Esta situación tiene un componente de exposición, de levantamiento de la alfombra. Hay comentarios irónicos de la supuesta vigilancia contra la desigualdad, de algunos involucrados, ya que a su parecer esta situación se ha dado siempre, sólo que oculta por la exclusividad de los privilegiados.
El efecto natural y dañino del descubrimiento de una nueva forma de mala práctica, de una nueva avenida para la corrupción, es que inmediatamente se levanta una gruesa nube de sospecha sobre todas las circunstancias que tengan un parecido, no importa cuan superficial, con los hechos que se acaban de descubrir. Pensar que el sacrosanto templo de las grandes y prestigiosas universidades norteamericanas pueda ser invadido por estafadores inescrupulosos lleva a pensar que puede pasar en otras instituciones similares, que a lo mejor por desaplicación pudieran ser más vulnerables.
El hecho escueto es que el influyente New York Times apunta con letal precisión a la corrupción de uno de los paradigmas del recto proceder de las universidades para seleccionar a sus postulantes, a sabiendas que el sólo hecho de haberlos sido es un logro que les separa inmediatamente de todos los demás y les abre las puertas a los destinos más exclusivos y a las mejores oportunidades. De esa manera, ocho prestigiosas instituciones, entre ellas Yale, Stanford, Georgetown, la Universidad del Sur de California (USC) y la Universidad de California, Los Ángeles (Ucla), aparecen involucradas en uno de los mayores escándalos de la sociedad norteamericana. Mediante el pago de sobornos por US$ 25 millones por parte de padres, al menos unos 800 alumnos habrían ingresado de manera irregular al sistema de educación superior.
El fiscal estadounidense del distrito de Massachusetts, al anunciar los cargos por una extensa confabulación, en la que decenas de padres adinerados están acusados de sobornar para que sus hijos entraran a universidades estadounidenses de élite, ha sido particularmente elocuente “No puede haber un sistema de admisiones universitarias aparte para los ricos… tampoco habrá un sistema de justicia penal aparte”.
Esta situación tiene un componente de exposición, de levantamiento de la alfombra. Hay comentarios irónicos de la supuesta vigilancia contra la desigualdad, de algunos involucrados, ya que a su parecer esta situación se ha dado siempre, sólo que oculta por la exclusividad de los privilegiados. Según ellos “mientras que los multimillonarios están aplastando a la sociedad a gran escala, los denominados millonarios de un sólo dígito, se están esforzando para aplastarla sólo un poco”. En esa concepción cínica, por sobre el hecho de los sobornos para vulnerar la integridad del sistema educativo estadounidense, los cargos dan cuentan de una suerte de democratización del mal proceder.
El efecto sobre nuestro país no se hizo esperar, para dirigir la atención sobre nuestras modalidades de ingreso a las universidades, en un proceso, que, aunque digno de debate, ha sido descrito como límpido, desde el punto de vista de la transparencia de la admisión, aunque deja en el escenario las otras modalidades de ingreso, por la vía de la excepción, socialmente justificada y creada justamente para favorecer a personas con limitaciones objetivas para competir en igualdad de términos.
Es en este ámbito donde hay que asegurar el recto proceder, por asociación, que no hay aquí renglones torcidos, es muy posible que sea así, pero la transparencia de los procesos debe tener una nueva prueba crítica, para asegurar que no tenemos ese fenómeno instalado en la casa.