La reciente muerte del biólogo del conocimiento, Humberto Maturana, ha llevado a una revisión de su obra y su legado. Desde las humanidades, sus aportes a la educación, el lenguaje y la comunicación son valorados, y diversos especialistas analizan sus impactos.
Ximena Cortés Oñate
Lenguajear, autopoiesis y legítimo otro son conceptos que, inevitablemente, nos remiten a Humberto Maturana, científico que, desde las ciencias biológicas, propuso una teoría del conocimiento que contiene una multidimensionalidad del saber, que involucra las neurociencias, la sociología, filosofía y epistemología, entre otras áreas.
Su visión del ser vivo y de lo humano ha permeado distintas generaciones y especialidades, lo que le ha valido ser llamado por algunos un “revolucionario de la reflexión”, y lo ha llevado a ser uno de los intelectuales más importantes del país, en el último tiempo.
Así lo explica Elizabeth Parra, quien señala que, “aunque su formación de origen fue como biólogo, forma parte de un grupo de investigadores muy de avanzada, que aportó de manera brillante al giro lingüístico-pragmático de la filosofía contemporánea”.
Académica del Magister en Política y Gobierno de la Universidad de Concepción, Parra considera que Maturana fue pionero en asumir la interdisciplinaridad/ transdisciplinariedad para hacer ciencia.
Parra, quien además es Presidenta de la Asociación Chilena de Semiótica, destaca dos facetas de Maturana: la de maestro y la de intelectual. Fue un maestro, dice, en el sentido académico porque supo comunicar a sus discípulos no solo los contenidos del saber, sino el saber adquirido en la relación con el otro, para construir una comunidad en la confianza, la honestidad y la entrega.
“Sus reflexiones y hallazgos son de orden sistémicos y estructurantes, irreductibles a una sola dimensión. Aún tengo en mente su sentida plegaria del estudiante que compuso a partir de una experiencia escolar que vivió con sus hijos cuando no fueron escuchados por el profesor y de la cual recojo lo que me parece vital: `No me instruyas, vive junto a mí; tu fracaso es que yo sea idéntico a ti.´”, sostiene Parra y agrega que, como intelectual, “me enseñó que el cultivo de una disciplina carece de sentido si no hay un compromiso con la crítica y el cambio social”.
Está claro, dice la académica, que no se puede esperar de una disciplina social, y del que la cultiva, “quedarse en un narcicismo intelectual desconociendo la realidad social en que vive, para que el pensar no se vuelva tan perverso como cuando lo pensado ya no tiene que ver con lo que vivimos y sentimos”.
También su influencia en múltiples disciplinas destaca Mabel Urrutia, enfatizando su impacto en psicología y educación. Partiendo de su disciplina, la biología, de la que destaca la concepción de autopoiesis que crea para referirse a la propiedad básica de los seres vivos que les permite reproducirse y mantenerse por sí mismos, la académica de la Facultad de Educación señala que, “a nivel psicológico, en el ámbito de las teorías de la representación, Maturana rompe con el paradigma racionalista que plantea la dualidad clásica entre mente y cuerpo”.
La también directora de revista Paideia recuerda que, en este punto, junto a Varela fue pionero en “plantear un nuevo marco conceptual como son las teorías corpóreas del significado, en que se plantea una interrelación entre cuerpo, cognición y lenguaje”.
Urrutia explica que “muchas evidencias empíricas en la psicología experimental actual, desarrollan estos postulados a través de los efectos de facilitación observados entre la dirección del movimiento, por ejemplo, adelante-atrás, y comprensión del lenguaje, esto es, pasado-atrás; futuro-adelante. Así también, un cuerpo importante de estudios de neurociencia muestra el grado de solapamiento entre áreas cerebrales para movimiento de brazo y la palabra brazo, por ejemplo”.
Por otro lado, continúa, en el ámbito de la educación, uno de sus aportes fundamentales fue poner en primer lugar las emociones en el aprendizaje y, como dinámica de clase, el escuchar activamente al estudiante.
“En el año 1999 tuve la oportunidad de asistir a un seminario-taller que dictó Maturana en Concepción, que se llamaba Pedagogía del amor y, sin duda, cambió bastante la percepción que tenía sobre mi labor como docente. En ese tiempo me desempeñaba haciendo clases en un liceo municipal con muchos problemas de conducta de mis estudiantes y el comprender la concepción de `quiebre cognitivo´ que Maturana planteaba en ese curso, en el que había que escuchar al otro como un igual, y comprender su ira y su violencia, claramente marcó mi quehacer docente”, señala Urrutia.
Producto de ello, la académica sostiene que actualmente, después de otros estudios de formación en el área de neurociencia, dicta un electivo sobre educación emocional para los estudiantes de la Facultad de Educación y, además, dirige proyectos de investigación en el área. “Me parece esencial educar e investigar en emociones para la formación inicial de futuros profesores”, dice.
Avanzar hacia una reflexión sistémica del fenómeno biológico es, a juicio de Pamela Reyes, el aporte más importante de Humberto Maturana.
Magíster en Filosofía de la Universidad de Concepción, Reyes destaca que el biólogo es parte de “un cambio general en la biología que buscaba explicar el fenómeno de la vida más allá de la visión positivista y funcionalista del fenómeno biológico”.
De esta corriente de pensamiento, sostiene, Maturana es uno de los más importantes intelectuales, aunque no el único. “Es importante señalar que sus libros más destacados en esta materia fueron escritos junto al destacado científico chileno Francisco Varela, por lo que recordar el aporte de Maturana también implica reconocer el gran aporte de Francisco Varela en la intelectualidad chilena”, señala Reyes, quien actualmente realiza un PhD en Estudios de Política Educativa en la Universidad de Wisconsin-Madison en Estados Unidos.
Desde otra vereda, el ecólogo Pablo Marquet sostiene que Humberto Maturana fue un pensador muy paradójico: “fue capaz de domar la complejidad de lo vivo, en un primer momento, y luego la complejidad del mundo, a través de la aplicación sistemática de ciertos principios primarios (como clausura operacional), que forman la base de la concepción de sistemas autopoiéticos”.
Para el académico del Departamento de Ecología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, el legado es doble. “Por un lado, está el rigor monástico en la búsqueda sistemática de conocimiento y, por otro, la conceptualización de la idea de autopoiesis, que se suma a otras conceptualizaciones similares, donde el prefijo griego `auto´ era fundamental, como en sistemas auto-organizados”.
En ese momento, pensábamos que teníamos una explicación satisfactoria de lo vivo, pero ahora nos damos cuenta de que faltan piezas fundamentales, dice Marquet. “En este contexto, es interesante que la idea de clausura y autopoiesis provengan de un neurobiólogo, ya que se enfatiza el conocer como aspecto fundamental del fenómeno vivo y, por lo tanto, el flujo de información sería fundamental”. No obstante, agrega, “no tenemos una teoría fuerte sobre la información en biología, por lo que hay mucho más que sacarle al concepto de autopoiesis. Sin duda que Maturana es uno de los científicos más originales y trascendentes de nuestro país. Sin duda que su legado está muy vigente y creo que crecerá en importancia con el tiempo”.
Con él concuerda Reyes. “un aspecto importante de la producción de Maturana, tiene que ver con el uso que se realizó del concepto autopoiesis en otras disciplinas. En particular, el uso que realizó el sociólogo alemán Niklas Luhmann en su teoría sociopoiética, es probablemente el uso más exitoso del término, incluso más que lo que lo fue en teoría biológica”.
En ese sentido, Parra recuerda que, desde la década del 70, la OCDE plantea a las universidades la preocupación por la fragmentación del conocimiento, lo que se percibía como nefastos efectos para el futuro de la humanidad. Por ello, relevando las nociones de inter, trans, multi y pluridisciplinariedad que hoy conocemos, señala que “cualquier tarea de la ciencia es explicar la experiencia, por tanto, hay un giro epistémico importante en cómo construir conocimiento. La razón en su ensimismamiento cartesiano ya no daba respuesta a la complejidad de los fenómenos humanos. Entonces, había que incorporar a la experiencia de las emociones para completar el sistema, diría Maturana”.
Al respecto, Urrutia complementa: “creo que Maturana fue para nosotros, los profesores, el primer constructivista que se atrevió a decir que el sistema educativo que heredamos estaba obsoleto y había que cambiarlo. Además, nos dio algunas claves para hacerlo. Una de ellas es atender al contexto cultural que traen nuestros estudiantes”.
Sin duda, Humberto Maturana nos dejó grandes lecciones que debemos aprender a poner en práctica en nuestro ejercicio docente en todos los niveles, incluido el universitario, sostiene la académica.
No obstante, esa mirada transdisciplinaria que define la trayectoria intelectual de Maturana, y en especial la adopción de la perspectiva autopoiética por parte de la teoría sociológica (en particular su uso en la teoría de sistemas autorreferenciales de Luhmann), no es bien vista por algunos investigadores del área social. Muchos disienten de la perspectiva sistémica porque consideran reduccionista su extensión del análisis de lo biológico a lo social. Conceptos como los de clausura de operación, reproducción autopoiética y autoconstrucción de estructuras no parecen apropiadas o son limitadas para entender la vida social humana en toda su complejidad.
Por otra parte, a propósito de la producción posterior de Maturana, sobre las emociones, la comunicación y el sentido de lo humano, Parra indica que “a aquellos científicos que fueron formados en un paradigma de razón instrumental, la posición de Maturana les generó ruido a nivel epistémico y de validez a sus principios y aplicaciones”.
“No olvidemos -dice- que las ciencias sociales y humanidades tuvieron que someterse a esos paradigmas para gozar de un reconocimiento institucional. Por tanto, Maturana amplió el significado de ser científico en un mundo que debería construirse a través de la colaboración y el diálogo para resolver los conflictos que encierran la convivencia humana al servicio de las trasformaciones de la sociedad”.
A su juicio, la revolución epistémica que causó fue el cambio de la pregunta del ser por el hacer, lo que nos sumerge en un tema crucial: “somos los intérpretes principales de la realidad construida por nosotros; desaparece la realidad objetiva y el otro emerge necesariamente en una situación de igualdad conmigo. Ya no se trata de que existe algo independiente de mí, sino al revés. Dicho de otro modo, es aceptar y entender que la realidad es una propuesta explicativa, dinámica, histórica y no externa a mí”.
La abundante bibliografía de Maturana tiene, a juicio de Parra, un trasfondo común: la búsqueda del sentido humano. Por ello, sin querer priorizar uno solo de sus libros, la académica destaca dos aspectos que, debido a la contingencia, le llaman la atención: universidad y democracia.
“Me quedo con la idea de que la democracia es un modo de convivencia, es un acuerdo de convivencia que hacen distintos gobiernos según las reglas que se dicten. A juicio de Maturana, el fundamento de la convivencia humana se encuentra en que los seres humanos somos seres biológico-culturales. Así como en los procesos biológicos en una célula inicial existe un ámbito que la acoge (vive) o la rechaza (muere), de igual modo, en los seres humanos existe un ámbito que es la convivencia cultural; es decir, en tanto seres humanos, nos transformamos en la convivencia con otros seres humanos”.
En sintonía con Maturana, Parra se pregunta: “¿qué hay que incluir en la agenda en las aulas para que no se reduzca al puro discurso declamatorio, sino que generemos saberes indispensables para vivir? La urgencia es para, desde la academia, construir un nosotros con las diferencias, contrastes y matices que nos da la vida y construir una convivencia democrática como nos sugiere Maturana”.
Urrutia, en tanto, señala que Amor y Juego: Fundamentos olvidados de lo humano, le sirvió para comprender la relación de legitimidad con el otro a través de la convivencia. No obstante, dice que el libro que más la marcó en su formación como profesora fue El sentido de lo humano. “En él, Maturana hace una crítica desvelada al sistema educativo por sus bases conductistas y centrado en la evaluación, en negación de los conocimientos previos que trae el estudiante, de acuerdo a su experiencia”, sostiene.
Por su parte, Marquet rescata el libro De máquinas y seres vivos y su posterior publicación en inglés, donde se agregan algunas precisiones y contextos. “Allí está todo. Lo que siguió fueron extensiones, precisiones y aplicaciones de la idea original que señala que el sistema nervioso está cerrado sobre sí mismo, somos ciegos al mundo exterior, solo podemos vernos a nosotros mismos. Los libros que siguen son la exploración de esta idea en el contexto de la epistemología, ética y en general el fenómeno humano”, dice.
Libros recomendados
-De máquinas y seres vivos: una teoría sobre la organización biológica, escrito junto a Francisco Varela. 1972
-El árbol del conocimiento: Las bases biológicas del entendimiento humano, escrito junto a Francisco Varela. 1984
-El sentido de lo humano. 1991
-Amor y Juego: Fundamentos olvidados de lo humano. 1993
-El árbol del vivir, escrito con Ximena Dávila. 2015
Elizabeth Parra: “Maturana forma parte de un grupo de investigadores muy de avanzada, que aportó de manera brillante al giro lingüístico-pragmático de la filosofía contemporánea”.
Mabel Urrutia: “Fue pionero en plantear un nuevo marco conceptual como son las teorías corpóreas del significado, en que se plantea una interrelación entre cuerpo, cognición y lenguaje”.
Pamela Reyes: “El aporte más importante de Humberto Maturana fue avanzar hacia una reflexión sistémica del fenómeno biológico”.
Pablo Marquet: “Sin duda, Maturana es uno de los científicos más originales y trascendentes de nuestro país. Su legado está muy vigente y creo que crecerá en importancia con el tiempo”.