No tiene otro marco que la sobriedad y la austeridad que corresponde a la personalidad del homenajeado, de algún modo, se da cuenta de lo que se ha hecho en su memoria, se asegura el respeto a su legado, renovando una promesa implícita.
Todos los años, en un día como hoy, 8 de marzo, en una ceremonia silenciosa, digna y de más bien íntima convocatoria, las más altas autoridades universitarias e invitados especiales, realizan una romería al lugar donde reposan los restos mortales del rector vitalicio de la Universidad de Concepción, Don Enrique Molina Garmendia. No tiene otro marco que la sobriedad y la austeridad que corresponde a la personalidad del homenajeado, de algún modo, se da cuenta de lo que se ha hecho en su memoria, se asegura el respeto a su legado e inspiración, renovando una promesa implícita.
La fecha obliga a mirar el pasado para comprender la trascendencia del momento, la primera reunión del 23 de marzo de 1917, realizada en el Palacio Consistorial de la ciudad, con el propósito “profundizar en la idea de poder hacer realidad el idealista sueño de dotar a la ciudad de Concepción de una universidad”. En el acta queda formalmente establecido el sentido de este magno proyecto y se toma la decisión de nombrar presidente del Comité Pro Universidad y Hospital Clínico a Enrique Molina Garmendia, quien era entonces Rector del Liceo de Hombres de Concepción.
La historia dejó olvidados a muchos de los fundadores, sólo recientemente se les ha hecho justicia, al publicar la Universidad sus Actas Fundacionales, allí se busca describir, como indican los autores, “la personalidad y obra de quienes fueron nuestros fundadores… las 80 personas que asistieron a la sesión fundacional del 23 de marzo”, se observa allí la amplia “diversidad de los hombres unidos en el proyecto de dotar a Concepción de una universidad”, pertenecientes a instituciones locales tan variadas como la Orden Masónica, la Iglesia Católica, el Poder Judicial y la Administración Pública.
Llevar adelante una iniciativa de esa magnitud, con tal diversidad de intereses y criterios, debió haber sido una tarea ímproba, de aquellas que sólo un alma muy grande es capaz de armonizar y conducir con éxito. Prontamente ese esfuerzo se materializa con las cuatro carreras fundacionales, Dentística, Farmacia, Pedagogía en Inglés y Química Industrial. A muy poco andar, con enormes limitaciones económicas, la Universidad se entroniza en la ciudad, se hace parte de su destino y conforma un polo de desarrollo que no ha hecho otra cosa que consolidarse y crecer.
Don Enrique, en sus largos y fructíferos años de rectoría, ve crecer el campus, sus edificios emblemáticos, su entrañable Campanil, puede apreciar también la labor de dos de sus sucesores inmediatos con quienes mantiene una relación cercana y afectuosa. En 1956 fue nombrado rector vitalicio de la Universidad y se encarga al escultor Samuel Román el monumento “Homenaje al espíritu de los fundadores de la Universidad de Concepción”.
Falleció en esta ciudad el 8 de Marzo de 1964. Su Mausoleo se ubica en la plaza Pedro del Río del cementerio penquista, en él se encuentran sus restos y los de su esposa, María Ester Barañao Gazmuri y su único hijo, Raúl.
Terminada la ceremonia, en el momento del silencio, debe seguramente acudir la visión del primer rector, una silenciosa y poderosa herencia para sus sucesores, el compromiso de permitir y hacer florecer el desarrollo libre del espíritu.