si los intereses de las mayorías están efectivamente representados en las instituciones.
“¿Cómo es que se llegan a definir esos intereses populares? y ¿cómo es que el sistema político puede ser gobernado por un pueblo que debiera ser, como dijo Jean Jacques Rousseau, soberano de su país y obediente de las leyes libremente instituidas?”, se pregunta.
Ganter, en tanto, señala concebir el pueblo no como un grupo de gente con una identidad prexistente, con un atributo esencial configurado de antemano, como la etnia o la clase social, por ejemplo. “Entiendo al pueblo como una construcción social, histórica y relacional. Es decir, como la posibilidad de entretejer de modo contingente sentidos compartidos entre comunidades heterogéneas y que, no necesariamente, comparten de modo automático una forma de ver el mundo, por ejemplo, entre las comunidades LGBTIQ+ y las comunidades Mapuche”.
A su juicio, este tipo de ensambles es lo que hoy comienza a verse en el trabajo de la Convención Constitucional y que ya venía observándose en el marco del estallido social. “Por eso, mi concepto de pueblo respondería más a un punto de llegada que a un punto de partida, un proceso mediante el cual se pueden generar, recrear, expandir y articular identidades colectivas”, señala.
Con él coincide Bush, para quien la noción de pueblo está completamente vigente en la actualidad tanto en el derecho constitucional, y otras disciplinas, como en el discurso político público. “De partida, por la apelación que hacen a este concepto los populismos de todo signo, que buscan una identificación entre líder y pueblo. También existe otra dimensión importante, en materia de pueblos originarios, y que lleva a la discusión de los pueblos como sujetos de derechos en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, por ejemplo”.
De multitud indignada a red de actores
¿Tiene la noción de pueblo cabida en la sociedad individualista que vivimos hoy? De la Ravanal está convencido de que sí y cree que su importancia va ir in crescendo. “No se trata sólo del anhelo de comunidad frente a las tendencias mecánicas e impersonales de la sociedad. El capitalismo, hoy financiarizado y global, lejos de traer más democracia ha maniatado a los pueblos y sus instituciones a los imperativos de los mercados y el capital”, dice.
El filósofo sostiene que, frente a las múltiples crisis que nos azotan, los poderes públicos han desprotegido a las y los ciudadanos, y estos, a su vez, han comenzado a desconfiar de las élites, las instituciones y las normas que regulan el funcionamiento de la política.
“Hay profundos anhelos de renovación y hastío con las viejas formas de la política. Estos movimientos surgen `desde abajo´, emplazando a quienes detentan el poder. Esto es lo político: un proceso colectivo de creación, cuestionamiento, lucha y reapropiación en torno a las instituciones vigentes, que pone sobre la mesa nuestros imaginarios sobre la igualdad, la libertad y la justicia”, sostiene de la Ravanal.
Ganter coincide con él. En el actual cambio epocal, identifica una fuerte erosión en el axioma del neoliberalismo, enunciado en los años 80` por Margaret Thatcher: “La sociedad no existe, lo que sí hay son individuos”.
En ese sentido, el sociólogo señala que nos encontramos en un momento donde irrumpen de modo autónomo los pueblos, la diversidad de las fuerzas vivas de la sociedad, de ahí también la actual consigna “el pueblo unido avanza sin partido”, dice.
Y de la Ravanal concluye: “En los conflictos políticos, el pueblo puede pasar de una multitud indignada a convertirse en una red de actores capaz de ir reconociéndose (en toda su diversidad) con la fuerza suficiente para exigir que se reconozca como válidas demandas de amplios sectores postergados, invisibilizados o excluidos”.
Otros dos conceptos que se relacionan al de pueblo son el de Estado y el de Nación. El primero es la forma jurídica que toma el poder de que es titular el pueblo. Nación, en tanto, es un concepto más abstracto.
Bush señala que este “dice relación con un grupo de personas que habitan un territorio y tienen vínculos comunes que les dan identidad, que pueden ser de historia en común, étnicos, lingüísticos, o de otra índole. Incorpora también un sentido de pasado en común y proyección”.
La abogada explica que, en esto, se distingue del pueblo, que es el sujeto político existente en la actualidad.
“Cuando surgió el Estado, y hasta hace un tiempo atrás, se pensaba en un Estado y una nación. Pero hoy se entiende que pueden coexistir varias naciones dentro de un mismo Estado. Sería el caso del Estado español, en Europa, o de Bolivia, en Latinoamérica. La plurinacionalidad de un Estado es hoy una cuestión totalmente posible y que hoy vemos expresada en la Convención Constitucional para el caso de Chile y que muy probablemente se reconozca en la nueva constitución”.
-¿Qué es un pueblo? , A. Badiou, P. Bourdieu, J. Butler, G. Didi-Huberman, S. Khiari y J. Rancière. Lom Ediciones, 2014. (Violeta Montero recomienda el texto de Judith Butler “Nosotros el Pueblo. Apuntes sobre la libertad de reunión”).
-Nosotros los chilenos, un desafío cultural, PNUD. Informe de Desarrollo Humano. Programa Naciones Unidas.
-El pueblo unido. Mitos y realidades sobre la participación ciudadana en Chile, Danae Mlyarnz y Gloria de la Fuente. Editorial Universidad Alberto Hurtado, 2013.
-Populismo de izquierdas y neoliberalismo, Eric Fassin. Herder, 2018.
-Libertad para el pueblo: historia de la democracia, John Dunn. FCE, Santiago, 2014.
Violeta Montero: “En el presente se está deconstruyendo la noción de “pueblo chileno” único y homogéneo, para dar lugar a diversos pueblos que conformarían un futuro Chile multicultural o plurinacional”.
Tania Bush: “En nuestro país durante los 90 y primer quinquenio de los 2000 -la transición- se evitaba la palabra pueblo por su carga emotiva de conflicto. Hoy ha recuperado la carga emotiva positiva y aparece con mucha fuerza en el discurso público”.
Martín de la Ravanal: “Lo popular expresa los sentires y pensares de quienes no forman parte de esas minorías ricas, influyentes y poderosas. Por esta vía se forma una crítica al poder y a la cultura oficial”.
Rodrigo Ganter: “Entiendo al pueblo como una construcción social, histórica y relacional. Es decir, como la posibilidad de entretejer de modo contingente sentidos compartidos entre comunidades heterogéneas y que, no necesariamente, comparten una forma de ver el mundo”.