Un apego seguro con un cuidador estable y continuo, puede asegurar un adecuado desarrollo cognitivo y mental del niño que llegará a ser adulto. Urge una nueva mirada país frente a una legislación obsoleta y a una aplicación judicial que hoy se centra más en protocolos que en el interés superior del niño.
Ya en la década de 1950, el doctor John Bowlby, psiquiatra y psicoanalista de niños, comenzó a dar a conocer al mundo las conclusiones de sus primeras investigaciones que, de tan contundentes, hoy nos parecen un lugar común: la importancia del apego en la lactancia y la niñez temprana. En efecto, Bowlby logró establecer que los efectos inmediatos y a largo plazo que miden la salud mental del niño, son la resultante de una experiencia de relación cálida, íntima y continua entre la madre y su hijo por la cual ambos encuentran satisfacción y alegría (Bowlby, 1951 p. 11).
Tal como nos recuerda con gran claridad la doctora María Eugenia Moneta, PHD de la Universidad de München y profesora asociada de la U. de Chile en un artículo publicado en 2014 en la Revista Chilena de Pediatría, Bowlby desarrolló la teoría del apego entre 1969 a 1980, describiendo el efecto que producen las experiencias tempranas y la relación de la primera figura vincular en el desarrollo del niño. Para ello, estudió a 44 niños institucionalizados por robo, y en todos los casos había evidencias de experiencias previas de abuso y maltrato por parte de los progenitores.
También estudió niños separados de sus madres tempranamente y por períodos prolongados, constatando los efectos en su salud mental posterior. Todos estos antecedentes le permitieron concluir que la capacidad de resiliencia frente a eventos estresantes que ocurren en el niño es influída por el patrón de apego o el vínculo que los individuos desarrollan durante el primer año de vida con el cuidador, generalmente la madre, pero dejando claro que también puede ser otra persona.
La doctora Moneta explica en su artículo que la teoría del apego de Bowlby en un enfoque actual permite asegurar que un apego seguro con un cuidador estable y continuo, puede asegurar un adecuado desarrollo cognitivo y mental del niño que llegará a ser adulto, aun tomando en cuenta riesgos genéticos.
Con todas estas certezas científicas y empíricas, en una línea de investigación que sólo se ha ido fortaleciendo y ensanchando con los años, cuesta entender que el sistema chileno que debe velar por la protección de la infancia, se desentienda a tal punto de la Teoría del Apego, tanto a nivel legislativo como de su ejecución. Un ejemplo concreto de ello es el enfoque, que desde hace algunos años se le viene imponiendo al Sename de priorizar a las familias biológicas en distinto grado de parentesco. Es cosa de revisar las cifras de cuántos de esos niños, criados casi a la fuerza por parientes, terminan volviendo a los hogares del Sename. Mientras, muchos niños siguen creciendo sin apego, generando lagunas emocionales e intelectuales que no podrán recuperar. Mientras, familias preparadas, evaluadas y aprobadas como idóneas por el Sename para adoptar, pierden la oportunidad de entregarles el apego temprano.
Más difícil de entender son las lagunas que existe en torno a la figura de los guardadores. Si bien se entiende que se trata de una acogida de paso, ¿es comprensible que una familia que cuida durante dos años a un niño, no tenga opción de adoptarlo, arriesgando un quiebre vincular doloroso e irreparable?
Urge una nueva mirada país frente a una legislación obsoleta y a una aplicación judicial centrada más en protocolos que en el interés superior del niño, un sistema que termina truncando el futuro de miles de pequeños. Es tiempo de escuchar a los que saben, y reconocer las investigaciones científicas que indican que la adopción temprana no sólo es importante, sino fundamental para el desarrollo integral de los niños en su largo camino a la adultez.