De acuerdo a un estudio de Ipsos, en 2018, un 8% de los padres tiene un hijo que ha sido víctima de ciberacoso, mientras que un 31% declara que un niño cercano a ellos lo ha sufrido, las denuncias por este tipo de bullying han experimentado un alza del 64% entre 2017 y 2018.
Lamentablemente, no escapamos a los peores ejemplos del primer mundo, el cual nos ha mostrado conductas de despersonalización y de egoísmo, la falta de apreciación del otro, el rechazo a lo diferente, o lo percibido como inferior. Hemos sido rápidos en adoptarlas, sin embargo, y como contraparte, nos cuesta mucho adoptar los buenos ejemplos de ese mismo primer mundo, fuimos muchos más prontos en embelesarnos en la sociedad de consumo y no tanto en trabajar en serio, hacer sacrificios para un futuro mejor, hacer esfuerzos para generar más recursos y con esa base mejorar la calidad de la vida.
Hay otros ejemplos disponibles, la actitud del primer mundo ante una de las tendencias sociales más traumáticas en la actualidad; la violencia y, de esta, la violencia escolar, que históricamente ha sido más bien física, matonaje de los más fuerte contra los más débiles, la evolución ha sido hacia al predominio de la violencia psicológica, utilizando las redes sociales, cuya frecuencia se explica porque al ser anónima y cobarde, está al alcance de cualquiera.
Ante la primera, hace ya un par de décadas, el primer mundo reaccionó con decisión, con medidas estrictas para evitarla, en una campaña de educación para el respeto mutuo y la resolución de conflictos por medio del diálogo y la convivencia, sin tolerancia para los agresores reincidentes. Para la segunda forma, la campaña fue bajo el lema, “No use palabras que hieran, use palabras que ayuden”, que tuvo réplicas en los más diversos ambientes, además del escolar.
Tenemos las dos realidades presentes; la de la brutalidad de la violencia física y el acoso, y persecución psicológica, con la añadidura de la tecnología, de ciberacoso, de efectos potencialmente letales. El Mineduc termina por describirlo; “Hay palabras que matan”. De acuerdo a un estudio de Ipsos, en 2018, un 8% de los padres tiene un hijo que ha sido víctima de ciberacoso, mientras que un 31% declara que un niño cercano a ellos lo ha sufrido. Cifra a la que se suman los datos entregados por la Superintendencia de Educación, que indican que las denuncias por este tipo de bullying han experimentado un alza del 64% entre 2017 y 2018, particularmente, acoso escolar en redes sociales, de las cuales un 82% corresponde a mujeres.
La muerte de una joven estudiante del Colegio Nido de Águilas, causó un fuerte impacto en esa comunidad escolar, que al tener una amplia cobertura mediática, puso de manifiesto una consecuencia posible y extrema, que no ha sido la única, hay casos de similares características a lo largo del país, casos silenciados, que han afectado duramente a niñas y niños, así como a sus grupos familiares, ante una situación que impide su progreso académico y lesiona su integración a la sociedad.
No es una opción desatender esta circunstancia, es necesario avanzar en convivencia escolar, desde todas las plataformas digitales y cibernéticas, para eso se requiere de los adecuados protocolos dentro del reglamento interno, acogiendo medidas de prevención, como también líneas de acción en el caso de poder detectar acciones de esta naturaleza.
No puede haber solución sin el compromiso de la comunidad educativa, padres, apoderados y profesores. Hay mucha responsabilidad en nosotros mismos, por no saber qué herramientas hemos puesto en las manos de los menores de la familia, responsabilidad que no es posible delegar.