En una mirada superficial, o por razones de insuficiente cultura, se puede pensar en los museos como lugares de acúmulo de curiosidades, una guardería de cosas de tiempos pasados, o salas con cuadros de pintores famosos para los diletantes. Es más difícil concebirlos como reservorios de identidad, cono testimonios de nuestras raíces. Por lo tanto, depende de esa base de reconocimiento, valorar el significado, por ejemplo, del incendio que en septiembre pasado destruyó el Museo Nacional de Río de Janeiro, una de las joyas culturales más preciadas de Brasil, con un acervo de más de 20 millones de valiosas piezas.
Hubo pérdidas materiales inestimables, pero también se han perdido testimonios que no se pueden recuperar, como grabaciones de conversaciones, cantos y rituales de decenas de sociedades indígenas, en antiguas grabadoras de rollo y que todavía no se habían digitalizado. Algunas registraban lenguas ya extintas, que no tienen ahora hablantes originarios.
Esta larga introducción para dar contexto al intenso debate que se ha producido con respecto al presupuesto del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Las críticas se dirigen particularmente al crecimiento de los dineros para los museos y de los fondos concursables. Una situación que afecta directamente a los tres museos nacionales y a los regionales. La Ministra advierte “debo ser ecuánime” y al mismo tiempo señala que no puede hacer diferencias “la cultura decantada y la cultura por venir”, es decir, la creación actual y el patrimonio cultural del país.
El presupuesto 2019 para este nuevo Ministerio es de $188.129 millones, un aumento del 4% con respecto a 2018. La contraparte ha comentado que se desvistió a un santo para vestir a otro, una reacción esperable cuando se reasigna los fondos de otro modo, para lo cual es necesario terminar con cuotas históricas y utilizar un mecanismo más justo, aunque más trabajoso, de mayor transparencia en la asignación de fondos, de mayor equidad en la postulación y especialmente, en el juicio de los pares, entrar en la cultura de la concursabilidad, aparte de las asignaciones discrecionales, de la autoridad del momento, en términos de la Ministra; “son fondos que pertenecen a todos los chilenos, a toda la ciudadanía, y son ellos los que deben participar directamente”.
En el museo brasileño, la gigantesca perdida tuvo su origen en insuficiencia de fondos o en una notable falta de gestión. En nuestro país puede haber situaciones de parecidas características, con mayor gravedad en regiones. Partiendo de la base de una conducta transparente y equitativa, hay en este nuevo modelo un desafío para la eficiencia y la gestión, particularmente, cuando las instituciones históricas pueden tener una tendencia a crear una funcionalidad burocrática y rutinaria, sin compromisos de rendición de cuentas.
Para las entidades culturales de la Región se abre la posibilidad de concursar con fuerza en esta asignación de presupuesto, siempre y cuando se pueda construir propuestas robustas, con indicadores de impacto, evaluación de resultados y la demostración de las capacidades para complementar los costos de las actividades culturales, incluyendo la colaboración ciudadana, en el entendido que se comprende su básica necesidad, como cualquier otro bien indispensable, así como el cuidado y preservación de nuestro patrimonio.