La brecha generacional ha sido un fenómeno universal en el desarrollo de la sociedad humana, solo que por coyunturas históricas hubo épocas en las cuales, por motivos explicables, las separaciones entre las generaciones quedaron reducidas al mínimo, por no haber tiempo para otra cosa que sobrevivir y ante esa eventualidad, no hubo posibilidad de establecer diferencias mayores entre jóvenes y adultos, ante el trabajo por ejemplo, obligado para todos, o la autodefensa.
La evolución de la sociedad ha permitido que la juventud tenga otros plazos y metas, y en el intertanto, en parte por igual razón, otras competencias y capacidades, el largo período educacional indispensable para desempeñarse en un mundo cada vez más complejo ha requerido que los jóvenes permanezcan por largos años, mucho más que los necesarios para su maduración fisiológica, en una suerte de moratoria con respecto a sus responsabilidades materiales y librados para adquirir las destrezas propias de la modernidad.
Se genera así una nueva generación, los millennials o los jóvenes del milenio, se trata de una población comprendida por personas entre 18 y 33 años, nativos digitales y la primera generación en nuestro país que creció casi completamente en democracia, se ha tratado de atribuirles determinadas características, algunos les consideran “más abiertos al diálogo” y con una mirada “más humana”, otros acotan que son “distintos, pero no mejores”.
Sus competencias tecnológicas y sus natural disposición al cambio, no solo como una adaptación rápida a realidades emergentes, sino como una nueva y deseable regla del juego, ha concitado el interés del mundo de los negocios, de la administración, o de la ciencia. El actual gobierno ha mostrado cifras que indican que del total de directores de servicios públicos vigentes -unos 550 de acuerdo al Servicio Civil-, sólo 10 son menores de 35 años.
Uno de estos altos funcionarios jóvenes, que a sus 34 años lidera el Servicio Civil, expresa la posibilidad de revertir esa situación impulsando una agenda que permita compatibilizar la experiencia de los funcionarios públicos con la atracción de talento joven. En ese contexto, está el programa Prácticas Chile, para duplicar los puestos para jóvenes en el Estado, además de trabajar en una estrategia para volver más atractiva la administración pública, puntualizando que se quiere incentivar y difundir al Estado como una alternativa de desarrollo profesional en centros de formación técnica, en universidades y organismos no gubernamentales enfocados en la vocación de servicio público.
No es solo en el servicio público donde se podría incorporar a las nuevas generaciones, por la naturaleza de globalidad en todo tipo de iniciativas se hace necesario, cada vez más, una mirada multidisciplinaria, en la cual se produce la interacción de varios profesionales; ingenieros, estadísticos, economistas, sociólogos y otros, ocupando enfoques más tecnológicos cuantitativos para ayudar a los procesos y a la toma de decisiones, en una era donde el análisis de datos masivos o Big Data es una herramienta básica.
El mundo abierto a nuestros ojos está mutando con una velocidad considerable, las realidades que emergerán puede que no sean imaginables, una de ellas puede ser que las mentes nuevas tengan por delante una insospechada y poderosa oportunidad. Los centros formadores tienen igualmente un inevitable desafío que no va a esperar a los remisos.