Paola Chávez Leonardi despertó un día sin reconocer a nadie. La mente en blanco, no recordaba ni siquiera su propio nombre. No identificaba a su familia, ni a sus amigos, no tenía idea de quién eran esas personas que la rodeaban. Con los días, se fue enterando. Era casada. Cuatro hijos. Había sufrido un infarto cerebral.

– Fue como estar en un desierto. Estaba sola y no podía hablar. Lo único que tenía era mi inteligencia. Hasta los nombres de mis hijos Isabella, Florencia, Joaquín y Sebastián tuve que repetirlos y repetirlos durante un día para que no se me olvidara cuando fueron a visitarme.

Paola tiene memoria de haber estado por un día en la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital, pero en realidad fue un mes entero. Otros 30 días en una habitación de la clínica, y lo que vino entonces fue un interminable, lento y arduo proceso de recuperación.

Para ello, contó con el apoyo de terapeuta ocupacional, fonoaudiólogo, médicos de distintas especialidades. Cosas tan sencillas como peinarse y maquillarse, tuvo que reaprender con la ayuda de especialistas.

– Aprendía a decir ni nombre y al día siguiente se me olvidaba. Entonces tuve que repetirlo y repetirlo hasta que un día logré recordar. Entonces me dijeron, bueno, ahora “Chávez”. Todo que me costó decir “Paola” y después lo mismo con “Chávez” y luego “Leonardi”. Fue muy difícil.

Necesitó de un año y medio para volver a escribir. Otro tanto para caminar bien y consolidar la recuperación de la memoria. El agotador trabajo rindió sus frutos, aunque el accidente cerebral dejó secuelas.

– No puedo decir que estoy al cien por ciento. Si me preguntan por mi número de teléfono, no sé decir. Para escribir, uso el computador, porque con la mano es mucho más difícil. Tengo afasia, pérdida de sensibilidad de la mano y pierna derechas y pérdida de campo visual. Tengo una discapacidad, pero puedo aportar también. A lo mejor tardo un poco más, pero igual puedo hacer muchas cosas en el trabajo. Es importante que la gente entienda eso. Además, puede pasar a cualquiera. Yo estaba bien, con responsabilidades, clases, harta actividad, y de repente, ¡pum!

Lleva más de 23 años en la Universidad de Concepción, y actualmente cumple media jornada desempeñándose en el Departamento de Servicio Social.

– Adoro mi universidad. Porque en otra… me habían echado al terminar mi licencia, que fue de dos años y medio. Aquí es al revés: la Universidad me ha ayudado para que yo vuelva y me ha dado todas las facilidades para que yo esté aquí. Eso no pasa en otra parte.

El accidente, sin embargo, le hizo ver que no podía seguir siendo “trabajólica”. Hace clases en la UdeC, participa de actividades académicas, pero también dedica más tiempo a su familia.

– El médico que ha dicho que lo mío fue por estrés. Por eso he decidido compatibilizar familia y trabajo.

Antes no lo hacía, pero ahora salgo a tomar un café con mi hija. Voy a la clase de zumba. Me certifico que mi hijo estudie. Esa es mi rutina y espero volver a como era antes, con todas mis capacidades. Ese es mi sueño: llegar al cien por ciento. Y voy a llegar.

De hecho, Paola se alista para asumir un nuevo ramo en la facultad, con lo cual tendrá alrededor de 50 alumnos de quinto año.

“Hay gente que dice que estoy mejorando, y me felicitan. Otros me dicen que estoy puro “leseando” y que debería jubilarme. No quiero quedarme en la casa. Por eso agradezco mucho que me entreguen más responsabilidad.

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