Por razones de orden práctico, pero sobre todo por motivos de impacto político, el tema de financiación de la educación superior ha estado, durante los últimos años, en el centro de la polémica y, por lo mismo, en el centro de la atención ciudadana, prevaleciendo sobre muchos otros aspectos de la reforma educacional. En términos concretos, el predominante asunto de la gratuidad, que ha hecho palidecer otras consideraciones que bien pueden ser más importantes, solo que con repercusiones más tardías.
Menor cobertura han tenido las consideraciones sobre la calidad del profesor, un factor absolutamente indispensable, tanto o más que el anterior, para conseguir educación con los estándares a los cuales se aspira. Cuando Chile era harto más modesto que ahora, había una figura que en los actos cívicos, en cualquier situación de significado social, no podía estar ausente; el profesor de la escuela, un actor fundamental en la estructura social y sobre cuya importancia no había duda alguna.
En su propio ámbito, el profesor era igualmente figura de máxima relevancia. Alcanzaba posiciones de referente, con el irrestricto respeto de los niños, de padres y apoderados. El profesor dejaba en sus educandos una impronta de por vida, algunos de estos personajes y sus lecciones deben estar todavía en la mente de los adultos mayores chilenos.
Por diversos motivos, mitad históricos, mitad políticos, el profesorado fue perdiendo posicionamiento y, en círculo perverso, los incentivos para asumir a cabalidad su rol de formar personas, ante el insuficiente reconocimiento de sus esfuerzos o ante respuestas negativas al intentar establecer rutinas de aprendizaje o nociones de disciplina.
Ha habido una consistente demanda de los mismos profesores por cambiar ese estado de cosas, pero en el intertanto se ha venido observando una tendencia positiva en el aseguramiento de la calidad, desde los primeros resultados nacionales del proceso de Evaluación Docente. Es posible apreciar un aumento del interés de los profesores en hacerse parte, más del 67% de los docentes chilenos es calificado como “Competente” y cerca del 15% como “Destacado”, por otra parte, el 17% de los docentes se ubica en un nivel “Básico” y menos de un uno por ciento obtiene un resultado “Insatisfactorio”.
Están trazadas las coordenadas para el aseguramiento de la calidad de los futuro profesores chilenos, al establecerse requisitos estrictos para el ingreso a la carrera de pedagogía y la verificación de varios indicadores; rendir la prueba de selección universitaria y ubicarse en el percentil 50 o superior, sobre 500 puntos, o estar en el 30% superior del ranking de notas. Además, todas las carreras de pedagogía deberán estar acreditadas por la Comisión Nacional de Acreditación, con un elevamiento de las exigencias. Sumado a lo anterior, las instituciones deberán cumplir con condiciones de infraestructura, cuerpo académico, programas de mejora y convenios de vinculación y prácticas en colegios, entre otros aspectos.
Mejorar la calidad de la educación tiene como requisito previo tener los mejores profesores, todas las medidas tiene que apuntar hacia el mejor posicionamiento e idoneidad del estamento docente en esta tarea fundamental del Estado, reposicionar al profesor en el cuerpo social del país es un deuda que debe saldarse por el bien de la educación chilena.