Ese gesto que Enrique Molina calificó de “heroico y temerario”, es justamente el que hace falta para transformar en realidad proyectos necesarios para el desarrollo del Gran Concepción, como el Pacyt, el Metro, el soterramiento de la vía férrea y tantos otros.
Desde su fundación, Concepción se ha acostumbrado a librar grandes batallas. Ya sean estas para levantarse tras la destrucción a manos de la naturaleza o del hombre, o para impulsar grandes proyectos que terminaron marcando la diferencia para su desarrollo. Y, demás está decirlo, nunca ha sido fácil. Un ejemplo muy a mano fue el de la lucha del ingeniero Pascual Binimelis y otros vecinos penquistas para lograr que el tren llegara a la zona. Hacia 1862, se enfrentó a parlamentarios y autoridades locales tratando de convencerlos de las ventajas del ferrocarril para nuestra ciudad y pueblos vecinos. En una edición de “El Correo del Sur” fue violentamente atacado por su “descabellada” idea de unir Talcahuano con Chillán a través del tren. “Hay otros muchos objetivos más indispensables que debieran llamar la atención con preferencia”, decían los críticos al proyecto.
Por su cuenta y de su propio bolsillo, efectuó los estudios técnicos y presentó el proyecto de un ferrocarril que uniera Talcahuano con Chillán a través de un trazado directo por Puchacay y Florida. En julio de 1862, después de las crecientes demandas penquistas, el Gobierno dictó el decreto para la construcción del trazado, aunque estableciendo un desvío al sur hasta San Rosendo antes de enfilar hacia Ñuble.
Medio siglo más tarde, los penquistas librarían otra batalla, aún más importante para el futuro de la zona: el anhelo de fundar una universidad en Concepción, hazaña épica que el propio rector fundador, Enrique Molina Garmendia, describió con detalle en un discurso de 1929:
“En marzo de 1917 solicité, en una entrevista, del Presidente de la República, señor Juan Luis Sanfuentes, que fundara la Universidad de Concepción. Por ese tiempo no concebíamos, y así fue durante dos años más, que la Universidad pudiera existir de otra manera. El Presidente acogió el proyecto con muy buena voluntad, pero las eternas dificultades financieras le impidieron tomarlo como propósito del Gobierno. Mas la idea lanzada en aquella entrevista cayó en Concepción cual chispa incendiaria de ánimos y el civismo de los penquistas se alzó para luchar por la consecución del instituto de estudios superiores con que se venía soñando desde hacía tanto tiempo. Se organizó entonces el comité Pro-Universidad y Hospital Clínico de Concepción (…).
Después de diversas gestiones, el comité se convenció que el Gobierno no crearía, quién sabe en cuánto tiempo, la Universidad. No eran solo penurias financieras las que lo impedían. Habían también de por medio rivalidades y temores políticos y sectarios, y no faltaba tampoco la menguada intriga de algún corazón pequeño. El comité se cansó de esperar y en un gesto de audacia y de fe resolvió, sin más ni más, abrir la Universidad a principios de 1919 (…)”.
Ese gesto que el fundador calificó de “heroico y temerario”, es justamente el que hace falta para transformar en realidad proyectos necesarios, cuya paralización están postergando el desarrollo de la urbe. Ejemplos abundan: el Pacyt para contribuir a generar la investigación aplicada que cambie la matriz productiva regional; el soterramiento de la línea férrea, que posibilitará que Concepción pueda crecer hacia su río; el Metro, que en el futuro permitirá aliviar la congestión del creciente parque automotriz, alimentado por un Biotrén que ofrezca un transporte de calidad a los habitantes del Gran Concepción. Que, como dijo don Enrique, no sean los sectarismos ni corazones pequeños los que frenen estos proyectos; y que la audacia de quienes nos precedieron, se contagie a los llamados a impulsarlos.