La evidencia internacional sugiere que no es recomendable detener el transporte público para reducir la movilidad en una crisis sanitaria. Pero también ha demostrado que el transporte de pasajeros es un vector de transmisión de enfermedades.
Disminuir la movilidad es fundamental para contener la pandemia, dijo recientemente el ministro de Salud, Enrique Paris. Fue un llamado a que la ciudadanía acate las medidas restrictivas para disminuir la propagación y contagio del coronavirus en Chile. De hecho, distintas autoridades sanitarias han recordado que, sin la voluntad ciudadana, tendrán reducidos impactos las medidas de aislamiento y los controles de movilidad, como los cordones sanitarios.
Muchas personas, sin embargo, no tienen más opción que trasladarse a diario para sus locales de trabajo. Y no lo hacen en su vehículos particulares, sino que utilizando el sistema de transporte público y expuestos a riesgos reales de contagio. Quien ha utilizado el sistema a diario puede dar testimonio de aglomeraciones en los paraderos en las horas punta, con discutible distanciamiento social entre los usuarios y a veces con vehículos abarrotados.
No es un problema de normativa. El “Plan Paso a Paso” considera una batería de acciones que buscan resguardar la movilidad de las personas en espacios públicos viales y en el transporte público. Pero es necesario considerar que, a veces, el ente regulador no contempla las diferencias territoriales. En regiones, los vehículos son menos modernos y la mayoría de ellos no tienen cómo implementar, por ejemplo, la separación entre chofer y viajero. Un usuario sacrifica al final del día el distanciamiento social con la esperanza de regresar pronto a su hogar. Prefiere subirse a una micro muy llena que seguir en el paradero por tiempo indefinido. Los “tacos” generados por los cordones sanitarios también impactan en el tiempo que los usuarios permanecen al interior de vehículos del transporte público.
Los choferes no tienen sueldo fijo y han visto caer sus ingresos en hasta un 90%, según el gremio local. Dado que sus remuneraciones van en línea con el número de pasajeros transportados, hay incentivos de pasar por alto el distanciamiento social en buses y taxis colectivos.
La evidencia internacional sugiere que no es recomendable detener el transporte público para reducir la movilidad en una crisis sanitaria. Pero, también, ha demostrado que el transporte de pasajeros es un vector de transmisión de enfermedades. No hay respuesta fácil para el dilema. Debemos persistir, sin embargo, en la búsqueda de soluciones.