La ley que establece la acreditación obligatoria, ha generado consecuencias predecibles; muchas carreras de pedagogía no alcanzaron los estándares mínimos para seguir operando.
La reforma educacional tiene innumerables prismas que resultan necesarias para asegurar la calidad de la educación. La acreditación ha ocupado un lugar permanente en este contexto, esa suerte de clasificación por niveles de calidad que ha dejado a algunas instituciones y programas fuera del marco de lo aceptable. La gratuidad es otro aspecto relevante, la mayor igualdad de oportunidades, con la diversidad de conflictos y situaciones derivadas de esa iniciativa. De vez en cuando, se menciona al profesorado, la carrera docente, la evaluación de estos actores fundamentales para la educación de los niños, para muchos el pilar sine qua non.
La nueva ley de educación ha trazado líneas muy precisas, particularmente en lo que tiene que ver con la calidad de los docentes, lógicamente vinculada a la calidad de la tarea que de ellos se espera, así se establece la acreditación de las carreras de pedagogía, como una condición inescapable y, del mismo modo, la acreditación de las universidades donde estas carreras se dictan.
La normativa ha generado consecuencias predecibles para quienes estaban al tanto del estado del arte; muchas carreras de pedagogía no alcanzaron los estándares mínimos para seguir operando, instituciones o programas que no acreditaron, o no quisieron someterse a un proceso de esa naturaleza.
El destino de las carrera de pedagogía ha sido cuesta arriba, algunas carreras, evaluadas por agencias, que desaparecieron con la nueva ley, mostraban falencias, aunque las mayoría de las veces salvables, con resultados de menores niveles de acreditación, otras carreras han tenido que terminarse, así, 58 programas tuvieron que cerrar sus puertas para alumnos de primer año en 2019, porque las universidades que las impartían no habían cumplido, en su mayoría, tanto con el requisito de acreditación de programas como institucional que exige la Ley N°20.903.
Por mucho que sea el impacto de ver desaparecer proyectos endebles, o de presenciar las consecuencias de cierre de instituciones que no lograron alcanzar los niveles de calidad, lo que hay que rescatar es que este nuevo y exigente filtro va dirigido a mejor las competencias del futuro pedagogo.
En todos los ámbitos, tanto en los foros del más alto nivel internacional como en el seno íntimo de las familias, existe el convencimiento que el talón de Aquiles, o el factor más relevante en la calidad de la educación, es la calidad humana, intelectual y técnica del profesor, que este es un referente de primer orden para quien se está formando y, por tanto, un actor imprescindible para las generaciones del presente milenio.
Es imperioso que el profesor chileno recobre el posicionamiento justamente obtenido en el pasado, de tal modo que, junto con asegurar que sean los mejores, desde el momento de su selección como estudiantes de pedagogía, a lo largo de su proceso formativo y hasta el momento de entregarle las condiciones para su mejor desempeño. Un proceso de esa naturaleza tiene efectos colaterales para quienes no estén a la altura de las exigencias, pero se trata de un bien fundamental para el desarrollo del país, por tanto, un precio a pagar inevitable.