Wittgenstein. Lecturas de un legado inagotable
02 de Mayo 2021 | Publicado por: Diario Concepción
El jueves recién pasado se cumplieron 70 años desde la muerte del filósofo austriaco considerado, por muchos, como el mayor exponente en su área durante el siglo XX. Académicos y especialistas en su obra comentan algunos aspectos de sus planteamientos.
Por: Ximena Cortés Oñate
El austriaco Ludwig Wittgenstein es una figura compleja y fascinante. Filósofo, ingeniero, soldado, profesor de escuela y jardinero, Wittgenstein bien podría ser un personaje de una novela o del cine. De pensamiento transversal, habría sostenido, según algunos analistas, dos filosofías, y no se trataría de una evolución, sino de un intencional rechazo de su filosofía anterior.
Nacido en Viena en 1889 y fallecido en Cambridge en 1951, Wittgenstein es considerado, por muchos, como el mayor filósofo del siglo XX, junto con Heidegger. Y parte de su legado afecta la manera en que se piensa la filosofía y, al mismo tiempo, nuestros modos de vida.
La influencia de Wittgenstein va más allá de la filosofía académica. A juicio de Javier Vidal, se extiende a otras esferas de la cultura, especialmente, la literatura como puede verse en la obra de Thomas. Bernhard y W. G. Sebald.
“Específicamente, en la filosofía, su legado es indudable en distintas tradiciones, pero, a la vez, su pensamiento no está tan vigente en la corriente filosófica que inauguraron G. Moore, B. Russell y él, a comienzos del siglo XX, conocida, posteriormente, como filosofía analítica”, sostiene el académico del Departamento de Filosofía de la Universidad de Concepción.
La situación, dice, se vuelve más compleja aún debido al hecho de que su pensamiento sufre una transformación profunda a lo largo de la vida, lo que se manifiesta, al menos, en dos etapas bien diferenciadas. A su juicio, habría quienes valoran más las contribuciones de una época que de la otra.
“En términos generales, me parece positivo el curso que ha seguido la recepción de sus ideas, que en un inicio consistió en tomarlas en bloque, estudiándolas en sí mismas, y ahora se opta más bien por examinar su valor para la discusión actual sobre ciertos problemas filosóficos, algo que, de seguro, él hubiera preferido”, señala Vidal.
Para Guadalupe Reinoso, el legado de Wittgenstein al pensamiento contemporáneo se da, al menos, en dos niveles: por un lado, dice, “es un autor que ofrece dos momentos muy diferentes en el desarrollo de su filosofía; si bien son momentos relacionados, se puede distinguir al primer Wittgenstein, del Tractatus logico-philosophicus (1922) y al segundo Wittgenstein, de las Investigaciones filosóficas (1953). Resulta muy sugestivo ser testigos de ese cambio que refleja el modo en el que entendió y vivió la práctica filosófica: como un incesante poner en cuestión a la filosofía misma”.
La académica de Licenciatura y Profesorado en Filosofía, de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, señala que, además, Wittgenstein ofrece un modo “novedoso y creativo de entender el lenguaje, sus normas, su capacidad para generar acciones (lo que se conoce como su dimensión performativa), los usos y prácticas lingüísticas que conforman nuestros modos de vida con otres y el mundo”.
Reinoso explica que su propuesta es entender el lenguaje como un conjunto de actividades con reglas, como los juegos. “Son reglas públicas, porque todos accedemos a ellas, y son los criterios a partir de los cuales podemos distinguir, corregir, evaluar las ‘jugadas’. Este modo plural y dinámico de entender el lenguaje nos permite pensar de modo plural y dinámico nuestras vidas, que se han visto completamente modificadas por la pandemia mundial. De esta forma, su legado nos permite repensar a la filosofía y repensar nuestros modos de vidas”.
En tanto, la filósofa y Premio Nacional de Humanidades 2011, Carla Cordua, sostiene que el legado de Wittgenstein es muy vasto y, hasta el momento, no ha sido acogido por la filosofía en toda su importancia y alcances.
“Que la filosofía es hablada, dicha, comunicable, que todo ello la ata a un pueblo, a una época, a una cultura, está todavía por examinar y expresarse. En este sentido, la obra de Wittgenstein necesita todavía estudio, lectura crítica y ordenamiento de sus vastas consecuencias. Muchas de estas tareas están todavía pendientes de desarrollo. Wittgenstein nos dejó una enorme tarea pendiente de desarrollo”, reflexiona.
Algo similar plantea Eduardo Fermandois cuando señala que, en el caso de Wittgenstein, la comprensión del humano en cuanto sujeto de acción encarnado en una cultura y, finalmente, en un cuerpo, se despliega a través de nociones como juegos de lenguaje y forma(s) de vida, que bien cabría identificar con algo así como un legado.
“Aunque uno de los atractivos de la filosofía es hallarse siempre abierta a giros inesperados, sospecho que no abandonaremos tan fácilmente la idea de que el lenguaje se halla `entretejido´ con prácticas sociales, en vez de ser primariamente un sistema de signos y posibles combinatorias”, sostiene el académico de Filosofía de la Universidad Católica.
Un segundo asunto que destaca es lo que llama un cierto anti-intelectualismo. “Wittgenstein es el autor que, rehusándose a ofrecer explicaciones, apuesta todo a la descripción de usos lingüísticos imbricados con prácticas no-lingüísticas (con lo que, de paso, inspira la llamada `descripción densa´ que el antropólogo Geertz propuso más tarde como programa de investigación social)”, señala.
De tal manera, Fermandois sostiene que “Wittgenstein es aquel filósofo que pronuncia con vigor el `así´ —así seguimos esta regla, así sumamos, así hablamos español—, porque ha renunciado al `porque´; el que contempla la `roca dura´ ante la cual se tuercen las palas de nuestras explicaciones metafísicas, causales, históricas o del tipo que sean. Y es que, finalmente, actuamos sin razones: ‘el lenguaje no ha surgido de un razonamiento’”.
Esas y otras claves de comprensión van de la mano de un tercer asunto crucial, dice el académico: “un inconfundible estilo de escritura, zigzagueante, lento, meditativo casi, atento al caso particular (al ejemplo, protagonista de una nueva retórica filosófica), insinuante, imprevisible, abundante en analogías, entre otros rasgos que nada tienen de casuales. Porque no se trata, en realidad, de tres asuntos, sino de uno solo. Propuesta, método y estilo forman, en el caso de Wittgenstein, como en el de cualquier obra verdaderamente original, un todo indivisible. El reconocimiento de algo así como su herencia, pasa crucialmente por esa comprensión”.
Lenguaje y poesía
Enfrentándose al discurso filosófico tradicional, Wittgenstein sostiene que la filosofía no es una doctrina, sino una actividad. Al respecto, Cordua recuerda que una doctrina es una enseñanza o educación que se le ofrece a alguien para instruirlo.
“Es un saber o ciencia sobre materias diversas: políticas, religiosas, discursivas, utilitarias, profesionales, etc.: comunica un saber, sus procedimientos y conclusiones”, dice y agrega que, en contraste con una actividad, “una doctrina es algo terminado, establecido, dotado de un principio y un fin; de conclusiones que lo explican y justifican, ya no necesita repasos o correcciones como las actividades en curso”.
Por ello, la filósofa señala que lo que Wittgenstein quiere decir cuando niega que la filosofía sea una doctrina, es que la disciplina no produce verdades definitivas como muchas personas buscan en ella. “Lo que ofrece serían, más que conclusiones o aciertos confiables, tareas pendientes por resolver mediante un examen crítico. Las filosofías son invitaciones a pensar críticamente, a examinar teorías que se presentan como verdades definitivas para ver si son capaces de cumplir tal rol”, asegura Cordua.
Reinoso, en tanto, destaca a Wittgenstein como un gran crítico de la relación entre filosofía y verdad. “El proyecto de descubrir o acceder a verdades últimas, fue reemplazado por un proyecto gramatical que entiende que no tenemos acceso privilegiado a la realidad, pero sí a nuestras prácticas lingüísticas”, explica la filósofa argentina.
“Esas prácticas en las que somos entrenados desde que ingresamos al mundo, nos van normando -modelando-, no sólo en cómo hablamos, sino en la clase de creencias que tenemos sobre el mundo, les otres y nosotres mismes. Asumir que esas prácticas y normas lingüísticas dependen de nosotres, permite entender que podamos modificarlas”, señala Reinoso.
Ahora bien, aclara, esto no significa que las podamos cambiar arbitrariamente, “que podamos decir cualquier cosa o que no tengamos criterios para distinguir entre prácticas correctas e incorrectas, prácticas opresivas, prácticas liberadoras. Nuestras certezas y acuerdos dependen de seguir de modo semejante esas reglas compartidas. Pero, como no son certezas últimas y acuerdos definitivos, puede haber cambios y modificaciones”.
Así, cree la filósofa, sus agudas reflexiones sobre el lenguaje se vuelven herramientas precisas para analizar críticamente “un abanico amplio de desafíos actuales como son la cuestión del lenguaje inclusivo, las fake news, las problemáticas de género binario (entendidas como prácticas discursivas), el multiculturalismo, el ingreso -y disputa- de minorías a las prácticas discursivas de las mayorías, el lugar de la filosofía -y las humanidades- – en el contexto de la pandemia dominado por los discursos cientificistas, entre otros”.
Precisamente en la exploración de los límites del lenguaje, durante la primera etapa (la del Tractatus) es donde Vidal cifra la mayor relevancia del pensamiento del pensador austriaco. “En mi opinión, Wittgenstein no sostuvo que algún aspecto de la realidad es inefable, como a veces se dice. Su punto es más bien que la supuesta inefabilidad solo es el resultado de un mal uso del lenguaje”.
Desde el punto de vista práctico, Vidal señala que “su importancia no radica en una doctrina ética, que por otro lado no llegó a formular, sino en la concepción de la filosofía como un ‘trabajo con uno mismo’, así lo expresó en alguna ocasión, que involucra tanto el pensamiento como la voluntad en orden a evitar la autosatisfacción intelectual. Esta seriedad filosófica, por así decirlo, es uno de los mayores atractivos de su modo de hacer y vivir la filosofía, justamente porque es una de las cosas más difíciles de conseguir en nuestro oficio y fuera de él”.
En ese mito señalado de los dos Wittgenstein, sus percepciones acerca del lenguaje parecieran contraponerse y es durante la segunda etapa, la correspondiente a sus Investigaciones filosóficas, cuando plantea el concepto de un lenguaje propiamente humano, idea que Fermandois ve emparentada con la poesía. Esta relación, señala, pasa por lo que Wittgenstein llamó “vivencia del significado de palabras” o, más brevemente, “vivencia de palabras”.
“Con el fin de introducir estas nociones, el autor propone una serie de ejercicios: entre otros, repetir rápidamente una palabra hasta que se vuelva sonido; reparar en que `Beethoven´, ese vocablo, le calza muy bien a un determinado rostro y cierto tipo de música; pronunciar la palabra `sino´, primero como conjunción adversativa y luego como sustantivo”, explica Fermandois.
La función de estos extraños ejercicios, continúa, es volvernos conscientes de que “las palabras de nuestros lenguajes naturales tienen sus respectivos significados incorporados en su materialidad sonora o visual”. Y agrega: “No es casual que, para percibir palabras como meros sonidos, debamos repetirlas rápida y tediosamente. No, ellas poseen una fisiognomía propia, y en esto radica la índole propiamente humana de nuestras lenguas, ante todo de la materna: `el rostro familiar de una palabra, la sensación de que recogió en sí su significado, de que es el retrato vivo de su significado´”.
A juicio de Fermandois, todo esto resulta directamente relevante para nuestra experiencia de la poesía. “La vivencia o experiencia de palabras no es algo que podamos hacer mientras las usamos en nuestra comunicación cotidiana. Sin embargo, en un poema se experimenta el significado de las palabras, precisamente, cuando están siendo leídas y, sobre todo, escuchadas. Ya no es necesario apartarse de la práctica lingüística para recordar, mediante insólitos `ejercicios´ que cada palabra tiene su rostro propio. Un poema consiste en mirarlas a la cara. La poesía es aquel juego de lenguaje que los seres humanos jugamos, entre otras cosas, para activar vivencias lingüísticas”, sostiene.
Exiliado del mundo en que le tocó vivir
Se comenta que el estudio de Wittgenstein ha decaído en Estados Unidos. Para Fermandois, esto no sorprende: “la filosofía analítica, aquella corriente que continúa campeando en el mundo anglosajón, nunca se ha sentido cómoda con sus textos. Quienes practican la filosofía bajo el signo de una más o menos confesada admiración por el ideal científico de conocimiento, difícilmente estarán a gusto con un autor que declara sin ambages su insatisfacción ante la hegemonía cultural de la ciencia y una civilización animada por la idea de progreso”.
A su juicio, esa insatisfacción aleja a Wittgenstein del mundo analítico. “Piénsese en la importancia que atribuía a la música y al arte en general (`Me resulta imposible decir en mi libro una sola palabra sobre todo lo que la música ha significado en mi vida. ¿Cómo puedo entonces esperar ser comprendido?´). O también en sus aprensiones contra la `filosofía de universidad´, como la llamaba con schopenhaueriano desdén. Wittgenstein y la filosofía analítica actual, o al menos el núcleo duro de esta última, representan proyectos culturales muy disímiles”, señala.
Para Carla Cordua, el valor actual de la figura de Wittgenstein es que enseñaría hoy a examinar críticamente lo que otros pensadores han publicado, pretendiendo haber descubierto verdades definitivas.
Al respecto, Fermandois cree que la vigencia presente y futura de la “reflexión wittgensteineana no habrá que buscarla en una ortodoxia que, por cierto, continúa en sus labores. Yo apostaría a más lecturas existenciales de su obra temprana y más lecturas políticas de la tardía; a una mayor elaboración de sus contribuciones a la filosofía del arte, la metodología de las ciencias sociales y la comprensión del psicoanálisis, así como a una profundización de las interpretaciones que lo acercan al escepticismo antiguo”.
A su juicio, sería conveniente que surjan más estudios sobre la relación que guarda su filosofía tanto con la hermenéutica como con la fenomenología, pero no como cotejos eruditos, sino en busca de nuevas aproximaciones a un pensamiento que mucho tiene que decir sobre el tiempo actual.
“Hemos de volver, pienso, una y otra vez a las observaciones sobre arquitectura, música, sueños, teatro, progreso, estilo y genio, entre otros temas, que fueron publicadas bajo el título Aforismos. Cultura y valor. En un par de esos apuntes, Wittgenstein deja entrever su valoración de los prólogos, sobre la base, eso sí, de que un prólogo solo puede mostrar, nunca describir, el espíritu de un libro. En los que él mismo escribió hallamos pistas, nunca más que eso, sobre el modo en que le interesa ser leído”, señala Fermandois.
Por ello asegura que “cabe leer los Aforismos como una suerte de prólogo a todo lo que este pensador escribió a partir de su regreso a la filosofía a fines de los años veinte. En suma, pienso que el Wittgenstein más interesante surgirá cuando sus propuestas, sobre el tema que sea, se aborden a partir del radical malestar que experimentó frente a la civilización occidental del siglo XX. James Klagge lo presenta como un exiliado en el mundo en que le tocó vivir y que sigue siendo el nuestro. En esa metáfora detecto la principal clave interpretativa para mantener vigente su pensamiento”.